Nacida
para explorar los rincones oscuros y no necesariamente superheroicos del
universo DC, hija espúrea de La Cosa del Pantano
y Hellblazer, la línea Vértigo ha sabido rodearse de un buen puñado de
autores que, lejos de los convencionalismos de los héroes enmascarados, han
sabido jugar la baza de lo macabro, lo intelectual y lo epatante, disfrazando el
productor de una pátina de cualité no siempre veraz pero encajándolo
todo en un aire de auteur que en algún momento no ha podido evitar que
se viera al trasluz alguno de los precarios pespuntes con los que se ha
engalanado este nuevo traje.
Es el caso de Predicador, la desvergonzada,
divertida y falsamente trascendente serie de ¿terror?, ¿oeste?, ¿misticismo?
¿humor?, que el guionista irlandés Garth Ennis y su compinche inglés Steve
Dillon entregaron durante cinco años y setenta y cinco números (entre serie
regular, especiales y mini-series) de envidiable profesionalidad.
A sus anchas en un universo de road-movie con todos
los tópicos de las películas de serie B que en el mundo han sido, el
predicador que da título a la serie es un guaperas rendido al alcohol poseído
por un ser sobrenatural, fruto de ángel y demonio, llamado "Génesis",
quien por accidente ha aniquilado a toda su parroquia. Jesse Custer, que así se
llama el personaje, emprende un viaje iniciático por Estados Unidos en búsqueda
de Dios, acompañado por su ex-novia Tulip O´Hare y, lo mejor de todo, un
borrachuzo vampiro irlandés llamado Cassidy que tiene mucho en común con lo
que luego iba a ser el personaje de Spike en la televisiva Buffy
Cazavampiros.
La
serie es mordaz, llena de aciertos y grandes momentos de exagerada profanidad.
Se nota que los autores buscan epatar, aunque no siempre lo consiguen, demasiado
constreñidos en ocasiones por el medio (el clergyman y el alzacuellos de
Jesse Custer, lo único que lo pueden identificar como cura, puesto que en
ninguna otra cosa funciona como tal, no son en el fondo sino su propio uniforme
de superhéroe) y por el deseo de ser fieles a su propia imagen de niños malos.
Hay personajes secundarios memorables (El Santo de los Asesinos, un
trasunto salvaje y fantasmagórico de John Wayne), y ridículos (el tarado
Caraculo, un freak que intentó suicidarse al estilo Cobain y sólo logró
destrozarse la cara de un tiro), todo en medio de idas y venidas de olla, malos
muy malos y el macguffin de la búsqueda del Santo Grial y su revelación
como estirpe de María Magdalena y Cristo
como lazo argumentístico, donde coincide con El código Da
Vinci.
Ennis
recrea acentos y da rienda suelta a tacos y expresiones floridas que a buen
seguro escandalizaron (o entusiasmaron) a más de un lector, mientras que Steve
Dillon, frío y concienzudo en su trabajo, permite una lectura tranquila y sin
experimentaciones vacuas: sin duda parte del éxito de la serie se debe a su
entrega minuciosa y a su claro story-telling.
Un tebeo divertido si no se lo toma uno demasiado en serio, que según
parece va a ser adaptado a la televisión por la prestigiosa cadena HBO.
Trasladando los postulados de Manikavaja y su Popeye a un mundo yanqui
deslenguado y algo gore, Predicador supone también la visión de América
y su sueño por parte de un par de autores algo golfos que vampirizan ese sueño
y le colocan delante un espejo no necesariamente deformante.
Archivo de Umbrales
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