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Invernáculo
Invernáculo
Brian W. Aldiss
Título original: Hothouse
Trad. Matilde Horne
Minotauro, 1991

Invernáculo es una novela interesante de un escritor interesante. De Aldiss (recordemos: Barbagrís, Los oscuros años luz, El árbol de saliva...) siempre se puede esperar una visión cuando menos personal de las constantes temáticas del género. En este caso, la supervivencia de grupos humanos en un ambiente post-catástrofe. El decorado de la acción es un mundo devastado por la acción de un sol moribundo que ha multiplicado su masa varias veces y que arroja a la superficie de nuestro planeta unas cantidades tan enormes de radiación que la masa vegetal crece hasta que un monstruoso árbol de cientos de metros de altura cubre toda una cara del orbe (por otras razones, el movimiento de rotación de la Tierra se ha detenido). En la floresta proliferan nuevas especies de plantas, muchas de ellas carnívoras, casi todas hostiles al hombre. Al mismo tiempo que la población humana es acosada, se organiza en pequeños clanes y modifica sus costumbres para adaptarse al nuevo medio: las ramas intermedias del gigantesco árbol, donde las amenazas son más escasas. En este ambiente desolador, un grupo de niños y adolescentes, últimos miembros de uno de esos clanes, trata de sobrevivir. En su periplo descubrirán las maravillas y los horrores que les estaban vedados por el encierro en el que han estado viviendo.

El principal defecto de Invernáculo es que se trata de un libro inflado. Aldiss se prodiga en escenas de violencia, enfrentamientos entre los vegetales carnívoros y los humanos, hasta un punto en que resulta incluso un poco cargante. Al mismo tiempo, da la impresión de que el autor se olvida del hilo narrativo en algún momento sobre la página 70, y lo retoma en los capítulos finales. En el medio, más de doscientas páginas, nos relata un viaje de iniciación a través de la selva mutante que en algunos momentos parece no tener demasiado sentido. Sin embargo, este defecto está totalmente compensado por la habilidad narrativa de Aldiss, sobre todo en los momentos cumbre de la novela, cargados de un lirismo y una capacidad de maravillar casi sin igual en el género. Mi momento estrella preferido, si quieren saberlo y alguna vez se atreven con este libro, es en el que se describe el modo de vida de las gargantuescas (y no sólo por su tamaño, sino también por su inmenso apetito) arañas vegetales que habitan en la copa del árbol gigante, cómo tejen sus redes y cómo éstas han logrado unir a la Tierra con su satélite. Se trata de unas páginas con una carga emotiva de tal calibre que el lector se ve obligado a dar rienda suelta a la avidez y a hacer más pausada la lectura para no perder ni una palabra de lo que Aldiss escribe (y Matilde Horne traduce). Al mismo tiempo, algunas de esas escenas de combate que más arriba criticábamos por su excesivo peso en el libro -en páginas, no en importancia- están excelentemente desarrolladas y destilan una crueldad poco común.

En definitiva, una novela digna y recomendable, aunque sea algo irregular y su autor las tenga mejores.

Alberto Cairo

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