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Fernando Ángel MorenoCine fantástico
Contraplano
Fernando Ángel Moreno


300

¡Esparta!

Hace no mucho tiempo, Blanca me pidió que explicara a qué me refería con eso de "cine clásico fantástico". Era una pregunta esperable, ya que le acababa de enviar la crítica de Highlander. Para muchos, esta película tendrá de "clásica" lo que Mystic river tiene de ciencia ficción o las películas de Almodóvar de realistas.

Le respondí -Blanca me perdone-, en uno de esos días en que no estás para correos, que me refería a "cine clásico fantástico", ni más ni menos.

Me refería en realidad a películas que por la razón que sea han dejado huella en la memoria, que se han convertido en largometrajes de culto, que cuando uno piensa en ellos, aparece el: Sí, hombre, claro. Con esta... err... complejísima aclaración, me di cuenta de que Highlander entraba, pero... Justo la que más parecía entrar en un principio menos entraba en la categoría. Oops... La que no entraba ni de broma era Código 46. Err... ¿Qué hacemos, Blanca, la quitamos? Naaaaahh...

En fin, la idea fundamental de referirme a "cine clásico" era que no iba a comentar estrenos por el mero hecho de ser estrenos, por llamativos que fueran. Eso no me impide criticar alguno, de vez en cuando, mientras considere -haciendo de Nostradamus- que va a convertirse en una película de referencia en el futuro o que, en ese momento de su estreno, ha tenido una cierta trascendencia. En fin, esto me lleva por lo general a películas estrenadas hace años, ya dictada la sentencia del juez del tiempo. Por ello, aquí suelo centrarme sobre todo en la revisión de películas.

No obstante, comento este mes un estreno, por la considerable fama que ha alcanzado. Me refiero a 300, de Zack Snyder.

Como dirían mis amigos Alberto García-Teresa o Gabriella Campbell, ¡cuánto depende de cómo se lea la obra para tener una opinión sobre ella! Cabe recordar esta idea antes de comenzar. Pues 300 ya por su propia naturaleza, temática, por el espíritu que la sostiene, pero también por la manera en que ha sido acabada, es una de esas películas tan dependientes del horizonte de expectativas del espectador que resulta incómodo afirmar si es una buena o una mala película. ¿Qué es eso del horizonte de expectativas? Pues, aunque creo que es un término ya bastante conocido, lo resumiré con un ejemplo, ese comentario tipo: Me molan las pelis de vaqueros. Eso es el horizonte de expectativas. Claro, dicho así, no parece muy profundo. Pero es que, como todo en la buena teoría del arte, no es en realidad un término demasiado profundo. Se puede desarrollar, vale, afirmando que ahí entra todo lo que uno espera encontrar en una obra a partir de su subconsciente personal y cultural, y su disponibilidad a partir de ellos para aceptar ciertas obras, pero no otras. Bien, entonces iría más allá del simple: Me molan las películas de gladiadores en saunas turcas, es cierto. Entrarían factores de muchos tipos. Por lo general.

En 300 no entran factores de muchos tipos.

Nop.

Más bien entra sobre todo un factor: Me molan las pelis de hostias.

Bueno, no nos perdamos, ¿a mí, Fernando Ángel, me ha parecido 300 una película satisfactoria desde un punto de vista artístico? ¡Por supuesto! Porque me molan las pelis de hostias.

Mi horizonte de expectativas estaba petardeando en mi subconsciente mientras la veía, con tanta fuerza como el sentido arácnido de Spiderman enfrentándose al Juggernaut.

Parece un razonamiento un tanto simple, pero de verdad que creo en él.

300 es, en mi opinión, una estupenda película desde casi todos los sentidos (que en su caso no son muchos, pero sí los suficientes), una vez entendemos lo que pretende. Considero importantísimo calibrar lo que una obra artística pretende para valorar sus logros. Por ejemplo, Cobra no me parece una buena película ni de acción, ni policíaca ni desde ningún punto de vista, por la sencilla razón de que no transmite lo que pretende transmitir, no está bien hecha, no resuelve bien las situaciones, ni los personajes, ni la ambientación ni prácticamente nada.

300, sí.

Ante todo, debemos plantearnos si vamos a realizar o no la comparación desde el cómic, pues existe una gran tendencia a analizar las obras artísticas por las obras de otros lenguajes en las cuales se basan; bien, es un defecto muy humano, pero por lo general inapropiado. Ninguna, absolutamente ninguna obra puede satisfacer en todos los puntos donde la obra anterior satisfacía. Los autores son diferentes, el lenguaje es diferente, los momentos históricos son diferentes... Mucha gente se queja cuando ve Troya y descubre que han cambiado el personaje de Ulises o que han acortado el tiempo de la guerra. Son detalles que nada importan para la coherencia interna de la película, la cuestión debería basarse en cómo funciona la película en sí misma. Es mi opinión, muy discutible, lo sé. Hablar de la Ilíada para analizar la película de Troya es incongruente y denota bastante incoherencia, una vez más desde mi punto de vista. Casi cualquier persona de las que hablan de la fidelidad a la Ilíada no se quejan de que aparezca el caballo de Troya, cuando Homero no lo menciona en la Ilíada, sino en la Odisea. Me adelanto a quienes me digan que es el mismo autor instruyendo acerca de que seguramente no es el mismo autor. "Homero" es más una idea que un autor en el sentido moderno del término. Sin embargo, en lo que a ellos les gustaría que fuera Troya, está el caballo, aunque traicione del todo el espíritu de Homero. Que lo traiciona. Toda esta gente -como quizás tú, amable lector- juzga -como es normal- la película desde su horizonte de expectativas, desde lo que desean encontrar: un Ulises como lo han imaginado, una guerra como la que recuerdan, la aparición de los dioses... No se dan cuenta de que la película en sí misma es casi coherente. ¿Es una buena película? Dejaremos eso para otra columna...

Lo que importa ahora, amable lector, para analizar 300 no es la fuerza que ejerce la obra de referencia, sino la fuerza que ejerce nuestro recuerdo de la obra de referencia, así como lo que nosotros querríamos ver a partir de ella. He escuchado a mucha gente que el defecto de Sin City reside en que no aporta nada al cómic, que es una repetición, que para eso no valía la pena hacer la película. A algunos de ellos también les he escuchado meterse con Troya -por seguir con el ejemplo- con el argumento de que cambia demasiado el original. En ninguno de los casos les importa nada el original, en realidad, sino las expectativas, una vez más, que se habían creado. ¿Deben renunciar a ellas? Ni idea, ellos verán y, además, estaría por ver que pudiéramos hacerlo en todos los casos.

No obstante, por este principio, ya comento que no hablaré aquí del cómic de 300. Ah, sí, ni de El león de Esparta.

¿Hablo de Herodoto, en quien se basan supuestamente muchas referencias modernas sobre Esparta? Sería absurdo; en primer lugar, porque era un gran mentiroso, aún más que muchos grandes mentirosos de la Historia. En segundo lugar, porque entonces ni entro a ver la película. Lo que narra Herodoto es, básicamente, espectacular. Mucho más que esta película. Y mucho más increíble; tipos con pinzas de cangrejo en las manos incluidos.

No nos encontramos ante una película histórica. En aquella época el pueblo persa era mucho más civilizado que el espartano, y desde luego los inmortales no eran monstruos. Ni me suena que tuvieran mutantes en la corte. Aquí estoy un poco perdido porque no lo he revisado últimamente, pero juraría que no había mutantes, no.

Lo primero que quiero afirmar es la idea de que el elemento fantástico no juega en esta película un papel catártico, como en Gattaca; ni impulsor de la trama, como en Highlander. El elemento fantástico en 300 aporta atmósfera y facilita el pacto de ficción. Es como si nos dijera: ey, recuerda que no hablamos de Historia, sino de "película de hostias o, si acaso, de aventuras". Nos indica que esto no va de recreación histórica. Al mismo tiempo, introduce el factor de la eterna lucha del Bien contra el Mal. Según los rumores, los iraníes se han ofendido al ver a sus antepasados como esos "representantes del Mal". Sería lo mismo que decir que en una película americana los españoles de la época de Isabel II fueran los representantes del Mal. ¿Nos ofenderíamos? Yo no, desde luego. Desconecto por lo general cuando se trata de ficciones. La actividad educativa es labor de padres y docentes, no del arte ni del entretenimiento. Pero entiendo que en un principio algunos hubieran preferido que se hubiera escogido la cultura de al lado en vez de la propia.

Como se puede ver, he gastado muchas palabras de esta columna en factores extracinematográficos. Si alguien considera que a estas alturas debería haber hablado más de la película, yo estaría de acuerdo. Eso apoyaría mi idea de que cuando se trata de cine hay que hablar de cine y que los referentes externos son apoyos si valen como apoyos, y que hay que abandonarlos si sólo molestan el visionado de la película.

Sin embargo, espero que todo lo escrito haga reflexionar sobre este tema: he tratado tantos temas extracinematográficos en una columna sobre lenguaje cinematográfico (es lo que espero que sea esta columna) por la enorme importancia que se da a lo extracinematográfico a la hora de valorar una película. Bien, me servirá de referencia a partir de ahora cada vez que vuelva a salir el tema en sucesivas columnas, con lo cual no tendré que repetirlo.

¿Y qué queda por decir?

300 es una película que toma la tradición popular del espíritu espartano de realización a través de la guerra, de la heroicidad y de la camadería militar. Éste es su tema fundamental, un tema magnífico para una película de aventuras. Recoge del cómic el colorido, aunque no la composición pictográfica; recoge la voz en off. Esta voz en off en ocasiones impide que rellenemos el significado obvio de las imágenes, como en el lamentable momento en que nos explica por qué Leónidas no se despide de su mujer. Err... No somos tontos, ya nos habíamos fijado, gracias. Sin embargo, dudo de que pretenda ser una voz en off explicativa, sino que también pretende ser ambiental, para marcar el tono legendario del rapsoda griego (sin el verso yámbico homérico, que no habría venido a cuento, pero habría quedado genial).

Las imágenes representan la iconicidad humana de la época, especialmente en la tan criticada cámara lenta: elemento efectista para dar idea de los detalles de la lucha, al tiempo que para exaltar la plenitud de una vida dedicada a la realización del propio cuerpo. Al fin y al cabo, se trata de una vida consagrada a ese momento grandioso. En esta misma línea, Leónidas exhibe posturas calcadas de ánforas griegas. Esta referencialidad a la iconicidad artística clásica aparece también en muchos de los primeros planos, con retratos de un Leónidas que tanto en estética como en interpretación representa de manera magistral el personaje legendario que pretende ser.

Del mismo modo, la idea de la falta de misticismo funciona bien con ese oráculo de película de Harry Potter. De tan inocente y facilón, a mí me funciona, aunque entiendo que a alguien pueda haberle cargado una manera tan simplona de resolver a esos malignos, oh, qué perversos, oráculos. También en la danza lasciva de esa joven de los oráculos vemos cómo la plasticidad de este mundo exótico de otro tiempo, de otra época que no es la nuestra, y que jamás existió, es coherente en toda la película. Por favor, amable lector, no me vengas con cómo era el oráculo, que llevo toda mi vida escuchando las deformaciones modernistas de China y Arabia, las exageraciones expresionistas de las calles austriacas y alemanas, la incomprensible adoración por los rituales hindús por parte de los artistas del LSD, la idealización absurda en literatura de pueblos étnicos en cuya sociedad existen tantas luces y sombras como en la nuestra...

300 pretende entretener con un derroche visual de vestuario, luz, color, textura y música. Por cierto, si a alguien le ha chirriado la guitarra eléctrica (aunque, por otra parte, chirriar está en su naturaleza), que me explique por qué no suele chirriar la gran orquesta en las escenas del desierto en Lawrence de Arabia. ¿Había orquestas sinfónicas en las tribus de Arabia?

300 habla de épica, de héroes, de confianza en uno mismo, de superación, de plenitud del cuerpo y de la voluntad humana...

No obstante, me fastidiaron los discursitos americanoides del final y del senado, porque yo tampoco estoy libre de buscar en una película lo que quiero encontrar. Por eso, en Casablanca, muchísimo más panfletaria, con diferencia, que 300, no me molesta. A mi horizonte de expectativas le molestaba el de 300. Por eso fui a verla una segunda vez, en versión original (gana mucho, sobre todo Leónidas y Jerjes, que no es tan loca en el original; últimamente, me fijo en algunos dobladores que joden ideas del original). La segunda vez sólo me molesté en disfrutar del valor, la lucha por las propias creencias -aunque eso lleve a la muerte-, la glorificación de haber sido coherente uno con su sistema de valores.

Y disfruté con los detalles de una buena peli de aventuras que sólo pretende entretener y que, desde ese punto de vista, es fiel a sí misma, sin grandes incongruencias ni traiciones a su espíritu. Doy gracias por no haber nacido espartano, es cierto, ni tener que pedir libertad de expresión a Leónidas, pero también doy gracias por que me hagan querer gritar ¡Esparta! desde la butaca, sin que me despeñen por un barranco de niño. Y se agradece a la mágica ficción, a la fábrica de vidas que no viviré, a ese dios bondadoso que es el cine.


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