Quizá el
mayor problema de Rafael Marín (y supongo que el de bastantes escritores que
conocemos por estos lares) sea el encasillamiento en el mundillo del fantástico.
Perdidas en las arterias del fandom más recalcitrante, que tiende a amarlas y
odiarlas por igual, muchas de sus obras no suelen ser observadas desde una
posición neutra, desde una posición "literaria" que se limite a reseñar
su valía desde de un punto de vista meramente estético, sin abundar, las más
veces erróneamente, sólo en el público al que van dirigidas.
Tal es el
caso de Juglar, sin lugar a dudas.
Esta
novela, si hubiera venido desde otro punto cardinal de nuestras letras, sería
por todos alabada y considerada como lo que es: una obra maestra. Tiene todos
los requisitos para serlo. Una ambientación social e histórica cuidada hasta
el más mínimo detalle; unos personajes redondos y bien construidos que en
algunos momentos parecen cobrar vida propia y salirse de las páginas del libro,
unos tipos a los que aprendemos a amar y detestar cual si fueran personas de
nuestro entorno; magia, mucha magia, destilando cada una de las frases y la
situaciones que se nos presentan, una magia arcana que muy pocos libros pueden
enorgullecerse de poseer; y, sobre todo, planeando por todas las dimensiones del
volumen, un buen hacer literario que nos embarga hasta el paroxismo, de modo que
es casi imposible soltar el libro y dedicarnos a otra cosa.
Los ojos de
este Estebanillo, ese juglar a contrapelo que nos explica las miserias y las
virtudes de una época oscura de nuestra historia, nos muestran una realidad tan
cercana como la que nos rodea, en un tiempo lleno de magia y oscurantismo que
quizá nos han enseñado a olvidar. Sin duda, una de las mayores virtudes de
esta novela es demostrarnos que, a poco que escarbemos en los estratos de
nuestro pasado, podemos encontrarnos con un folklore fantástico tanto o más
rico que el anglosajón, ése que nos invade con sus leyendas artúricas y seres
de fantasía alejados de nuestras raíces y nuestra cultura. Rafael Marín, como
ya hiciera en La leyenda del Navegante,
reinventa, o más bien redescubre, ese mundo mágico mediterráneo, esa
literatura de fantasía anclada en nuestro sustrato cultural, en nuestras
costumbres, en esas tradiciones que, y me repito, hemos dejado de lado por mor
de falsos profetas y estrategias editoriales.
Entre sus páginas
vamos descubriendo, de la mano de los diversos personajes, mitos y leyendas que
conformaron una historia diferente, un trasunto de la "versión" oficial que es mucho más atrayente y creíble, unas líneas de
actuación que se apartan de los heroicos protagonistas de la historia
franquista para mostrarnos la miseria y la gloria humanas completamente al
desnudo. Es un intento, bien conseguido, de colocar a cada cual en su sitio, de
darle a cada uno de los actores y actrices su verdadero papel en la representación.
Amena,
tragicómica, amoral, transgresora, Juglar
debería estar llamada a ser uno de los clásicos literarios de este amorfo y
deslavazado siglo XXI. De lectura no sólo recomendable, sino imprescindible, al
que suscribe le consta que muchos profesores de literatura la tienen ya entre su
lista de lecturas académicas recomendadas, y no es para menos. Pocas veces un
libro están tan bien escrito y estructurado, o tiene la capacidad de llegar a
sectores del público que los que nos movemos en el "mundillo"
consideraríamos impensables. Tiene la extensión justa, todo un alivio en estos
tiempos de tetralogías, pentalogías y ene-logías
que tanto gustan a las editoriales de franquicias; su simpleza es todo un soplo
de aire fresco en el neo-rococó que nos asola desde los cuatro puntos
cardinales.
Todo lo que
yo pueda decir es poco. Cómprenla, siéntense en su sillón favorito y disfrútenla
como una ambrosía para sus cerebros. Les prometo que incluso querrán repetir.
Desgraciadamente,
no creo que haya una segunda parte.
Joaquín Revuelta
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