[ portada ] [ reseñas ] [ opinión ] [ artículos ] [ editorial ] [ nosotros ]
Juan Manuel SantiagoDesde la estantería de enfrente
La Quinta Columna
Juan Manuel Santiago

Amada de los dioses
Javier Negrete

Delicias griegas

Empecemos con una afirmación categórica: tras las huidas de Elia Barceló y César Mallorquí hacia otros ámbitos editoriales, Javier Negrete es el mejor autor español de género fantástico que sigue publicando en las colecciones especializadas. Es, al mismo tiempo, el más versátil, el que mejor escribe, el más comercial y el que mejor ha sabido crear un fenómeno fan en torno a su obra. Tan sólo cabe formularle una objeción: nunca ha destacado en el terreno de la ficción breve (excepción hecha de "El Ángel Rojo", su aportación a la importantísima Franco. Una historia alternativa). Lo cual, si lo miramos por el lado positivo, le ha permitido desarrollar una sólida carrera en un terreno, el de la novela corta, que en su momento ayudó a consolidar gracias a las historias que presentaba al UPC y que, casi invariablemente, lo aupaban al palmarés del premio. Suya fue la revelación de la primera convocatoria del certamen, "La luna quieta", que nos descubrió a un autor riguroso con el estilo y la trama, preocupado por la creación de personajes y mucho más ambicioso de lo que por aquel entonces se estilaba.

"La luna quieta" simbolizó en su momento el recambio generacional que necesitaba la ciencia-ficción española a principios de los años noventa. La década de los ochenta fue especialmente dura para el género. Nueva Dimensión había cerrado en 1984. La última convención nacional se había celebrado cuatro años antes, sin apenas repercusión. La ciencia-ficción era un fenómeno de masas gracias a La guerra de las galaxias, pero el fandom estaba inmerso en una década oscura, en la que apenas tuvimos un puñado de fanzines, como Kandama, Máser, Tránsito o Gigamesh.

No obstante, aquellos años vieron la publicación de cuatro obras clave para la historia del género en castellano: Lágrimas de luz, de Rafael Marín, la Trilogía de las Islas, de Ángel Torres Quesada, Mundos en el abismo, de Juan Miguel Aguilera y Javier Redal, y Sagrada, de Elia Barceló. Los años noventa se iniciaron con una explosión en la que se sentaron las bases del fandom actual. Una veintena de aficionados se desplazó a la convención mundial de ciencia-ficción de 1990, que se celebraba en La Haya, pusieron ideas en común y todo se reactivó. Nació la Asociación Española de Fantasía y Ciencia Ficción. Aparecieron revistas profesionales. Se volvieron a celebrar hispacones a partir de la de 1991 en Barcelona. Y Miquel Barceló puso en funcionamiento el premio de novela corta convocado por la Universidad Politécnica de Catalunya (UPC).

La convocatoria del primer premio UPC fue acogida con expectación entre los aficionados. Su dotación, un millón de pesetas de la época, lo convertía en el certamen de literatura fantástica con mayor dotación económica de cuantos se celebraban en el mundo. El palmarés de aquella primera edición reflejó un reparto ciertamente interesante entre tres generaciones de escritores de género. Ángel Torres representaba a la generación de autores que habían sostenido un mercado profesional con los bolsilibros, novelas populares de venta en quioscos escritas bajo seudónimos anglosajones y a través de las que los españolitos del tardofranquismo viajaban a galaxias lejanas o ranchos del Oeste americano. Rafael Marín era el autor del momento, había madurado en las catacumbas y afrontaba el boom como uno de los escritores punteros del género, junto con los ya citados Juan Miguel Aguilera y Elia Barceló.

Pero había un tercer premiado, Javier Negrete. Era un autor inédito. No lo conocíamos y, lógicamente, nos adentramos en la lectura de "La luna quieta" (en Premios UPC 1991, Nova CF nº 48, 1992, y Buscador de sombras / La luna quieta, Booket, 2005) con cierto escepticismo. Como digo, descubrimos a un muy buen escritor, dotado de una voz propia, preocupado por la mitología clásica (después descubrimos que era licenciado en Clásicas y profesor de Griego).

"La luna quieta" sorprendía por sus giros argumentales, por la austeridad de elementos (casi teatral), por el certero retrato de personajes y por el tono firme con que estaba escrita. La historia de Alberto, Silvia, Satur y Luisa, personajes recluidos en una extraña casa de reposo, y cuya apacible existencia daba paso a una sensación de inquietud y de esto-no-es-lo-que-parece al conocer a Miguel, parecía impropia de un autor novel.

El año siguiente, Negrete siguió intentándolo. El resultado, Estado crepuscular (Quaderns UPCF nº 2, 1993) es más redondo que el de "La luna quieta", aunque no obtuvo mención honorífica. No obstante, supuso la aceptación de Negrete en el fandom, al ganar los premios Gigamesh e Ignotus, o, lo que es lo mismo, el reconocimiento de la crítica y el público. Es la historia de David Milar, un perdedor borrachín y que intenta ser mujeriego. Una señorita de muy buen ver, Mirtila Lump, lo confunde con su padre, un eminente psiquíatra, y él le sigue el juego para intentar seducirla. Con ello se ve arrastrado a una misión descabellada: psicoanalizar a Yagghumasht, la inteligencia artificial que rige los destinos de Hoonai, un planeta habitado por unos extraterrestres dotados de un sistema de valores un tanto diferente del nuestro, basado en el honor. Los malentendidos se suceden a la velocidad de las borracheras de David Milar. El desarrollo de la novela es trepidante e hilarante, en la onda de Sin noticias de Gurb, de Eduardo Mendoza.

Después de esto, Negrete empieza a frecuentar la tertulia de ciencia-ficción de Madrid (TerMa), donde entra en contacto con otros autores y críticos de ciencia-ficción, como César Mallorquí, Julián Díez o León Arsenal.

A la tercera debería haber ido la vencida, pero César Mallorquí se lo impide. En 1995, Negrete vuelve a intentarlo y queda en segundo lugar con "Lux Aeterna" (en Premios UPC 1995, Nova CF nº 83, 1996), un trasunto del mito de Orfeo y Eurídice. El pantócrata Radniakós, todopoderoso señor de varios sistemas solares, vive en su universo privado. Desea a Rosaura Dantres, la modelo y amante del escultor sensorial Virgan. La obra Bisagaistha, que representa a Rosaura, ha despertado el deseo de Radniakós, que la rapta, como Zeus raptó a Eurídice y la apartó de Orfeo. Virgan quiere rescatarla y se lanza a la aventura de "asaltar los cielos".

"Lux Aeterna", vista en perspectiva, no es la mejor novela corta de Negrete, ni la mejor valorada por crítica y lectores, pero tal vez sea la más relevante en lo relativo a esta Quinta Columna. Por primera vez, Negrete explicita su afición por la mitología clásica y su afán por poner al día los mitos clásicos en clave de ciencia-ficción o fantasía. Al mismo tiempo, es su primera buena novela de amor, en la que un hombre enamorado es capaz de enfrentarse con los dioses para recuperar a su amada.

La siguiente novela corta de Negrete, Nox perpetua (Ed. La Calle de la Costa, col. La Espada y el Reloj nº 3, 1996, y Ed. SM, col. El Navegante CF nº 7, 1999) tampoco gana el UPC, pero es el mejor trabajo del autor hasta aquella fecha. Narra la expedición llevada a cabo por Ark Rhenius y su mentor Zarun Mondsar al polo Norte del planeta Mehrs. La sociedad de Mehrs es muy clasista, de ahí que Rhenius necesite hacerse valer con una hazaña de tales características, para ganarse el corazón de su amada Thaliss Gondzor y así poder casarse con ella. La expedición no sale todo lo bien que esperan los organizadores, acosados por unas extrañas criaturas y sujetos a las inclemencias climáticas. Tras numerosas vicisitudes llegan al polo Norte, que encierra una sorpresa que obliga a Rhenius a replantearse todo su sistema de valores y casi todas sus certezas. El regreso es aún más duro que la llegada.

Con un derroche de sentido de la maravilla, este trasunto de la expedición de Scott al Polo Sur deja claro que Negrete está preparado para dar el salto al terreno de la novela larga. Reaprovecha la trama de "En el vientre de la ballena", novela corta que no había tenido éxito en el UPC, mezcla la mitología clásica con mucho amor al space opera a lo Jack Vance, retoma el sentido del humor que destilaba Estado crepuscular y consigue algo que hasta entonces parecía imposible para una novela española de ciencia-ficción publicada por una colección especializada: ser traducido al francés y vender los derechos de edición a Círculo de Lectores.

La mirada de las furias (Ed. B., col. Nova CF nº 93, 1997) es la historia de Éremos, un geneto (o un asesino genéticamente modificado) hibernado cuando se prohíben las modificaciones genéticas y despertado veinte años después. Fuera de su mundo, se le encomienda una misión de vida o muerte para toda la Humanidad. El viaje a velocidades superiores a la luz ha permitido que la humanidad conquiste otros mundos, pero es posible gracias a una especie extraterrestre, los Tritones, que ponen los medios necesarios. Una nave y un Objeto de los Tritones se han extraviado por accidente en el planeta Radamantis, una colonia penal. Los Tritones exigen su devolución, así como la entrega de todos los humanos que sepan de su existencia y hayan estado en contacto con ella, en el plazo de trece días. De lo contrario, la Humanidad entera será destruida. Éremos es enviado a Radamantis, pero diversos acontecimientos lo llevan a transitar sus bajos fondos. De este modo, se mezclan una trama de thriller con un retrato a veces picaresco y a veces negro de la sociedad de Radamantis.

Como digo, esta novela supone el reconocimiento de Negrete más allá de nuestras fronteras, como sucederá con Rafael Marín y, sobre todo, Juan Miguel Aguilera. La presencia del autor en los festivales Utopiales de Nantes empieza a ser habitual.

Atraído por los éxitos de César Mallorquí, Elia Barceló y Armando Boix, Javier Negrete se adentra en el terreno de la novela juvenil, y lo hace con una novela fantástica muy interesante, Memoria de dragón (Ed. Edebé, col. Periscopio nº 83, 2000), que queda finalista del premio Edebé. Los años de profesor de secundaria le otorgan un conocimiento del medio, así como de los resortes del género y del funcionamiento de la mentalidad adolescente. El resultado es una novela, insisto, muy interesante. Marta es una adolescente que es repudiada por su madre, por lo que es acogida por su tío Germán, profesor en un instituto de Tarpeya, una ciudad extremeña fácilmente reconocible como la Plasencia donde Negrete ha impartido clases de Griego. Adaptarse a vivir en una ciudad de provincias después de haber residido en Madrid ya es una aventura de por sí, pero todavía le espera una aventura mayor. Ayudada por Argi, el friqui de la clase, se ve inmersa en una trama urdida en torno al enigmático Hombre Gris y un castillo medieval que guarda un tesoro en su interior.

En el 2000, Negrete obtiene por fin el premio UPC, con "Buscador de sombras" (en Premios UPC 2000, Nova CF nº 141, 2001, y Buscador de sombras / La luna quieta, Booket, 2005). En unos Estados Unidos en los que el sueño en fase REM puede ser mortal y todos llevan unos aparatos, los Anóneiros, el español Álvaro Carreño perpetra un crimen: se quita su aparato y mata a su esposa. Carreño es un físico especializado en la investigación de la materia oscura y está empeñado en relacionar su crimen con sus investigaciones. Rojo es un psiquiatra enviado por la embajada española para preparar un último recurso antes de la ejecución de Carreño. A través de sus confesiones vamos reconstruyendo la historia de la búsqueda de Carreño.

Sin ser su mejor novela corta, "Buscador de sombras" presenta varias novedades con respecto a lo que Negrete había hecho hasta entonces, y en cierto modo puede considerarse un punto de inflexión. Es su primer y único trabajo de ciencia-ficción dura, pero también su única novela policíaca.

A partir de "Buscador de sombras", la obra de Negrete vira hacia la fantasía. Negrete no vuelve a hacer incursiones en la ciencia-ficción y se centra en dos líneas temáticas que lo han catapultado hacia su situación actual, en la que por fin puede dedicarse a vivir de la escritura, recibe buenas reseñas en la prensa generalista y se ha convertido en el escritor criado en el fandom que mejores ventas está obteniendo: la serie de Tramórea y sus novelas de fantasía histórica.

Con Tramórea, Negrete desarrolla un universo particular de fantasía, basado en una novela primeriza, La jauka de la buena suerte, que escribió con diecisiete años, no fue publicada en su momento y el autor retoma en un momento trascendental para el género fantástico en España: la adquisición de la editorial Minotauro de Paco Porrúa por el Grupo Planeta. El boom de la fantasía que sigue al estreno de la adaptación al cine de El Señor de los Anillos hace que la gestión de Minotauro resulte insostenible para una editorial pequeña. Planeta entra en escena y, dirigida por Paco García Lorenzana, Minotauro lanza una jugada que en su momento sorprendió dentro del fandom, porque rompía con su línea editorial histórica, pero que ha terminado saliendo bien: la publicación de autores españoles, hasta alcanzar casi la mitad de las novedades anuales de Minotauro. En cuestión de dos años, Minotauro desplazó a Nova CF (la editorial en la que iban apareciendo las novelas de género de Negrete) como el epicentro de la ciencia-ficción y fantasía españolas, y se produjo un fenómeno hasta entonces impensable: algunos autores españoles vendían al mismo nivel que los extranjeros y, en el caso de Negrete y su serie de Tramórea, se convertían en los títulos más vendidos de la editorial... sin contar a Tolkien, por supuesto. Los derechos se venden al mercado francés, donde funciona muy bien.

La serie de Tramórea, de la que hasta ahora han aparecido dos títulos, La espada de fuego (Ed. Minotauro, 2003) y El espíritu del mago (Ed. Minotauro, 2005) consolida a Negrete y lo acerca al fenómeno fan. A partir de ahora, el autor tendrá su página web, empezará a ser objeto de culto en foros de Internet y, por supuesto, ganará de calle el premio Ignotus.

La trama es todo lo tópica que se quiera, para tratarse de una novela de fantasía heroica, pero funciona a la perfección. Tras la muerte de Hairón, la espada mágica Zemal necesita un nuevo dueño o Zemalnit. Para esta tarea sólo están capacitados los Tahedoranes, grandes maestros con más de siete marcas de maestría. Derguín Gorión posee seis marcas, pues fue expulsado de la escuela por indisciplina. No obstante, se siente llamado a luchar por Zemal, empeño en el que tendrá otros seis contrincantes: Kirión, Aperión de la Horda Roja, Tylse de Atagaira, Darnil, Kratos y Krust. Juntos forman un septeto o jauka en el que se forma una solidaridad a prueba de amenazas exteriores, que son abundantes. Con todo, el mayor rival en la lucha por Zemal será Togul Barok, el hijo legítimo del emperador, cuyo destino parece muy unido al de Derguín.

La segunda novela de Tramórea, El espíritu del mago, introduce algún giro temático en la serie (que empezó pareciendo una cosa y ahora va a resultar que es otra, como sucede en el ciclo de Geralt de Rivia, de Andrzej Sapkowski), pero su éxito de ventas en el mundo "exterior" no corre en paralelo con su trayectoria dentro del fandom: ni siquiera es nominado al Ignotus y la crítica es menos entusiasta que con La espada de fuego. Pero, a diferencia de El espíritu del mago, Negrete parece afinar como nunca en la descripción de lugares urbanos imaginarios. La geografía urbana fantástica alcanza aquí las cotas más altas del género escrito en España.

Negrete reflexiona sobre las franquicias literarias (al fin y al cabo, está publicando una serie de éxito que, andando el tiempo, podría convertirse en franquicia) y escribe otra novela juvenil fantástica, Los héroes de Kalanúm (Ed. SM., col. El Barco de Vapor nº 150, 2003), mucho más oscura que Memoria de dragón. Carlos es el hijo de Miguel Medina, un escritor de novelas juveniles que ha creado una serie de éxito, protagonizada por los Héroes de Kalanúm. La muerte de la madre de Carlos de un cáncer galopante hace que Miguel deje de escribir novelas sobre los Héroes y comience a escribir obras sobre otro personaje, Rautas, cuyas aventuras son mucho más violentas. Pero parece haber una relación entre el cambio de orientación temática de las novelas de Miguel y la propia existencia de Kalanúm. La novela está narrada a dos voces, la de Carlos y la de Miguel, lo que constituye una novedad estilística en la obra de Negrete.

Llegados a este punto, y a la espera de que acometa la escritura de la tercera entrega de Tramórea, Negrete se centra en una de sus pasiones, la mitología griega. Puede decirse que, junto con la serie de Tramórea, el grueso de su producción está orientado en esta dirección.

El primer aviso lo da "El mito de Er" ((en Premios UPC 2001, Nova CF nº 149, 2002), con la que vuelve a obtener la mención especial del premio UPC. La acción transcurre en un mundo paralelo en el que Alejandro Magno no murió de fiebres cuando tenía treinta y tres años, ha conquistado casi todo el mundo conocido y se embarca en una aventura de dimensiones colosales: una expedición al Polo Norte, acompañado por su médico personal, Euctemón. Pero el mundo de la novela tampoco es exactamente como el nuestro, pues Babilonia fue borrada de la faz de la tierra por un meteorito. La expedición conquista tierras celtas y sigue ruta hacia una sorpresa de dimensiones mayúsculas, que tampoco es cuestión de destripar en esta columna. Digamos que Negrete parece apuntarse al carro de ese subgénero del fantástico que podríamos denominar cosmogonía ficción, y que hasta el momento sólo han cultivado el Ted Chiang de "La torre de Babilonia" y el Richard Garfinkle de Materia celeste.

"El mito de Er", sin estar a la altura de Nox perpetua, es una buena (y muy original) novela de expediciones polares, pero su mayor interés, para lo que nos ocupa, estriba en que, por primera vez en toda su trayectoria literaria, Negrete aborda claramente la temática clásica, sin recurrir a trasuntos, pervivencias contemporáneas y reelaboraciones: por primera vez vemos el mundo griego propiamente dicho, no una imagen del mismo. Ya no vemos a Negrete recurriendo a la época y los mitos clásicos para construir un space opera o una historia de amor galáctico: a partir de ahora, Negrete recurrirá a la época y los mitos clásicos para construir historias más o menos fantásticas o realistas que no se explicarían de otro modo. "Lux Aeterna" o La mirada de las furias podrían haber funcionado igualmente recurriendo a otros paradigmas; "El mito de Er" o Señores del Olimpo no pueden explicarse sin el recurso al mundo clásico.

Esta novela corta es al mismo tiempo un aviso a navegantes: Negrete también domina las claves del género histórico. El periplo de Alejandro y sus Compañeros a través de un mundo extraño tiene mucho de fantasía heroica y de Robert E. Howard, pero también de novela histórica pura, de exploraciones y de aventuras. No es casualidad que, justo a principios del nuevo milenio, León Arsenal, amigo íntimo de Negrete, también se adentre en el género histórico, y siga un camino en cierto modo paralelo al de nuestro autor, que culmina con Las bocas del Nilo. No creo que la asistencia de Negrete a la Semana Negra de Gijón, hervidero de literaturas y cita de autores de géneros, resulte ajena a este proceso.

La siguiente aproximación de Negrete al mundo clásico es la novela que nos ocupa, Amada de los dioses, pero la dejaremos para el final. Antes, hablaremos de otras dos novelas muy interesantes.

Con Señores del Olimpo (Ed. Minotauro, 2006), Negrete obtiene el premio Minotauro de novela, en estrecha pugna (cuatro votos a tres) con otra buena novela: Juglar, de Rafael Marín. Se trata de una novela trepidante, puro entretenimiento, tal vez demasiado ligera para lo que venía haciendo Negrete hasta entonces, pero que deja buen sabor de boca. Lo verdaderamente innovador de Señores del Olimpo no es el hecho de que los dioses clásicos tengan que enfrentarse a una nueva amenaza, el temible Tifón, hijo de la tierra y por tanto opuesto a los cielos, ni las tramas e intrigas sin cuento que se suceden en el Olimpo y en la Tierra. En realidad, y a diferencia de lo que podrían haber hecho Roger Zelazny o el mismo Negrete de la década de los noventa, no vemos aquí trasuntos de los dioses olímpicos, ni gente extraterrestre que se comporta como si lo fuera (y aquí puede pensarse en El señor de la luz o "Lux Aeterna"), sino que los protagonistas son los propios dioses, que se comportan como tales. Zeus es un arrogante, Ares un subnormal y la coquetería y vanidad de Afrodita apenas tienen parangón. Sus trescientas y pico páginas se leen de una sentada y dejan un buen sabor de boca en el lector, pero no son sino el prólogo de lo que vendría a continuación.

Porque la última novela de Negrete, Alejandro Magno y las Águilas de Roma (Ed. Minotauro, 2007), marca el punto culminante en la trayectoria del autor, así como lo que podría ser un cambio de orientación. Después de una ucronía tan completa como esta (¿la mejor que se ha escrito en España?), me resisto a pensar que Negrete no vaya a intentar en un futuro próximo escribir una novela histórica pura.

Concebida como una novelización de "El mito de Er", esta novela fue enriqueciéndose con tramas y personajes transversales, hasta que, en palabras de Paco García Lorenzana, hubo que decirle a Negrete que fuera abreviando, ya que el manuscrito original corría el riesgo de llegar a las mil páginas. Tal vez por ello, el final de Alejandro Magno y las Águilas de Roma coincide en su cronología interna con el principio de "El mito de Er". Algunos personajes varían con respecto a la novela corta (el cambio más espectacular es Euctemón, que no tiene nada que ver con el de "El mito de Er"), pero la novela es mucho más seria y completa. Negrete se consolida como el mejor retratista de personajes del fantástico español y firma una novela capaz de deleitar por igual a los amantes de la novela histórica, la ucronía y los juegos de estrategia militar.

En una de las múltiples aclaraciones históricas y cosmogónicas con que Negrete adereza la novela, se puede leer el siguiente párrafo:

Allí les esperaban las flautistas y cortesanas. Alejandro se había esmerado. Para Areo había hecho traer a la mujer más bella del sur de Italia, una joven que se hacía llamar Nerea en recuerdo de una célebre cortesana que había vivido en Atenas en la época de Alcibíades y a la que, por lo exquisito de sus dones, llamaban "la amada de los dioses". (Pág. 406)    

Para el lector poco informado, se trataría de una anécdota histórica, sin duda extraída de alguna Nerea documentada por Plutarco. Para el lector quintacolumnista, a partir de ahora se trata de un guiño a la novela más desconocida de Javier Negrete, Amada de los dioses (Ed. Tusquets, col. La Sonrisa Vertical nº 124, 2003).

¿Por qué la incluyo en esta sección, si los dioses se dejan ver en algunos momentos de la novela? En primer lugar, porque, de otro modo, habría que adscribir al fantástico cualquier intromisión divina, lo cual enrevesaría aún más el eterno debate acerca de los límites del género; y, en segundo lugar, porque la naturaleza y forma de narrar Amada de los dioses pertenece inequívocamente al género erótico. Tenemos elementos históricos y aparecen algunos dioses o sucesos poco explicables en clave realista, pero, por lo demás, se nos narra el despertar sexual de la hermosísima Nerea, sin el cual no habría historia. Podríamos prescindir de alguna escena erótica, pero no de todas, pues sin ellas no existiría la novela. Al mismo tiempo, se recogen aquí varias de las convenciones del género: el primer contacto de Nerea con el sexo, la dominación masculina, la existencia de un mentor o mentora que adentra a la protagonista en los secretos de su cuerpo, la disyuntiva entre amor o sexo, el personaje enigmático que se convierte en el único capaz de seducir a la seductora por antonomasia, la inevitable escena lésbica, la no menos inevitable escena de cópula o masturbación delante de un espejo... Negrete maneja con soltura todos los lugares comunes del género, en un verdadero esfuerzo por escribir una novela erótica, y no una novela-con-escenas-de-sexo que poder presentar a un premio especializado. Tal vez por ello (y porque está muy bien escrita), el jurado del premio La Sonrisa Vertical consideró que reunía méritos suficientes para ser finalista de su última edición.

La novela está estructurada como un flash-back. Nerea está siendo juzgada por la ciudad de Atenas, pues ha cometido un delito capital: ha prestado su cuerpo para que un escultor realice un retrato de la diosa Afrodita. El sacrilegio acarrea la pena capital. Cercano ya el momento de la sentencia, Nerea hace memoria y se cuenta (y, de paso, nos lo cuenta) cómo ha llegado hasta ese punto. Al igual que en "Lux Aeterna", el hecho de que la protagonista sea modelo para una escultura acarrea consecuencias muy graves.

La trayectoria de Nerea comienza en una pequeña isla griega, pobre pero honrada. Nerea es cabrera y, en el transcurso de un día ocioso, descubre al dios Pan copulando con una humana. Es la primera vez que ve una escena sexual. La naturalidad y candidez con que la describe resultan ciertamente conmovedoras: 

El hombre-cabra no cejaba en sus arremetidas. La mujer seguía resistiendo sus embates, pero debía de estar sufriendo mucho, porque se quejaba, cerraba los ojos y se mordía los labios. Aunque, pensó Nerea, si le doliera sin duda gritaría más fuerte y no con esos gemiditos que parecían un poco ridículos. El hombre-cabra apretó más las caderas de la mujer y la obligó a girarse hasta que sus traseros quedaron apuntando de soslayo a Nerea. Sin duda, la criatura se había movido por malicia, con la intención de que la niña pudiera verles mejor, pues fue entonces cuando se apartó un poco y sacó algo de entre las piernas de la mujer. (Pág. 21)

La adolescencia de Nerea se ve truncada con un ataque pirata. El jefe, Pasión, la salva de ser violada y humillada, como su amiga Lampra. La apadrina, no tanto por compasión como por negocio: Nerea es demasiado hermosa y, por tanto, resulta una pieza cara y lucrativa.

Una vez en Corinto, Nerea es vendida a Mírrina, antigua prostituta y actual dueña de la mayor casa de lenocinio de la ciudad. Allí es instruida en las artes amatorias, pero su ama la reserva para un cliente de altos vuelos. Reserva su virgo, se entiende, pues a estas alturas Nerea, si bien su himen permanece intacto, ya ha experimentado ciertas formas de amor.

El período formativo de Nerea ofrece las escenas más costumbristas de la novela. Negrete realiza una descripción realmente meritoria de la sociedad y los usos cotidianos griegos. También presenta un retrato bastante creíble de personajes femeninos (la despótica Gorgo, la seductora Mírrina y la lésbica Fano), así como las inevitables lecciones acerca de la vida, que salpican el texto:

-Estas tetas no darán tanto placer a los hombres como las mías, pero a ti sin duda te harán gozar más.
-No te entiendo, señora -dijo Nerea, y mentía, porque se había acordado de Zósimo, de cómo su boca se apoderó de sus pechos y del delicioso temblor que había estremecido todo su cuerpo.
-Ya lo entenderás. (Pág. 55)

Llegados a este punto de novela, Nerea empieza a padecer el favor de los dioses. Y digo padecer porque los dioses olímpicos, siempre empeñados en jugar con los hombres como si de fichas del ajedrez se tratara, se fijan en ella, atienden sus súplicas y la distinguen con sus atenciones, pero al precio de arriesgar su salud. Cada vez que Nerea entra en contacto con ellos, sufre una transformación que la mantiene durante días entre la vida y la muerte; pero siempre sale de esas crisis más hermosa y espectacular que antes. Nerea es la envidia de hombres y mujeres, y el juguete de los dioses.

La primera experiencia sexual completa de Nerea posee todos los elementos del género: ella está convencida de que va a ser desvirgada por un ser feo y contrahecho, pero resulta ser todo lo contrario, el galán más apuesto que se puede imaginar; y, por supuesto, quedará irremediablemente enamorada y unida al hombre de sus sueños, que a partir de este momento pasará a simbolizar lo inaprehensible e inalcanzable, pues se niega a revelar su identidad.

A partir de este momento comienza la verdadera formación de Nerea, que queda truncada de una manera drástica a raíz de un suceso inesperado. Los tiempos están revueltos, Alcibíades es el personaje dominante de la vida griega y Nerea se establece por su cuenta en Atenas, donde alcanzará fama por su belleza y su capacidad para gozar, y empezará a codearse con las figuras más destacadas de la escena política y cultural de la polis griega. Intrigas, amor y celos empiezan a sucederse, las escenas de sexo cada vez son menos placenteras y los cortejos dan paso a la pura desesperación. Todo ello conduce irremediablemente a que los caminos de Nerea y la justicia se encuentren. El capítulo final cierra la novela en el mismo punto en el que empezó, su juicio por sacrilegio, y nos conduce a un final inesperado y un epílogo histórico, extraído de un texto de Plutarco, que tal vez rompa el hilo de la novela.

Amada de los dioses es una novela interesante, no tanto por la descripción de escenas sexuales más o menos explícitas (algunas, muy brillantes; otras, un tanto rutinarias) como por tratarse de un eslabón más en la obra de Javier Negrete, un paso en su perfeccionamiento como autor todoterreno, un jalón más para conformar una trayectoria multidisciplinar, la demostración de que puede acometer con garantías de éxito cualquier empresa y género que se proponga. Sin contarse entre sus mejores trabajos, Amada de los dioses resulta recomendable para los amantes de la literatura erótica, la novela histórica y, por supuesto, los seguidores de Javier Negrete, que a buen seguro se sorprenderán al descubrir esta obra. 

Archivo de La Quinta Columna
[ portada ] [ reseñas ] [ opinión ] [ artículos ] [ editorial ] [ nosotros ]