He dudado mucho antes de empezar esta sección. Desde el título
hasta el tono o la elección de películas. Blanca me perdone, la he tenido
esperándome semana tras semana por esa crítica que no llegaba, pero de verdad
que tenía enormes dudas sobre cómo enfocarlo. Incluso fui a ver La
caja Kovak, de Daniel Monzón, por eso de comentar algo de rabiosa
actualidad: película muy española -excepto por la exhibición técnica del
protagonista, muy llamativa frente los "entrañables"
actores españoles- de ciencia-ficción. Pero, siguiendo con mis gustos ante la
crítica, he optado por no amargarme la vida. Con esfuerzos constantes de
comentar películas recientes, me conozco, enseguida debería entrar en
valoraciones personales viscerales, difícilmente defendibles y muchas de ellas
cargadas de prejuicios. ¿Como cualquier crítica? No tanto; el cine, en mi
opinión, tiene unos parámetros de los cuales carece la novela, sobre la cual
podemos reflexionar mientras estamos con ella, tomar notas, ir desgranando. No
así el cine. Quizá por eso no suele convencerme del todo la crítica
cinematográfica inmediata. Truffaut decía: "No
se ha visto una película hasta que no se ha visto dos veces".
De todos modos, ya digo que me planteé lo de comentar
novedades y por eso me fui a ver La caja
Kovak. Incluso tomé notas sobre ese comienzo interesante, bien conducido,
con una rápida presentación de personajes mediante sus acciones y una buena
localización de escenarios. Sin embargo, tengo el problema de que no me
interesan las películas que no me creo, y una crítica sobre La
caja Kovak habría caído tanto en lo subjetivo (necesito tiempo para calmar
mis primeros impulsos) que los elementos que me satisfacen, como una fotografía
sucia (me gusta mucho), una banda sonora muy trabajada (aunque se limita a
subrayar lo que ya vemos, incluso exagerándolo demasiado, a mi gusto) o un
ritmo muy conseguido (a base de encadenar muy bien la consecuencia de una acción
tomándola como fundamento de la siguiente), no me bastan para unos personajes
que no me creo y unas reacciones ante los problemas que me hacen preguntarme si
de verdad estos dos ingenuos merecerían seguir vivos al final de la cinta. Uno
se cansa del "¿Por qué no llamamos a la
policía?" Y su "¡No, nos creerían!"
¡Coño, tío, tienes pruebas, declaraciones y una confesión firmada! ¡Llama a
alguien para que lo lleve si no te atreves, pringao! ¿Que vas a hacer el ridículo?
Pues a lo mejor, ¡pero la otra opción es que te maten, tontolculo!
¿Entiendes, amable lector, por qué necesito que pase más
tiempo antes de ponerme con La caja Kovak?
Necesito distancia. Ah, sí, y no suelo aceptar lo de las convenciones en el cine para justificar la falta de ideas.
Y eso que tiene un villano muy interesante, que ganará
siempre, haga lo que haga el protagonista (gran acierto de la película). Y que
me encanta el final. Pero me la rompe la coherencia argumental; no sé, no sé...
No tengo muy clara mi opinión sobre ella. Quizá la comente dentro de unos
meses, si la veo otra vez.
Ah, sí, un mensaje a la actriz: para mostrar que uno está
asustado existen también matices; no basta con la eterna cara de susto. Yo
también creía -se comenta en la película- que estaba todo el rato drogada,
porque las personas no colgadas suelen expresar montones de matices aun en
casos de gran desesperación (recordemos grandes interpretaciones en este
sentido, como las de Jodie Foster en El
silencio de los corderos; Sigourney Weaver en Alien,
Aliens, La muerte y la doncella y Copycat;
Audrey Hepburn en Sola en la oscuridad;
Holly Hunter en Always y El
piano; Penélope Cruz en... en... no, en ninguna, olvídalo).
Y entonces me planteé: me apetece hablar de cine, de cine
bien hecho, sugerente, al tiempo que entretenido. Y es que tengo el problema de
que cuando en una película se me quiere hacer pasar por lógico un
comportamiento absurdo... Pues eso, dejo de entretenerme, como en V
de Vendetta (la película, no el cómic).
¿Por dónde empezar, entonces?
Había muchas posibilidades: Planeta prohibido, Blade Runner,
El imperio contraataca, Naves
misteriosas, Ultimátum a la Tierra, El
show de Truman, La escalera de Jacob,
Olvídate de mí... (Todos me parecían
incluso buenos títulos para la columna periódica desenfadada de género;
bueno, El imperio contraataca habría
sido un título horroroso, vale.) Entendí que no me apetecía comentar
novedades, sino escribir una columna de clásicos, de retorno a las sensaciones que me
despertó en su día cierta proyección en un cine. Películas que, además de
entretenerme, justificaran ochocientas o mil palabras sobre ellas.
Para empezar, opté por Gattaca.
¿Por qué? Porque se trata de una de esas películas eternas, que enganchan
cuando las vuelves a ver, que siguen sugiriendo... Pero además porque quizá se
trate de la película más fiel a la ciencia-ficción literaria sin estar
directamente basada en ninguna novela.
Y además Gattaca
es de esas obras maestras en las que parece que todo es muy fácil. Cuando leas estas
líneas, amable lector, puede que te digas: jo, no he descubierto nada nuevo,
todo cuanto me ha contado ya lo había visto yo. Genial, una conclusión
perfecta, porque Gattaca es una de
esas películas tan bien hechas y con una manera tan expresiva y sencilla de
contar las cosas que nos hace sentirnos a todos críticos cinematográficos. Sus
aciertos son perceptibles a simple vista; si puedes verla en un cine, por favor,
hazlo. Tú mismo saldrás hablando de los colores, de la simetría, de la
frialdad, de la complejidad de los personajes... Hace que lo pretencioso parezca
natural. Mi finalidad con esta crítica, entonces, es organizarlo, evidenciarlo,
presentar esas intuiciones para futuras reflexiones y discusiones sobre la película;
aparte de que a alguien pueda mostrarle algo nuevo, por supuesto.
Para quien no haya visto la película, no le desvelaré el
argumento. ¡Me parece tan aburrido eso de resumir las películas y las novelas!
Me da la sensación de que hago un trabajo para clase de BUP, de verdad. Sólo
te comentaré el tema, ¡qué remedio! Por consiguiente, ya puedes reparar,
amable lector, en que esta columna funcionará mucho mejor sobre películas ya
vistas por ti, no como orientación para saber qué te falta por ver.
El tema de Gattaca:
en un mundo de individuos perfeccionados genéticamente desde el nacimiento, un
ser humano a la antigua usanza decide competir con los más brillantes para
hacerse astronauta.
Errr... Parece de Walt Disney, ¿verdad?
Bien visto, sí parece de Walt Disney, porque el mensaje de
la película no puede ser más americano anti-sistema, pro-individuo y rollo
self-made man, que en el fondo sirve para acabar defendiendo el sistema. Sin
embargo, no la protagoniza Richard Gere ni hay aplauso final por parte de un
montón de supergenomas que reconocen el esfuerzo. No hace falta. El viaje no es
social, sino personal. ¿Por qué en las películas en las que tanto se habla de
conseguir algo por uno mismo luego hacen que parezca importante el
reconocimiento social? Misterios del universo...
Gattaca no es así.
En primer lugar, quiero dejar claro que es una película de
buscada y conseguida simetría en muchos sentidos. El planteamiento ya es de por
sí simétrico: las vidas de dos individuos cuyos destinos y actitudes se
cruzan, mostrando un contraste de potencialidades -grande y pequeña- con
objetivos -no conseguido y conseguido-. Sus caminos devienen paralelos, pero sus
respectivas consecuciones de la felicidad no son las que deberían ser, sino las
opuestas. La justificación de este desajuste está muy lograda: por un lado, se
nos plantea que cada uno de los personajes tiene una manera de ser, un espíritu
propio que le hace plantearse la vida de una determinada manera y que le lleva
al éxito o al fracaso, más allá de sus posibilidades genéticas. Sería una
demostración de esa sentencia clásica: "El
carácter de un hombre es su destino".
Por otro lado, contemplamos cómo los antecedentes
familiares de ambos personajes han ayudado a forjar ese espíritu particular.
Por tanto, cada espectador puede quedarse con una de estas explicaciones o con
ambas: somos el resultado de la infancia y la familia o somos un alma más allá de
la genética, alma irreproducible y única. Las explicaciones no son
excluyentes, pero sí conviene optar por una o por la otra como actitud ante la
vida (la realidad importa poco), pues al final sólo de nuestra decisión ante
esta disyuntiva depende que lleguemos a Titán.
Este juego de contrastes, de competitividad vital, lo
mantiene el protagonista (interpretado por Ethan Hawke), a su pesar, con los demás
personajes. La relación con el personaje de Uma Thurman así lo demuestra. El
protagonista no compite, pero ante nuestros ojos nos encontramos con otra simetría
ante dos estereotipos de persona: la que acepta el sistema y la que lo rechaza.
Una de las virtudes tanto del director como de Hawke está en cómo, a pesar de
la frialdad que muestran ambos personajes en la vida, percibimos la lucha tan poderosa que
existe entre ella -cuyo espíritu interior parece tan frío como su apariencia
exterior- y él -en un principio tan frío, o incluso más que ella, pero con
una pasión obsesiva en su interior-.
La frialdad es la principal idea estética y conceptual de
la película. El minimalismo de la dirección artística se percibe a simple
vista, así como la relación entre esta atmósfera y la opinión del autor
sobre el mundo que ha creado. La simetría de las líneas, de los elementos
repetidos, perdiéndose en ocasiones en el horizonte o recorriendo de lado a
lado la pantalla acompañan el minimalismo musical de Michael Nyman.
Nyman quizá consigue así su mejor banda sonora,
insoportablemente triste. Otro director y otro compositor habrían optado por
una partitura épica que nada habría aportado a la película, salvo repetirnos
lo que ya estamos viendo. Nyman, por el contrario, nos habla de la tristeza de
este protagonista condenado a actos obsesivos, repetitivos en una rutina que jamás
parece terminar, una rutina que no permite fallos. Una tristeza ontológica que
más tiene que ver con una reflexión acerca de horrorosas opiniones sobre el
mundo que con el carácter positivo del protagonista. Es gracias a esta banda
sonora que entendemos que no hay épica en la lucha simétrica entre los
dos hermanos, perfecto el uno, imperfecto el otro. Hay patetismo. Y, no obstante,
la tristeza, la melancolía, son elogiadas por la belleza de una música lánguida,
que se nos antoja eterna.
La paciencia de esta música se corresponde con la
paciencia de la cámara y del montaje. Las lentas panorámicas, acompañadas con
planos de larga duración, podrían hacer pensar en una cinta aburrida. Sin
embargo, Niccol da una lección de cine moviendo sutilmente a los actores,
cargando de significado y de acciones los planos en que precisa que el momento
dure un poco más de lo acostumbrado. Es como si la cámara y la música
lloraran, mientras los actores mantienen su actitud estoica,
impertérrita, de pausa y contención.
Así, por insistir en esta impresión, durante muchos
momentos el ojo parece mantenerse alejado de lo que ocurre, con la cámara a
cierta distancia, sin entrar a fondo en los mundos de estas personas maniatadas
por la rutina social impuesta. Quizá uno de los planos más maravillosas en
este sentido sea el de los dos hermanos observados desde el cielo, atravesando
en diagonal, paralelos, implacables, la corrupción de un mar impuro.
Ésta es la razón por la cual abundan los planos generales
y los planos americanos. El director no se ha limitado a poner la cámara donde
caiga ni a buscar con qué tamaño se ven mejor las interpretaciones de los
actores. Por el contrario, la planificación disfruta de un sentido estético
importantísimo que caracteriza la película. Los planos de Gattaca serían reconocibles en cualquier contexto.
Nos encontramos, por consiguiente, ante una película que
intenta vendernos lo de siempre de las pelis estadounidenses: lo importante es
el espíritu, no la razón; el individuo es más fuerte que el sistema, pero
busca triunfar en ese sistema consiguiendo, por esa intención, validarlo;
existe rebeldía, pero no revolución.
No obstante, ocurre algo parecido que con Casablanca
o con los documentales de Leni Riefenstahl: la ideología puede disgustarnos,
pero su retórica nos fascina.
Se nos regala, por consiguiente, una película centrada en
el tema de la frialdad, y de la tristeza que emerge desde esa frialdad: una película
aparentemente fría, como es aparentemente frío el protagonista. Recoge, de
este modo, la atmósfera de un futuro higiénico y puro, más alienante, de
otras películas como 2001, una odisea
espacial, La fuga de Logan, Fahrenheit
451 o THX 1138.
Sin embargo, el director lo emplea como contraste con la
fuerza del espíritu humano en su lucha contra la sociedad que impone ese
concepto. Se trata de un mundo dominado por la lógica, por lo calculado, un
mundo que tiene miedo de lo impredecible. Un mundo corroborado por cada uno de
los elementos cinematográficos, por sus ciudadanos y por las opiniones que lo
han levantado. En un mundo así, ¿cómo van sus habitantes a aprender a luchar
contra las adversidades, contra lo que no
estaba planificado, contra los fracasos, las frustraciones, las ilusiones rotas?
Lo predecible, la esperanza puesta en lo controlado provoca que lo impredecible
se vuelva insuperable, demoledor.
Nuestro protagonista -el factor impredecible- es, aunque no
quiera, hijo de ese tiempo, tan corrompido, obsesivo, autocontrolado como todos
ellos. Su historia no le muestra como elemento de paz interior, de equilibrio;
su actitud es la del adolescente (a veces, me da la sensación de que la mayoría
de los guionistas estadounidenses no consiguieron superar la adolescencia), la
del adolescente que se rebela contra todo y saca fuerzas de sí mismo. Pero algo
le diferencia de los adolescentes y de sus contemporáneos: el conocimiento de
la realidad. Él sabe cómo funciona todo y se conoce a sí mismo y conoce cómo
piensan los demás: no le basta con no querer ser así ni con estallar
enrabietado contra el mundo. Por ello, su lucha es tan fría y controlada como
el mundo que le ha hecho así. Sabe que no puede huir del sistema en que se
encuentra.
Y espera.
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