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Sagrada Biblia
Sagrada Biblia
E. Santo
Ediciones Vaticanas, 2000

Hartos como estamos de ver aparecer, una tras otra, mediocres imitaciones de la obra de J.R.R. Tolkien, la reedición de un libro como el que nos ocupa supone, al menos, la interesante novedad de no tomar como referencia el archisobado -y maltratado- Señor de los anillos, sino la principal obra de la cosmogonía tolkieniana. La Biblia es, como cualquier lector despierto advertirá enseguida, una recreación poco disimulada del Silmarillion, texto con el que comparte tanto virtudes como no pocos defectos. Así, el excesivo uso de las listas de nombres, que aunque aportan un innegable exotismo llegan a ahogar en ocasiones el ritmo del relato, o la forzada fragmentación en historias individuales, explicable en el caso del Silmarillion por tratarse de una obra inacabada pero poco justificable en un texto completo al que el autor no ha sabido dotar de suficiente unidad y coherencia narrativa.

Pese al paralelismo con la obra de Tolkien, hay que admitir en el autor un cierto interés por la creación de mitos propios -Job (con innegable influencia de Heinlein), Esther, Judith- aunque, todo sea dicho, sus peripecias para el pueblo judío queden lejos de la carga épica y el trágico destino de sus antecedentes: los Noldor (la travesía del desierto del Sinaí resulta ser así sólo un pálido reflejo del cruce del Helcaraxë). Tampoco es especialmente afortunado el rescate de una de las principales figuras del panteón de Neil Gaiman; un Lucifer que queda aquí relegado a un papel secundario muy alejado de la potencialidad que, sin ir más lejos, vieran ya en él Michael Moorcock en El Perro de la Guerra y el Dolor del Mundo, John Milton en su Paraíso perdido o Rodolfo Martínez en Territorio de pesadumbre. Por no hablar del plagio descarado de los sables laser de Star Wars en la espada de fuego del ángel del paraíso. El recurso a la "historicidad" mediante la inclusión en el texto personajes y pueblos reales (romanos, egipcios, sirios, babilonios...) es forzado y demasiado falso para ser creíble, en tanto que fuerza a que unos acontecimientos de carácter mágico transcurran en un entorno de aparente naturalidad, manejado en esta ocasión sin la gracia y el saber hacer con los que sólo un Tim Powers podría trabar semejantes mimbres. Finalmente, la excesiva acumulación de poder en una única deidad resta posibilidades dramáticas -ya sabemos, desde el comienzo, quién será el ganador- a la vez que dota a la novela de una fuerte carga reaccionaria, al presentarnos siempre como modelo de conducta una heinleniana sumisión ante quienes ostentan el poder de la fuerza, encarnada en este caso como un dios todopoderoso.

Y si la primera parte viene a ser una imitación del estilo e intereses de Tolkien, la segunda no se queda atrás a la hora de copiar moldes de éxito seguro. Orson Scott Card es, esta vez, el modelo, con la clásica historia de niño con poderes ocultos, predestinado e incomprendido por su sociedad. Incluso en lo formal, y como una especie de Esperando a Godot tetraploide, retoma la idea recientemente incluída por Card en su multilogía de narrar varias veces una misma historia por parte de diversos espectadores; aunque hacerlo ¡cuatro veces! sea a todas luces excesivo y más bien dé la impresión de un burdo recurso para engordar el relato hasta el número de páginas requerido por la editorial. La inmolación final del protagonista bebe directamente (y aun diría que imita) de los personajes de Robert Silverberg, con la diferencia de que la progresión dramática está mucho menos conseguida y llega hasta extremos casi paródicos al intentar plasmar la temática del sacrificio y del sentimiento de culpa, por supuesto sin el oficio de que hace gala el famoso autor judío en sus novelas. De todos éstos parametros se aleja un tanto el "Apocalipsis", una fantasía onírica de cierto valor que recuerda lejanamente a obras como El lanzador de Eduardo Vaquerizo o los Cuentos de Tierra Vaga de Enrique Lázaro, pero que nuevamente aparece desconectado del cuerpo principal de la obra.

El recurso comiquero de la resurrección del protagonista, traído por los pelos casi al final de la segunda novela, nos augura una inevitable continuación como trilogía. Dado que toda la Biblia es un pastiche de éxitos de la fantasía épica, la novela histórica y la ciencia-ficción, solo nos queda esperar a ver cuál será ésta vez el clásico imitado por una obra que, más que en el campo de la creación, habría que incluir en el de la mera franquicia; como tal, plenamente olvidable.

A. Salamandra

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