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Rafael MarínComic fantástico
Umbrales
Rafael Marín

50 cómics de fantasía (XX)

John Constantine: Hellblazer
de Varios Autores
(1987)

Hizo su entrada en el mundo de la historieta como Virgilio descreído para la Cosa del Pantano: una gabardina arrugada, una cabellera rubia, un acento inglés, mucho tabaco y una actitud. John Constantine, el mago de la mala suerte, el ocultista que, basándose en los rasgos del cantante Sting, pondría en solfa (como un Lobezno del terror, por otra parte) el status quo del mundo que, a regañadientes, le había tocado defender contra aquel otro mundo que temía y, quizás, conocía perfectamente por haber venido de allí. Lo creó, ya digo, como secundario de lujo Alan Moore en su serie. Y su carisma hizo el resto.

John Constantine: Hellblazer

En 1987, cedidos los bártulos a otros autores, y con el título John Constantine: Hellblazer, nuestro particular inglés descreído inició, dentro de la línea Vértigo, su periplo por magias y espantos. Primero con Jamie Delano como guionista y John Ridgway a los lápices, y al correr de los tiempos con otros grandes autores en sintonía con su visión del mundo como Garth Ennis, Steve Dillon, Brian Azzarello y hasta un recuperado Richard Corben.

Las aventuras de Constantine, más allá del equívoco que quiso primero verse con sus iniciales (porque es cualquier cosa menos un mesías, naturalmente), se entroncan en la estética del perdedor. Constantine tiene la mirada cínica de un detective clásico, la voz en off de un Philip Marlowe superviviente de aquelarres. Es, en efecto, un náufrago de espantos que a veces se nos narran, a veces se nos sugieren. Constantine es un hombre sin amigos porque, como bien ejemplifica el subtítulo de su serie, trae el infierno, sobre todo a aquellos que tienen la mala suerte de cruzarse en su camino y amarle.

John Constantine: Hellblazer

Todo en medio de una actitud muy británica en una editorial que, paradójicamente, no lo es. El exotismo de Constantine está, precisamente, en que es mundano. No es un héroe musculado, no es un yanqui seguro de sí mismo, un héroe al uso. Constantine es un inglés, un brit alcoholizado, fumador empedernido, su voz de aguardiente suena en las líneas que acompañan sus reflexiones. Constantine es cobarde, porque ya no cree en los héroes, si es que alguna vez fue héroe él mismo. Es desgraciado en el juego, en la aventura y en el amor. Si siente compasión por el mundo en el que vive, se guarda muy mucho de hacérselo ver a él mismo: quizá no encuentre diferencia entre el demonio que le persigue o la mujer que lo abandona, entre el pueblo rendido a cultos satánicos y las novias que escapan del caos de la situación política en Irlanda, entre el ángel y el demonio que suponen quizás las dos caras de una moneda que se le escapa por algún agujero en el bolsillo.

John Constantine: Hellblazer

Constantine es un ave extraña en el mundo de la historieta norteamericana. Porque no es americano, sino inglés, y no le desencantan demócratas ni republicanos, sino whigs y tories, la vida misma en su mezquina búsqueda de luces y sombras. Constantine viene de Sting pero pronto se convirtió en Syd Vicious, y de ahí, quién sabe, si en conciencia descreída de nuestra sociedad, sea en América, sea en su propia tierra: un predicador del nihilismo, un ex adorador de su propia persona. Guapo y desgreñado, solitario, un corcho a flote en la tormenta. Como cualquiera, sí. Sólo hace falta darte cuenta de que ninguna gran responsabilidad puede pagar el precio de querer jugar con poderes tan grandes.


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