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Lágrimas de luz
Lágrimas de luz
Rafael Marín
Col. Gigamesh
Gigamesh, 2002

Se ha dicho que Lágrimas de luz es la novela que inaugura la cf española moderna. Yo no puedo llegar a afirmarlo, pero lo que sí puedo es decir que es un buena obra, con muchos detalles muy destacables y algunas otras deficiencias. Una tercera edición no es fruto, evidentemente, de la casualidad.

Lágrimas de luz, escrita por su autor cuando contaba sólo con veintidós años, está construida a base de una paradójica superposición de planos: medievo y futuro, mester de juglaría y viajes estelares, circo y teatro y cyborgs... Rafael Marín nos presenta una Tercera Edad Media en la que la agresiva Corporación viene a tomar el papel del Imperio Romano. En ella se lleva a cabo una transposición de usos y costumbres medievales, tanto de sus roles sociales como de sus características culturales. Este hecho es una de las principales aportaciones de la obra, pues se trasladan los métodos y fines de los cantares épicos del medievo a la labor colonizadora de la Conquista. Y la fusión no resulta chocante; es más, es completamente coherente e, incluso, lógica.

En ese particular marco, que está aprovechado al máximo, se reinterpreta el lema romano de “pan y circo” en un peculiar “sexo y drogas”. Una vez cubiertos los instintos y las necesidades básicas, es más fácil dominar y adormecer al pueblo. En el fondo, lo que se plantea es el mito del eterno retorno y la concepción cíclica de la historia.

Como corresponde a la mentalidad medieval, el individuo desaparece bajo la comunidad, bajo la Corporación. Pero Marín lo renueva convirtiéndolo en un alegato sobre el cuestionamiento y posterior insumisión a la autoridad desde una perspectiva estrictamente individual. Lágrimas de luz es una clara denuncia antimilitarista y antiimperialista a la par que una defensa de la cultura como método subversivo. El sabor amargo y el pesimismo que rezuma es cuestión aparte.

Esto nos lleva a hablar de otro de los aspectos más relevantes de la novela como es la metaliteratura. Además de las referencias subterráneas (y no tanto, como el continuo homenaje a Moby Dick), el libro contiene muchas y jugosas reflexiones acerca de la creación literaria y sobre la estética de la recepción siempre amoldándose y partiendo de los usos romanceriles medievales. También posee juicios de teoría del teatro y notas sobre interpretación. Incluso se llega a incluir la representación de una obra de espíritu dadaísta.

El texto está salpicado de despuntes líricos, de pasajes con una prosa muy cuidada, con espacios para la introspección y la recreación formal. Estos momentos son los que dotan de un estilo personal a la novela. Observados estos elementos de manera retrospectiva, hoy podemos congratularnos de que esa línea haya seguido siendo trabajada y pulida por Marín y nos topemos ahora con narraciones tan gratificantes como “La piel que te hice en el aire”. Aquí están las bases. El tesón hizo el resto.

Sin embargo, fruto de la inexperiencia, de no tener, como era esperable, muy definido hacia dónde apuntar, hay otros pasajes en los que se acumula la acción, yuxtaponiéndose aventuras sin una evolución clara del personaje, alargándolas, tal vez, en los que Lágrimas de luz pierde altura e incluso garra.

Aun así, no podemos ni debemos restarle mérito a esta, recordemos, primera novela que contiene numerosas líneas bastante atractivas.

Para finalizar, hay que hacer referencia a los dos cuentos que completan esta edición de Gigamesh, “A tumba abierta” y “Ébano y acero”; dos cuentos que amplían nuestra visión de este peculiar universo. El primero es un decepcionante relato de cacerías y persecuciones que se apoya en el multiperspectivismo, mientras que el segundo es una historia algo flojilla de desventuras e insurrecciones mineras. A pesar de ello, Lágrimas de luz posee el suficiente atractivo para ser una lectura interesante.

Alberto García-Teresa

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