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Ciudad
Ciudad
Clifford D. Simak
Título original: City
Trad. José Valdivieso
Minotauro, 2002

El futuro ya no es lo que era: ésa es una frase que oigo con bastante frecuencia últimamente. Hay quien dice que la ciencia-ficción ha dado de sí todo lo que era posible, y leyendo este libro me ha parecido que el género está envejeciendo a pasos de gigante. Ciudad es una novela que nos muestra un futuro añejo, incluso rancio en algunos de sus matices, diría yo. En sus páginas hay un regusto a otras obras trasnochadas (sobre todo me viene a la memoria el futuro que nos muestran los libros de Cordwainer Smith), y a cine de los años 30, lo cual es curioso porque la obra data de 1953. Su autor, Clifford D. Simak, es uno de los Grandes Maestros nombrados por la SFWA. Empezó su carrera en plena Edad de Oro, siendo uno de los habituales de la Astounding de John W. Campbell, aunque luego supo reciclarse y mantenerse de una manera digna durante los años de la New Wave; de hecho, sus dos obras más importantes, Estación de tránsito y la que nos ocupa, tienen más rasgos del segundo periodo que del primero: Ciudad nos muestra un futuro muy lejano, acercándose al gusto por la escatología tan propio de los autores de la New Thing, y Estación de tránsito pinta una civilización humana dejada de lado por los que mandan en la galaxia; ambas están bastante bien escritas, algunas veces casi hasta poéticamente; y ambas tratan temas que habrían sin duda provocado un buen rapapolvo por parte de Campbell.

Ciudad es una presunta recopilación de historias que han ido contando siglo tras siglo los herederos de la humanidad, los perros, que tienen al hombre por un ser mitológico que pudo muy bien no haber existido: “Éstas son las historias que cuentan los perros, cuando las llamas arden vivamente y el viento sopla del norte. Entonces la familia se agrupa junto al hogar, y los cachorros escuchan en silencio, y cuando el cuento ha acabado hacen muchas preguntas”.

Las historias de los perros empiezan en una época legendaria, que no es sino el futuro cercano del autor, y cuentan cómo el hombre abandona las ciudades y se va a vivir al campo, gracias al gran adelanto que suponen los aviones particulares. La sociedad humana se extiende por la campiña y hace inútiles las temidas bombas nucleares al dejar de haber objetivos. En alguna parte alguien mantiene una ciudad como parque temático en recuerdo de sus antepasados y como hogar de los desarraigados que ha producido el rápido progreso. Poco a poco, los humanos se van aislando en sus grandes propiedades, un poco a la manera de los espaciales de Asimov, e incluso llegan a no tolerar el pensamiento de abandonarlas nunca. La agorafobia se generaliza, el hombre vive prisionero de sus posesiones, ayudado sólo por robots sirvientes como Jenkins que, a la larga, va a acabar acaparando el protagonismo del libro.

En su soledad, el hombre le da el habla a los perros, que empiezan un largo camino hacia el futuro. Aparecen mutantes, longevos, sabios y con una peculiaridad que les hace peligrosos: no les importa lo que nadie piense de ellos. Con el tiempo se colonizan los planetas, y el hombre acaba yendo a vivir a Júpiter, abandonando su mundo a los perros, los robots y los mutantes.

El futuro es de los perros de una manera que me recuerda a El planeta de los simios en el sentido de que el hombre queda reducido a algo obsoleto, un mero recuerdo nostálgico que habita las leyendas, y también en el de que en ambos libros el hombre es el asesino irrecuperable que mata por diversión y ha de ser reemplazado por animales que le recuerdan su antigua crueldad en el caso de los simios o que resultan ser mucho más “humanos” que él mismo, como en el caso de esta civilización perruna embarcada en la tarea de extender el don de la conciencia a todos los seres vivos. En cualquier caso, la obra de Simak rezuma una inocencia que no existe en las obras de la New Wave, y sí en los relatos de la era Campbell que se resistían a buscar el lado oscuro de los dones de la ciencia: en Ciudad las bombas no llegan a caer porque no hay objetivos, el hombre deja el mundo a los perros y se exilia al paraíso que es Júpiter, siendo por ello ésta, según algunos, la primera obra de ciencia-ficción con preocupación sobre la ecología, algo bastante discutible en cualquier caso. Aunque sorprende encontrar también verdaderas anticipaciones, como la de la realidad virtual, utilizada por los humanos en el largo sueño, que no es sino una hibernación en espera de tiempos mejores; e incluso las puertas de salto, creadas por los mutantes, y que dan lugar a casas con puertas a distintos mundos, como las que podemos encontrar por ejemplo en Hyperion. Pero, además, Simak logra tejer un tapiz que abarca más de diez mil años, en el que el robot Jenkins hace de curioso hilo conductor. Curioso porque se trata al final más de un personaje borgiano que de un robot del tipo Asimov, un personaje cuyo cerebro acumula todos los hechos de diez mil años y que no puede dejar de recordar, aunque de vez en cuando se permita algún que otro pequeño olvido en favor de la civilización perruna, lo cual le da una extraña percepción del tiempo.

Con todo ello, Ciudad no deja de ser una lectura entretenida, que aconsejo a cualquier amante del género. Tiene de todo: mutantes, viajes a las estrellas, mundos alternativos, especulación a muy largo plazo... Lo que sucede es que en su mayor parte hace demasiado patente las limitaciones y contradicciones de la ciencia-ficción, y de sus mismos lectores, más preocupados de un futuro que quedó anticuado hace ya muchos años que del suyo propio. En cualquier caso, resulta divertido ver lo que preocupaba a la gente hace cincuenta años, y lo que esperaban de un futuro que hoy agoniza.

José Antonio del Valle

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