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Julián DíezNovedades atractivas
La selección del mes
Julián Díez


Robert J. Sawyer
Mindscan

Entretenimiento sin ambición, pero con premio

Charlando con amigos aficionados al género, me encuentro con frecuencia con la visión de que Robert J. Sawyer es lo peor de lo mucho malo que le ha ocurrido a la ciencia-ficción en las últimas décadas. No sé si es que quizá llegué tarde a conocer a este autor, cuando esa imagen estaba consolidada, y yo me encontré ante él con la tentadora posibilidad de decir "no es para tanto". Pero lo cierto es que hay pequeños elementos que permiten defender a Sawyer respecto a alguno de sus pares.

Antes que nada, debo decir que me parece evidente que se trata de un escritor que juega en la Segunda División. Sin embargo, hay muchas formas de desenvolverse en ese nivel. Están los orgullosos, los que creen que son víctimas de una injusticia; los que camuflan sus carencias con artificios, secretamente avergonzados de su incompetencia; los que optan por reivindicar lo malo, como justificando su incapacidad para lo bueno. Sawyer no hace nada de eso: es un obrerete de esto. Ofrece siempre entretenimiento con una actitud honesta, es fiel a ciertas pautas -casi constituyendo una "obra coherente"- y no tiene ínfulas algunas. Personalmente, sus novelas me permiten una lectura relajada, pero que no me hace sentir estúpido. Y, en ocasiones, ofrecen algunos puntos de reflexión -sin ahondar, que conste- y temas de futuro cercano mirados con una actitud de "hombre de la calle" que le falta a la gran mayoría de la cf especializada actual, escrita casi siempre  por y para una minoría algo apartada de los intereses del común de la ciudadanía. Además, Sawyer tiene una visión canadiense de los problemas, levemente izquierdista para los estándares estadounidenses del momento, que también le aparta de la corriente general.

Otra razón para simpatizar con Sawyer es que su obra, siempre dentro de esos parámetros modestos, progresa. El cálculo de Dios, que es la obra más reciente suya que leí antes de este Mindscan, es una novela bastante redonda en su subgénero, que podríamos definir algo así como "technothriller tópico en cuanto a estructura y personajes, pero con elementos impúdicamente de cf". Aunque Mindscan se echa a perder al final, cuando introduce uno de esos juicios con párrafos y párrafos de diálogo a los que son tan aficionados los escritores de best seller norteamericanos y da una solución a la historia un poco por peteneras, también funciona en líneas generales de manera bastante amena.

La novela trata uno de los tópicos de la cf reciente: la posibilidad de copiar personalidades para, a modo de un software, reimplantarlas en otro lugar. En este caso, cuerpos robóticos que proporcionan poco menos que la inmortalidad a quienes pueden pagarse el proceso. El protagonista, Jake Sullivan, heredero de una fortuna cervecera, tiene sólo cuarenta años cuando decide abandonar su cuerpo, debido a que sufre una enfermedad cerebral que podría matarle en cualquier momento. Al copiar su mente, el cuerpo "original" es trasladado a una residencia de lujo en la Luna, donde disfruta de sus últimos años en un entorno cómodo.

La historia plantea dos conflictos. Por un lado, el Sullivan original recibe un novedoso tratamiento para su enfermedad, y resulta que de repente se encuentra con toda una vida por delante confinado en un lugar del que no puede salir junto a un montón de jubilados. Por otra parte, la "renacida" que mientras tanto se convierte en su novia en la Tierra, una escritora famosa, recibe una demanda por parte de su propio hijo, que considera que una vez muerto su cuerpo, la copia de software no tiene derechos legales sobre la herencia.

Hay algunas escenas de acción, muchos diálogos, una escritura muy limpita y agradecida de leer, planteamientos ingeniosos -ideas, como digo, pegadas a la realidad, como que se venda el derecho de que los juicios salgan antes de tiempo para recaudar con ello un impuesto-, análisis con cierta enjundia de temas complejos como el aborto, cierta intriguilla. Pero la novela, realmente, no va a ninguna parte: los personajes son cascarones vacíos, decorados por algún brochazo grueso en plan "este trauma lo explica todo". Y la forma en que la trama del original de Sullivan se resuelve es un escaqueo formidable: cuando Sawyer ha conseguido que realmente asumamos que se trata de un problema de muy difícil solución, siendo capaz de dar argumentos a un lado y otro de forma convincente, termina por resolver con la invención de una locura que justifica la eliminación del conflicto por la vía radical. La historia termina equiparando los derechos de las copias a los de las minorías étnicas perseguidas a lo largo de la Historia, obviando el hecho evidente de que no se encuentra una solución satisfactoria para las personas originales que quedan atrás. Todo muy tecnófilo, muy para el cienciaficcionero que tiene siempre el corazoncito del lado de los avances científicos... En resumen, todo el conflicto se resuelve con una dosis de idealismo bienintencionado, y con la sensación de que el ameno viaje no ha servido de mucho.

Una nota aparte merece el hecho de que esta novela ganara el John W. Campbell, el premio otorgado por un jurado de la Universidad de Kansas. Supuestamente, un premio académico, finolis. Y una vez más tengo que hacerme la misma reflexión: si alguien considera que ésta fue la mejor novela de cf que se publicó durante todo el año pasado, ¿cómo fue el resto? ¿Es verdaderamente representativa de la mejor cf esta novelita de la que, como mucho, puede decirse que cumple con los mínimos requeribles para recomendar su lectura?

Seleccioné esta novela para hacer el comentario del mes para dedicarle un suave elogio a Sawyer, y por esa condición de obra premiada -y con un galardón que, en el pasado, señaló algún título que había pasado inadvertido y que vale la pena: véanse El año del sol tranquilo, de Wilson Tucker, o Los cronolitos, de Robert Charles Wilson-, pero desde luego no es ni con mucho la mejor novela de cf publicada en enero. En particular, porque hubo dos reediciones de lujo: las de El prestigio, de Christopher Priest, y el tercer volumen de los Cuentos completos de Philip K. Dick. Si a alguien le falta alguna de estas obras maestras, que se deje de cositas menores y beba de la auténtica calidad...

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