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Alberto García-TeresaCf sociopolítica
Mundo Espejo
Alberto García-Teresa

La actualización de la distopía:
Jennifer Gobierno

Max Barry
Título original: Jennifer Government
Trad. M. Carmen África Vidal y Anne Barr

Tropismos, 2005

Jennifer GobiernoLa distopía, la plasmación de un futuro aparentemente dichoso pero que encierra un sistema opresivo e injusto en su interior, construido a base de proyectar tendencias políticas y métodos socioeconómicos contemporáneos analizando sus últimas consecuencias, ha sido una de las mayores (si no la mayor) aportaciones de la narrativa de ciencia-ficción a la literatura. No en vano, gran número de lectores y de críticos no consideran a 1984 o Un mundo feliz como novelas de género, sino que las integran en el canon sin ningún tipo de singularidades ni complejos.

Concisamente, podemos decir que la distopía nació como una respuesta negadora de las narraciones utópicas de finales del XIX y comienzos del XX, en un momento en el que la Primera y Segunda Guerra Mundial y la convulsión social y política de la época demostraban que los sistemas perfectos distaban mucho de poder ser reales, y que escondían tras de sí un sometimiento y una anulación mayor que la que trataban de evitar. La gran Nosotros, de Yevgueni Zamiatin (1921-1924), es la obra seminal del subgénero, en tanto que contiene todas sus claves e inaugura un sendero antes explorado de manera parcial.

Con el paso de los años y de los libros, la distopía adquirió consistencia propia y pudo despegarse de un modo muy hermético de negación y de una estructura bastante rígida. Además de una mayor preocupación por el desarrollo de la trama de ficción y una evolución en esa encorsetadora estructura (retrato ingenuo, desengaño, retrato crítico), se focalizaron aspectos concretos de los mundos retratados o se introdujeron otros temas de la ciencia-ficción de manera integrada.

Jennifer Gobierno, de Max Barry, posee varias de las características más intrínsecas de la distopía: un supuesto "mundo feliz" excluyente y anulador proyectado, un personaje perfectamente integrado en el sistema que se desengaña, es capaz de desentrañar la red ideológica y política que lo sustenta, pone sus mecanismos de manifiesto al lector y, finalmente, se rebela contra él. Sin embargo, su gran acierto en el terreno de la distopía es que recoge la herencia del subgénero y, al mismo tiempo, incluye las conclusiones sobre los cambios socioeconómicos y políticos producidos en nuestro mundo en las últimas décadas. Así, la crítica al capitalismo de Max Barry es mucho más incisiva y compleja que la plasmada con anterioridad, del tal manera que podemos afirmar que Jennifer Gobierno supone la evolución y la actualización de la distopía en el mundo del Pensamiento Único y del neoliberalismo desenfrenado.

A nivel ideológico, cabe destacar la sopesada proyección de los métodos de la economía liberal. En el universo de esta obra, el gobierno ha desaparecido -mejor dicho, se ha "privatizado"- y todo se rige por el libre mercado (y se permite que "la gente haga lo que quiera"... si tiene dinero para ello, claro). La vinculación con la empresa, la anulación del individuo por ella es tan fuerte que las personas adoptan el apellido de la corporación para la cual trabajan, como John Nike, James ExxonMobile, Hayley McDonald’s o la misma Jennifer Gobierno; un hecho mucho más verosímil a día de hoy que la reducción a números que planteaba Nosotros. El entorno laboral está caracterizado por la subcontratación, la competitividad, las jerarquías y la presión y el estrés. También, los colegios son propiedad de empresas de otros sectores no educativos (como McDonald’s o Pepsi, por ejemplo), por lo que su programa está totalmente condicionado por éstas, y orientado, claro, hacia el consumo de sus productos y su particular perspectiva de la Historia (y de sus rivales económicos).

Se da un culto extremo al dinero, pues no en vano éste determina completa y radicalmente la vida de las personas y la compra compulsiva es habitual como fin en sí misma, como recompensa, forma de ocio o evasión de problemas. Todo depende de la cantidad de dinero que tengas o por cuánto seas capaz de endeudarte. Así, no existe nada gratuito, ni siquiera en términos de asistencia social, pensiones o educación; hay una privatización total de los sistemas sanitarios (lo primero que se pregunta al solicitar una ambulancia es el número de tarjeta y si puede costearse el servicio). La Policía igualmente es una empresa privada, y ofrece sin pudor sus servicios no sólo para detener delincuentes, sino también para llevar a cabo asesinatos. Sus funciones también son asumidas (previo pago, evidentemente) por la Asociación Nacional del Rifle, que nos manifiesta -y alerta sobre- la privatización de lo militar.

Precisamente, todos estos aspectos son los que permiten volver a ubicar la distopía en el presente, prosiguiendo perfectamente el camino ya trazado por el subgénero. De hecho, Mercaderes del espacio es el antecedente y referente explícito de esta obra, y al libro de F. Pohl y C.M. Kornbluth se le achaca, en el propio texto, que se queda, digamos, demasiado corto en sus previsiones: "Todas esas viejas novelas de ciencia-ficción eran iguales: auguraban que el futuro estaría dominado por algún Gobierno cabrón y opresor. A lo mejor eso era creíble en 1950, cuando parecía que el mundo podía acabar siendo comunista. Pero hoy eso no se lo creía nadie. En Mercaderes del espacio dominaban el mundo dos empresas de publicidad, y eso estaba más cerca de la verdad actual. Pero aún así, había muchas normas que tenían que cumplir las empresas. Si esos tíos controlan todo el dinero, se preguntaba John, ¿quién les iba a impedir hacer todo lo que quisieran?".

Con todo, la crítica más directa se hace contra los sistemas de marketing; un mundo en el que Max Barry se hallaba involucrado antes de dedicarse a la escritura. En un mundo asfixiado por los estímulos comerciales y consumistas, implacable en su práctica de vender una marca como un estilo de vida, las técnicas de seducción comercial deben llevarse al límite. Así, en la novela, una empresa de calzado deportivo llega al extremo de "negarse a vender el producto. Los consumidores se vuelven completamente locos" y, a continuación, provocar asesinatos entre media docena de compradores para aumentar el ansia de posesión: "la gente perderá el culo por nuestros productos", explica alegremente un directivo.

La falta de escrúpulos y de ética de las multinacionales y sus empleados ("lo que hay que plantearse es cuánto cuesta") sólo es una pieza más en el engranaje del universo liberal de Jennifer Gobierno. Sin embargo, sin alcanzar esas hipérboles, asusta verdaderamente descubrir en nuestro entorno diario indicios que apuntan tendencias que el escritor plasma consolidadas en su relato.

Por otro lado, la violencia juega un importante papel en la novela, no sólo como un vehículo para sostener la trama. La agresividad de las técnicas neoliberales de marketing lleva a la violencia física, incluida la militarización (punto álgido de la crítica de Barry), pero el autor también se encarga de neutralizar la posible solución o respuesta que puede dar el terrorismo. El escritor, por tanto, se encarga de valorar negativamente ambos extremos; ambos degeneran en violencia y arruinan a los individuos que los utilizan.

Querría también destacar el par de páginas que utiliza el autor para explicarnos las bases de ese mundo, en boca de una niña pequeña que realiza una exposición en clase. Ella también pone de manifiesto, mediante extravagantes conclusiones no exentas de lógica infantil (que bien pueden darse en adultos), los defectos de un sistema en el que aún persiste el Estado o las ideas igualitarias. La extrema ingenuidad de los planteamientos, su inocencia y convicción, envueltos en el pavor de contemplar un adoctrinamiento tal, constituyen un episodio verdaderamente álgido y memorable, tremendamente simbólico.

En cuanto al desarrollo de la novela, el narrador hace un uso continuo de la fragmentación del relato en breves secuencias, sostenidas por abundantes diálogos y conducidas por una trama de suspense y novela negra; una técnica cinematográfica y de best seller que facilita mantener la atención del lector viva en todo momento. Barry despliega varios personajes que, más que cumplir una función simbólica (representando distintos estratos y tipos sociales), son empleados para vertebrar el argumento del libro, basándose en la tensión generada por el conflicto entre personas autoritarias y personas sumisas. Así, el autor sitúa a los personajes (con algunas figuras complejas, como los protagonistas, y con un elenco de secundarios no excesivamente planos) no por su capacidad enunciativa, no por mostrar aspectos de su mundo ficcional, sino por su capacidad narrativa. En ese sentido, la novela resulta poco exigente, aunque contrasta con la profundidad sociológica que adquiere en numerosos pasajes, su correcto dibujo de personajes y una excesiva contención en el uso de descripciones de hechos simbólicos. Además, el ritmo, ágil, trepidante en muchas ocasiones, encaja con la agresiva sociedad representada (laboral y publicitariamente), por lo que se produce una ajustada correspondencia con el discurso.

Pero esto es importante también desde otra perspectiva. Demuestra que el escritor no ha querido escribir una novela de denuncia solamente, sino que ha buscado, además, crear una novela ágil y atractiva para el lector medio: emplea, por tanto, prácticas de ciertos sectores de la izquierda al apropiarse de los métodos que denuncia -la sociedad de consumo y, en concreto, la comercialidad- para hacer llegar mejor su crítica.

El resultado de todo esto es, como hemos afirmado, una importante actualización de la distopía; un subgénero que parece  recuperar ligeramente su atractivo para los creadores, a juzgar por las recientes Oryx y Crake, de Margaret Atwood, Globalia, de Jean-Christophe Rufin o La gran necrópolis, de Juan Ignacio Ferreras, de las que nos ocuparemos próximamente. La ciencia-ficción necesita no perder su singular condición y particularidad crítica, y este subgénero es una de sus herramientas más útiles en ese sentido.

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