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La leyenda del Navegante
La leyenda del Navegante
Rafael Marín
Colección Pegasus
Minotauro, 2006

 

Minotauro presenta la edición definitiva de una de las grandes obras de Rafael Marín, su trilogía La leyenda del Navegante. Y lo hace a lo grande, con una cuidada edición que reúne las tres partes de la obra, dando lugar a un monumental tomo de casi seiscientas páginas que, aun así, a los seguidores de Salther se nos sigue haciendo terriblemente corto.

Sin embargo, antes de empezar a hablar de la novela, me gustaría hacer una advertencia. Rafael Marín, si algo ha demostrado en los más de veinte años que lleva escribiendo, es que sabe como nadie coger temas esquilmados y aparentemente agotados, devolviéndonos historias originales, frescas y, sobre todo, maduras.

Ésta, su segunda novela larga, es todo un ejemplo de lo anteriormente dicho. Publicada originalmente a principios de los noventa, cuando la fantasía se veía encarcelada entre los vaivenes de bárbaros, anillos de poder y las popularísimas dragonadas, el relato sorprendía ya desde sus primeras páginas. Lejos de aunar fantasía y pseudomedievalismo, Marín hizo madurar al género llevando las aventuras hacia un mundo renacentista, donde la magia y lo esotérico habían sido desterrados, y la ciencia y la razón comenzaban a ganar la partida.

Sin embargo, la novedad de La leyenda... no estriba en su ambientación, sino en cómo Marín juega con los elementos de la fantasía tradicional y le suma elementos renacentistas. Así, encontramos que el protagonista, el anteriormente mentado Salther, es un joven que, hijo de un nuevo mundo que no cree en la magia ni en la hechicería, busca derribar los últimos mitos y supersticiones de su mundo.

En su viaje descubriremos a personajes llenos de ricos matices, como la indomable Yse; descubriremos los orígenes de la civilización a la que Salther pertenece; y acabaremos sumergiéndonos en una guerra que amenaza con extender el fanatismo y la revolución por el mundo. Son solo algunas de las muchas líneas argumentales que la novela toca,  pues lejos de centrarse en una sola historia, los múltiples argumentos y personajes van entremezclándose, creando una sensación de universo real y creíble.

Entre los aciertos narrativos del autor, encontramos la narración en primera persona de una mujer, que rompe con el narrador omnipresente en tercera persona, e introduce el elemento de la subjetividad, lo que favorece muchísimo a la lectura, que nos resulta mucho más cercana y vívida. Además, la narradora está perfectamente caracterizada, dándose la anécdota de que algún que otro lector llegó a creer, a principios de los 90, que Rafael Marín era realmente un pseudónimo que escondía a una escritora que temía publicar con su propio nombre.

En cuanto al argumento, Marín rompe con el dichoso enfrentamiento entre fuerzas del Bien y del Mal. Hacia la mitad del libro, dichas fuerzas son difíciles de definir. Hacia el final, personajes de ideas opuestas tendrán largas conversaciones que, para nuestra sorpresa, acabarán haciéndonos estar de acuerdo en mayor o menor medida con todos los puntos de vista mostrados. Conflictos de clase, guerras civiles, revoluciones burguesas... la novela madura página tras página, mostrando un mundo que, al igual que el nuestro, tiene millares de matices entre el blanco y el negro.

Y sin embargo, lo que realmente cautiva al lector desde la primera página es la personalidad de Salther. Alejado de personajes planos, de héroes dramáticos inverosímiles, nuestro protagonista comienza cayéndonos no muy bien (por no decir fatal). Sin embargo, como ya ocurriera con Hamlet Evans en Lágrimas de luz, el personaje va a evolucionar, y cada aventura vivida le hará cambiar un poco, replantearse el mundo en el que vive, convertirse en adulto.

Cuando leí por primera vez las aventuras de Salther, yo apenas tenía dieciséis años. Al principio, el personaje me parecía simple y fácil de entender, pero según avanzaba la historia, comencé a no comprender del todo las decisiones que tomaba. Hoy, más de una década después, comprendo perfectamente al Salther de las páginas intermedias. Dentro de algunos años, si llego a tener hijos, supongo que entenderé al dedillo a ese Salther de las últimas páginas. Lo dicho: la historia de una madurez. 

José Joaquín Rodríguez

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