Pocos
estudios de Teoría de la literatura de la ciencia-ficción -de entre los pocos
que versan sobre esta materia- poseen una potencia de ideas tan sugestiva y
personal como La novela de ciencia-ficción. Su autor, Juan Ignacio
Ferreras, por otra parte, se ha convertido en uno de los más prestigiosos
estudiosos de Historia de la Literatura Española. Feroz crítico, además,
afortunadamente, sigue interesado en el género. Y sigue interesado en insistir
en su vertiente rupturista y romántica, lo que él considera exclusivamente
"ciencia-ficción", que es también la línea que más atrae a quien
firma esto, proponiendo textos como la presente novela.
Leí
hace un par de años en una entrevista que Ferreras, sin embargo, estaba
desencantado con el género. Decía que, como movimiento romántico, está
destinado a la revolución o al suicidio. La revolución no ha llegado, por
tanto...
A
pesar de ello, Ferreras no se resigna y nos ofrece una distopía con un avance a
nivel de disposición del discurso (aunque, a mi juicio, fallido) pero
excesivamente ortodoxa a nivel conceptual.
Si
hace tiempo hablábamos aquí de cómo Jennifer Gobierno, de Max Barry, actualizaba la
tradición de la distopía, basándose en la profundización en los modelos
neoliberales y la sociedad de mercado, Ferreras vuelve a las fuentes canónicas
del subgénero.
El
escritor, como así ha reconocido, pretende que su novela sea una advertencia
sobre el devenir actual de la sociedad, aunque no resulta muy optimista al
respecto. De este modo, desarrolla un mundo donde se exageran las tendencias
sociológicas, políticas y económicas actuales, por lo que nos encontramos con
un mundo cercano al contemporáneo.
Ferreras
no construye una trama lineal, con un personaje perfectamente integrado en el
sistema que se desengaña y demás, sino que ofrece una panorámica de la
sociedad, casi con una intención de reportaje (se ven, en ese punto, algunas líneas
de unión con la práctica documental de Todos sobre Zanzíbar, de John
Brunner, aunque esta obra maestra, evidentemente, es superior al presente
libro), yuxtaponiendo episodios y con unos mínimos personajes poco
desarrollados que sirven de conductores en la trama conspiratoria, aunque sin
determinar el relato. De este modo, el narrador mantiene distancia con lo
narrado. Así, ese escaso apego a personajes concretos contribuye también a
crear cierta atmósfera de fábula, de Historia, de sucesión de
acontecimientos, pero no relatados, sino simplemente contados. Los hechos no se
desarrollan en la novela, sino que se enuncian, lo que resulta claramente
anticlimático a la postre.
La
Gran Necrópolis presenta una sociedad fuertemente jerarquizada, que resulta en la práctica
dictatorial aunque aún mantiene una fachada de libre medra social (pura ilusión,
pues sólo los más ricos pueden optar a los puestos más altos y más caros de
la Administración, ya que son subastados). En el relato, El Gran Administrador
es la réplica del Gran Hermano orwelliano. Como ya pasara asimismo en 1984,
la anulación y reescritura continua de la Historia es uno de los pilares para
la cohesión social frente a los bandazos ideológicos del Poder debido a la
persecución sin escrúpulos de sus intereses. Otros elementos propios de los clásicos
del subgénero presentes son las enormes televisiones murales envolventes o la
política consciente de evitar la lectura de libros de Farenheit 451.
Sin
embargo, esa excesiva influencia provoca que el libro sea totalmente previsible,
puesto que se amolda a los patrones ya establecidos casi con perfecta exactitud.
A
pesar de ello, Ferreras plasma una aportación particular, que es en verdad el
gran acierto de La Gran Necrópolis. Se trata de la solución que plantea
para la sobreproducción actual y para mantener la escalada consumista: se deben
adquirir objetos de consumo para ofrecérselos a los muertos, regulado todo ello
por ley. De esta manera, el culto a los muertos, que alcanza el cariz de religión
de Estado, cobra una perspectiva alienante muy sugestiva: "dice que existe
una inversión, eso es lo que dice, una inversión: que las malditas sombras han
robado la vida a los que estamos vivos, y que los que estamos vivos tenemos que
vivir como muertos".
Otro
aporte destacable es la filosofía del "inmovilismo", la corriente
ideológica dominante, que muestra muy expresivamente las bases del pensamiento
conservador. Su horizonte es el principio "que todo cambie para que todo
siga igual", y de este modo plasma también la amargura y el desengaño
revolucionario de otras distopías.
Y,
finalmente, una idea innovadora más es que la vida se determina por la
capacidad de trabajo. Una persona que no puede ya trabajar a pleno rendimiento
es eliminada (de manera indolora y aséptica, pero asesinada), lo que resulta
verdaderamente aterrador, pero que es aceptado con sumisión en la novela.
En
ese sentido, el trasfondo de su sociedad es la pérdida de libertades en aras de
protección y seguridad y la garantía del sistema de producción y (sobre)consumo.
Sin embargo, se crean algunas incongruencias en su mundo que se convierten en
lastres de relevancia cuando se mantiene un apego demasiado determinante con los
grandes títulos del subgénero, tan coherentes y cohesionados. Por ejemplo, no
logra transmitir cómo la población es capaz de soportar un sistema tan
opresivo y caprichoso, con una represión tan brutal (como se recoge en
principio), y, a pesar de ello, ésta no entra en funcionamiento contra el
movimiento subversivo hasta que es muy tarde.
Además,
se presta demasiada atención al avance de la revolución, a vaticinar el
conflicto, a adelantar una tensión que el relato no transmite. Igualmente, la
atención prestada a la revuelta está descompensada con el retrato de la
sociedad y con los resultados narrativos que obtiene el autor de ella.
Por
otra parte, es reseñable que el autor introduce algunos elementos simbólicos
sugestivos, como la descripción física de El Gran Administrador. Éste es,
para unos, una "persona alta, fornida, de ojos azules, pelo rizado y una
ligera cojera del pie izquierdo", y, para otros, "un ser asexuado pero
un tanto peludo, ni muy alto ni muy bajo, de ojos azules pero miope, y sin
cojera de ninguna especie, aunque sí afectado de parálisis en la mano
izquierda".
Por
todo ello, el libro deja la sensación de que se trata de una obra sin
desarrollar, con muchas ideas plasmadas pero en cuya realización no se pasa de
un esbozo. Sin embargo, esto ha sido realizado con plena consciencia: ésa ha
sido la intención del autor. Según nos comentó el propio Ferreras en una
tertulia para la revista Hélice,
su idea de novela, y que plasmó en este volumen, escrito hace ya treinta años,
es que sugiera más que cuente. Personalmente, entiendo que ese principio sirve
para la poesía y para el relato, pero no precisamente para una novela, donde es
el desarrollo, el recorrido, lo relevante y singular. En cualquier caso, el
resultado de La Gran Necrópolis en ese sentido es que la historia se
resiente por falta de empatía; que se produce una distensión por la ausencia
de sentido dramático de la narración y la falta de transmisión de las
sensaciones de los hechos contados.
No
deja de ser un mérito, a pesar de todo, contribuir a la distopía con un relato
español, aunque presente un excesivo mimetismo con sus clásicos. Sigue siendo
realmente preocupante (por cuanto de conformidad con los modelos sociales
imperantes implica) lo poco cultivado que ha sido y es este subgénero en
nuestra narrativa . Y es precisamente por ese
mismo motivo por el que debemos ser exigentes también desde un plano artístico,
y demandar a los autores que se adentren en estas aguas de la cf crítica
calidad literaria e indagación sociológica. La complacencia sólo sirve para
una adormidera relajación. Y tenemos herramientas y artesanos capaces y
suficientes para también aportar en este terreno.
Archivo de Mundo Espejo
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