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Terraformar la Tierra
Terraformar la Tierra
Jack Williamson
Título original: Terraforming Earth
Trad. Marta García
Col. Solaris Ficción nº 38
La Factoría de Ideas, 2003

A lomos del postmodernismo, el género de ciencia-ficción ha ido sumando nuevas perspectivas y formas hasta adquirir una notable complejidad. La nueva filosofía del "todo vale" ha traído en muchos casos la fusión de subgéneros y una marcada derivación hacia el barroquismo tanto conceptual como estilístico: la cf se ha hecho más complicada. Sin embargo, aún existen escritores que cultivan, de manera actualizada, la cf más ortodoxa, la de siempre. Son los herederos naturales de los grandes maestros. Por nombrar algunos, los Sawyer, Wilson, o McDevitt. O Jack Williamson, que en realidad es heredero de sí mismo.

Williamson, Gran Maestro de la ciencia-ficción, constituye un caso excepcional. Ya había publicado varias novelas y tratado los grandes temas del género -por ejemplo, el space opera en La legión del espacio o la robótica en Los humanoides- cuando los principales autores de la cf actual aún no habían nacido. De hecho, el norteamericano ya vendía relatos en 1928, cuando muchos de los progenitores de aquellos escritores todavía no existían. Lo más admirable en este caso, además del factor longevidad en sí mismo, es el hecho de que una persona de 94 años continúe escribiendo ciencia-ficción de calidad.

Terraformar la Tierra, obra ganadora del Campbell Memorial en 2002, añade longitud a la novela corta "The Ultimate Earth", galardonada anteriormente con los premios Hugo y Nebula. En ella se asiste a las maniobras de sucesivas generaciones de clones, creados en una automatizada base lunar, cuya finalidad es la de reinstaurar el viejo orden natural en la Tierra, desprovista de vida tras un catastrófico impacto cometario. La narración simultanea dos tramas principales centradas en las vivencias personales de los clones y en el repetido proceso de regeneración y destrucción que soporta el planeta a lo largo de millones de años. El factor humano se muestra decisivo, ya que los propios clones alteran el curso del proyecto debido a sus diversas personalidades y a las distintas acciones no programadas que realizan. Entre las breves apariciones humanas, la Tierra aparece como un enorme laboratorio abierto a la vida, a distintos caminos evolutivos, víctima a su vez de inexplicadas invasiones alienígenas.

La primera mitad del libro se regodea en lo extraño, en ajenas formas de flora y fauna que recuerdan lejanamente a Invernáculo, el clásico de Brian Aldiss, incluyendo incluso una peculiar versión de la morilla que protagonizara parte de aquella obra. La novela engancha, se lee con gran interés, pero presenta algunos puntos oscuros en el argumento. Su principal defecto trae reminiscencias de una época que tuvo sus mejores virtudes en la continua búsqueda del entretenimiento y el sentido de la maravilla, y sus carencias más notables en el escaso tratamiento de personajes. Éstos adolecen de una falta de profundidad notoria. Se lanzan a la muerte, a la soledad de por vida o al desempeño de su misión con una alegría despreocupada, respondiendo siempre al mismo patrón, ciclo tras ciclo. Son símbolos que representan el último vestigio superviviente de una humanidad que el tiempo dejó atrás, y que se transfiguran en metáfora del autor y de su propia obra, muestra de una cf proveniente del pasado, y quizá por eso de un tremendo y nostálgico atractivo: el de lo añejo.

En un momento de complejidades, retruécanos y quiebros, como contrapunto a escritores como Calder, Stephenson, Harrison o Miéville, Williamson devuelve la sencillez y la simplicidad de la Edad de Oro a la cf actual. Un breve descanso entre el bullicio posmoderno.

Santiago L. Moreno

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