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Alberto García-TeresaCf sociopolítica
Mundo Espejo
Alberto García-Teresa

Educación formal y anulación:
War Boys

Isamu Fukui
Título original: Truancy, 2007
Trad. Patricia Nunes

Timun Mas, 2007

Es curioso cómo podemos aprender de todo lo que nos rodea. Quién diría que una obra tan pretenciosamente comercial como War boys pudiera dar una buena colleja a los nombres consagrados de la ciencia-ficción y convertirse en una lección de cómo reconducir el futuro del género.

Apartando todo el envoltorio editorial (el libro supuestamente lo ha escrito un estudiante estadounidense de origen japonés de quince años -se aporta foto- con un extraordinario talento literario -¿recuerdan los asesinatos que cometió en EE.UU. hace unos meses un chaval de idénticas características?-; aparece con una cubierta que parece la cuarta parte de Matrix y en una colección de clara orientación a lectores adolescentes), lo cierto es que la novela plantea una distopía, que, no por obvia, deja de ser menos estimulante, como trasfondo para un relato de revueltas, acción y guerra de guerrillas, que nos recuerdan que la ciencia-ficción aún puede iluminar el presente, y no sólo ser un divertimento para sus practicantes; autores, críticos y público.

El volumen nos lleva a "La Ciudad del Alcalde", una urbe experimental; una ciudad fascista controlada por el Alcalde (aunque tan exageradamente malvada que no tiene ni un asomo de credibilidad) donde se busca "el control perfecto a través de la educación: ése es nuestro objetivo final". Cabe añadir que por "educación" sólo se entiende la educación formal, reglada: el colegio. "Era una sociedad como ninguna otra; sus gentes creían ser libres cuando en realidad su destino estaba decidido por el sistema educativo. Era, en una palabra, perfecta. Y él [el Alcalde] la controlaba por completo". Como dice expresivamente el protagonista, "parece que cualquier cosa de la escuela está pensada para joderme". Eso es, para el Poder:

Su principal objetivo es que la experiencia escolar sea lo más agotadora posible, tanto emocional como mentalmente, sin hacer enloquecer a los alumnos ni provocar una cantidad alarmante de abandonos. (...) Te preparan para que obedezcas incluso en las circunstancias más terribles, y así salgas de la escuela siendo un obediente miembro de la sociedad de la Ciudad. (...) Creen que, al condicionar a los jóvenes y van a su escuela, podrán controlarlos cuando crezcan.

En ese opresivo entorno, un grupo de adolescentes deciden tomar las armas y buscar la insurrección infantil y juvenil: los "war boys", perfectamente organizados y equipados.

Llama especialmente la atención la dedicatoria del volumen: "A todos los que han sufrido en nombre de la educación". La novela no ofrece respuestas. Simplemente extrapola, exagerando, como toda buena obra distópica, tendencias y hechos en vías de consolidación hoy en día. Las explicaciones sobre cómo funciona su sistema, que no son muy extensas, aunque un tanto burdas, pretenden también iluminar de manera oblicua el nuestro.

Dejando a un lado la psicología evolutiva, sin tener en cuenta el momento psicológico de los adolescentes de reafirmación de identidad a base de negación de las autoridades establecidas, lo cierto es que el sesgo autoritario y, sobre todo, criminalizador que parece dominar los centros docentes estadounidenses (y que es una tendencia que va calando en nuestra sociedad) no augura nada bueno. La supuesta "violencia en las aulas" es un argumento esgrimido en la obra para endurecer las medidas de control social y escolar, con lo que los obvios nexos de unión con el presente se hacen más evidentes aún. Los problemas del sistema educativo, de educadores y educandos, no pueden ser observados como causa de la exclusiva actuación de sólo una parte.

Para el género, creo que es especialmente remarcable la perspectiva que War boys aporta. Tenemos varias obras con protagonistas adolescentes, de chavales en un entorno opresivo que se rebelan, pero no recuerdo ninguno que trace tan claramente una línea con lo que sucede hoy en día; que tenga un apego tan cercano a lo real. Aunque la novela es más un grito de rabia que un intento de plantear una reflexión y abrir un debate, lógicamente implica una reflexión sobre el sistema educativo y de las actuaciones políticas sociales, pues presenta las consecuencias de esa política. El autor no busca una especulación, sino un desahogo, una clara fantasía compensatoria para adolescentes (el colofón es que, en esencia, se postula que son los adolescentes quienes pueden subvertir y cambiar el mundo), pero la extrapolación es tan obvia que se produce de inmediato en el lector. ¿Qué falta para que los asesinatos en los colegios dejen de ser hechos pretendidamente aislados, faltos de sentido más que como explosión de conductas conflictivas, y pasar a estar organizadas y con una abierta postura política de repulsa contra el sistema?

El menosprecio y la estigmatización y criminalización de los chavales, la falta de esperanza en sus posibilidades, la ausencia plena de empatía con ellos, la nula búsqueda de un sistema creativo, estimulante, ilusionador, que parta de sus intereses y que desarrolle su autonomía, que los haga partícipes de su educación y formación, por un lado, y, por otro, el "cierre de filas" en torno a la autoridad y la tradición como medio de controlar la situación provocan en la novela (¿y pueden provocar en la vida real, puesto que los principios que rigen ese mundo ficcional están plenamente vigentes en nuestra sociedad?) que la situación estalle. Lo relatado en este volumen es el resultado de una política del miedo y de la represión, de atemorizar a la población (se utilizan falsas epidemias de manera continua como cortinas de humo) y supeditarla a las voluntades de unos pocos, no a la suya propia (en la novela, no hay intereses económicos ni sociales que gratifiquen ese control, salvo ejercer la posición de poder y conservar lo obtenido). Así se consigue que se tolere la vulneración cotidiana y constante de los derechos.

No nos engañemos: la novela es bastante mediocre o incluso directamente mala en varios tramos. Tiene personajes estereotipados y maniqueos (pero qué malos son los malos), salvando un ambiguo chaval, que, además de ejercer de "sabio sensei", abre una tercera vía de resolución del conflicto; con la cual el autor salva en parte el excesivo maniqueísmo ideológico. Bebe de todos los tópicos y lugares comunes, tanto de los roles sociales que plasma como de las imágenes distópicas más extendidas. Se apoya casi exclusivamente en los diálogos para desarrollar la trama. Resulta en demasiados momentos previsible, aunque mantiene bien un ritmo intenso, lleno de momentos de tensión para los personajes (la extremada artificiosidad del conjunto hace que no trasciendan hasta el lector).

A pesar de todo ello, pone sobre la mesa aspectos de la sociedad actual que el género, tan desvinculado en la actualidad de la realidad contemporánea, olvida o ignora. Manda narices que tenga que llegar este (supuesto) jovencísimo autor, tirar (él o su editorial) de un, a día de hoy, filón mediático como la violencia en las aulas y sacar a la ciencia-ficción de su sendero endogámico y devolverla a un camino paralelo al de la sociedad. No estoy hablando de que se arrime a las modas, sino a que intente dar respuesta o plantear más dudas al rumbo de nuestra sociedad.

Queda demostrado así, además, que de todo y todos podemos aprender, y que de la infravaloración precisamente surgen war boys.

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