Minotauro presenta la edición
definitiva de una de las grandes obras de Rafael Marín, su trilogía La
leyenda del Navegante. Y lo hace a lo grande, con una cuidada edición que
reúne las tres partes de la obra, dando lugar a un monumental tomo de casi
seiscientas páginas que, aun así, a los seguidores de Salther se nos sigue
haciendo terriblemente corto.
Sin embargo, antes de empezar a
hablar de la novela, me gustaría hacer una advertencia. Rafael Marín, si algo ha
demostrado en los más de veinte años que lleva escribiendo, es que sabe como
nadie coger temas esquilmados y aparentemente agotados, devolviéndonos
historias originales, frescas y, sobre todo, maduras.
Ésta, su segunda novela larga,
es todo un ejemplo de lo anteriormente dicho. Publicada originalmente a
principios de los noventa, cuando la fantasía se veía encarcelada entre los
vaivenes de bárbaros, anillos de poder y las popularísimas dragonadas, el
relato sorprendía ya desde sus primeras páginas. Lejos de aunar fantasía y pseudomedievalismo,
Marín hizo madurar al género llevando las aventuras hacia un mundo renacentista,
donde la magia y lo esotérico habían sido desterrados, y la ciencia y la razón
comenzaban a ganar la partida.
Sin embargo, la novedad de La
leyenda... no estriba en su ambientación, sino en cómo Marín juega con
los elementos de la fantasía tradicional y le suma elementos renacentistas. Así,
encontramos que el protagonista, el anteriormente mentado Salther, es un joven
que, hijo de un nuevo mundo que no cree en la magia ni en la hechicería, busca
derribar los últimos mitos y supersticiones de su mundo.
En su viaje descubriremos a
personajes llenos de ricos matices, como la indomable Yse; descubriremos los orígenes
de la civilización a la que Salther pertenece; y acabaremos sumergiéndonos en
una guerra que amenaza con extender el fanatismo y la revolución por el mundo.
Son solo algunas de las muchas líneas argumentales que la novela toca, pues
lejos de centrarse en una sola historia, los múltiples argumentos y personajes
van entremezclándose, creando una sensación de universo real y creíble.
Entre los aciertos narrativos
del autor, encontramos la narración en primera persona de una mujer, que rompe
con el narrador omnipresente en tercera persona, e introduce el elemento de la
subjetividad, lo que favorece muchísimo a la lectura, que nos resulta mucho más
cercana y vívida. Además, la narradora está perfectamente caracterizada, dándose
la anécdota de que algún que otro lector llegó a creer, a principios de los
90, que Rafael Marín era realmente un pseudónimo que escondía a una escritora
que temía publicar con su propio nombre.
En cuanto al argumento, Marín
rompe con el dichoso enfrentamiento entre fuerzas del Bien y del Mal. Hacia la
mitad del libro, dichas fuerzas son difíciles de definir. Hacia el final,
personajes de ideas opuestas tendrán largas conversaciones que, para nuestra
sorpresa, acabarán haciéndonos estar de acuerdo en mayor o menor medida con
todos los puntos de vista mostrados. Conflictos de clase, guerras civiles,
revoluciones burguesas... la novela madura página tras página, mostrando un
mundo que, al igual que el nuestro, tiene millares de matices entre el blanco y
el negro.
Y sin embargo, lo que realmente
cautiva al lector desde la primera página es la personalidad de Salther.
Alejado de personajes planos, de héroes dramáticos inverosímiles, nuestro
protagonista comienza cayéndonos no muy bien (por no decir fatal). Sin embargo,
como ya ocurriera con Hamlet Evans en Lágrimas de luz,
el personaje va a evolucionar, y cada aventura vivida le hará cambiar un poco,
replantearse el mundo en el que vive, convertirse en adulto.
Cuando leí por primera vez las
aventuras de Salther, yo apenas tenía dieciséis años. Al principio, el
personaje me parecía simple y fácil de entender, pero según avanzaba la
historia, comencé a no comprender del todo las decisiones que tomaba. Hoy, más
de una década después, comprendo perfectamente al Salther de las páginas
intermedias. Dentro de algunos años, si llego a tener hijos, supongo que
entenderé al dedillo a ese Salther de las últimas páginas. Lo dicho: la
historia de una madurez.
José Joaquín Rodríguez
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