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Alberto García-TeresaCf sociopolítica
Mundo Espejo
Alberto García-Teresa

La distopía como trasfondo:
Leyes de mercado

Richard Morgan
Título original: Market Forces
Trad. Jesús Gómez

Gigamesh, 2006

Hace bastantes décadas que la distopía pasó de ser un subgénero delimitado, con unos parámetros muy definidos, a convertirse en un mecanismo narrativo flexible, importado también por escritores con escasa conciencia de género. La plasmación ficcional de una especulación sociopolítica exagerada y negativa para criticar los acontecimientos socioeconómicos coetáneos superó los esquemas de las narraciones tradicionales distópicas para introducirse en todo tipo de relatos de ciencia-ficción como escenario sin necesidad de ser el motivo, el centro de atención. El último paso de esa evolución es la propia anulación de su contenido crítico al ser integrada de manera muy particular como escenario en el cyberpunk (y emplazo a hablar de ello más extensamente en "Las aventuras de Emmanuel Goldstein. Usos ideológicos de la ciencia-ficción", en Jabberwock vol. 2).

Leyes de mercado, de Richard Morgan, es una de esas novelas donde la distopía es el trasfondo de la historia, no el propio motor de la narración. Se trata de una aventurilla distópica, pues no habría sido posible desarrollar la peripecia del libro en otro contexto que no fuera el que la distopía permite, y el enfoque del autor es ciertamente crítico.

La obra nos presenta una sociedad de liberalismo extremo, donde las luchas empresariales se deciden en duelos de coches en la carretera. En ese mundo, nos cuenta la historia de un joven ejecutivo y su pareja cuando entra en una prestigiosa empresa de "Inversión en conflictos" y su posterior transformación.

Aunque pasado el primer centenar y medio de páginas el volumen va abandonando progresivamente la reflexión política (aunque sin hacerlo por completo, pues continúa apuntando datos dispersos) a cambio de profundizar en la trama de duelos y luchas empresariales (acción y aventura), las líneas y símbolos planteados son lo suficientemente atractivos y sugerentes como para que la novela tenga relevancia en Mundo Espejo por su lectura política.

De esta manera, nos plasma un mundo individualista, donde el escritor ha profundizado en las tendencias sociales y económicas hoy presentes. El narrador se sitúa en el mundo de los ejecutivos; aquellas personas alienadas que dedican su vida y su muerte a su empresa (la rutina es "vivir en el trabajo, dormir en casa y olvidar que alguna vez se tuvo una relación"), pero que lo hacen con una sonrisa, con una infundada sensación de triunfo y de satisfacción personal (porque su autoestima y su medra y resultados empresariales están unidos). Al emplear esa perspectiva, inmediatamente nos recuerda a Mercaderes del espacio, aunque sólo pueden establecerse vínculos en ese sentido. Es más, Fernando Ángel Moreno, en el prólogo, se atreve a afirmar que "algunos lo podrán comparar con Mercaderes del espacio, de Kornbluth y Pohl, pero ésta ha dejado de ser ciencia-ficción y se ha vuelto costumbrista".

Les gusta ostentar, como buenos capitalistas opulentos, y el consumo determina su vida. Por ejemplo, el protagonista habla en sueños, y se le entiende "caja registradora". Se trabaja por conseguir más dinero, porque éste es lo más importante. Se presenta una visión capitalista de la vida: todo se enfoca desde el prisma del dinero, de las inversiones, la competitividad. No existe gratuidad en lo que se hace, excepto en la relación amorosa del protagonista (en la que se insiste constantemente que "estoy enamorado", como contraste). Es un mundo vacío, aparente, hipócrita; muy bien reflejado en este símil: "La cajera mira a la mujer que le ha dado la tarjeta y le dedica una sonrisa exagerada, con un contenido en sinceridad equivalente al de fruta fresca en un brick de supermercado". Se trata de una sociedad precaria, en la que el mundo se mide por trimestres, como los proyectos empresariales, y donde "dos años" es "mucho tiempo".

Como hemos apuntado, todo ese contexto se utiliza como trasfondo. Los feroces duelos en las carreteras entre ejecutivos asentados y otros que aspiran a ocupar su puesto echándoles del asfalto son lo más espectacular de Leyes de mercado y la apuesta visual más potente del autor en el libro. Pero sólo es posible retratar esa idea si trazamos una sociedad liberal muy consolidada, donde la cultura se reduce a conocer los avatares del mundillo empresarial. No es una excusa, sino una necesidad narrativa, además de pura intencionalidad política. En ese último sentido, es de destacar cómo el autor aprovecha un recurso narrativo con habilidad con distintas finalidades. La voluntad crítica se desvela ya desde una de las dedicatorias del volumen: "También se lo dedico a todos los habitantes del mundo cuyas vidas se han visto destrozadas o coartadas por el gran sueño neoliberal y la globalización de tierra quemada".

La recreación de las carreras, como fin en sí mismo, muestra la intención de Morgan de crear una novela de entretenimiento muy visual. Como el propio texto indica, "de repente estábamos inmersos en un juego de arcade en perspectiva de primera persona". Sin embargo, a nivel simbólico, debemos incidir en que es muy significativo que el coche sea lo más utilizado en la lucha empresarial: icono de la sociedad de consumo y de la sociedad industrial capitalista, individualista, con esa capacidad para crear seguridad a base de aislar al individuo, de cubrirlo con tecnología y darle una falsa sensación de libertad, control, decisión y singularización (pues, no en vano, sólo se pueden recorrer caminos marcados, transitados por el resto de millones de conductores con sus vehículos fabricados en serie). El autor está criticando ese estilo de vida ya hoy arraigado -en esa línea, debemos recordar la imagen del centauro humano-coche de El homóvil-. El automóvil es tan determinante en sus vidas que el protagonista se casa con un motor por altar. Las lecturas que dan pie a hablar de fetichismo serán tarea de otros críticos.

Por otro lado, es curioso comprobar cómo trasladan los personajes las tácticas y acciones de los duelos de coches con los métodos del mundo empresarial, la forma de trabajo y la capacidad de desenvolverse en el mercado laboral.

El papel de los medios de información también merece la atención del autor. Se observa cierta crítica al morbo y a los usos de programadores y telespectadores al reflejar, exagerando, las tendencias de la televisión actual: los duelos son retransmitidos, hay programas exclusivamente dedicados a ellos y se hacen detalladas entrevistas a los participantes.

El paradigma de todo es la existencia y triunfo de una empresa que invierte en guerras, en "Inversión en conflictos": "A eso nos dedicamos aquí, Paco. Gestión comercial neoliberal. Caos internacional, muerte y destrucción por mando a distancia". No deja de ser escalofriante que, en una escena concreta, brinden "por las guerras pequeñas de todo el mundo. Que sigan durante muchos años". En consecuencia, no podemos dejar de pensar en las "Conferencias de donantes", en los traficantes de armas y en todo aquello que se enriquece, ya en nuestro mundo actual, con el asesinato al descubierto, sin tapujos. En la novela posee un sentido literal, pero resulta también una válida metáfora para nuestro universo: "cualquier economista que ejerza su profesión en el mercado libre tiene sangre en las manos; de lo contrario, no está realizando su trabajo adecuadamente".

Creo que es muy significativo que se diga que ese sector sea "el futuro" de su sociedad, que resulte lo más exitoso y prestigioso del momento. La advertencia de Morgan está clara: a esto llegaremos si, en los altos círculos de capitalistas, se sigue ensalzando el dinero por el dinero, el beneficio por encima de todo, y se continúa glorificando a empresarios de esta estirpe como a héroes, y el resto de la sociedad jalea ese tipo de actitudes.

Una visita a los suburbios, separados físicamente del distrito financiero y las zonas residenciales por barreras custodiadas por la policía, sirve para mostrar el contraste, para poner de manifiesto que la opulencia necesita miseria para existir. Así, nos encontramos con zonas muy degradadas, donde late el odio y el rencor hacia los ricos, quienes contemplan, por su parte, estas áreas como lugares exóticos.

En ese sentido, el padre de la esposa del protagonista es un viejo militante y teórico disidente. A través de él, Morgan plasma su escepticismo con la Teoría Política, con el poder agitador de la Teoría entre los excluidos: las revueltas que se producen en esas zonas en el libro carecen de contenido; es mero vandalismo y rabia descontrolada.

Morgan continúa explorando la evolución del protagonista y su esposa en su desintegración, una vez bien planteado el marco y los símbolos. De este modo, el protagonista se vuelve cada vez más violento y capitalista, y su relación sentimental se resiente: el personaje se deshumaniza, y eso afecta a todo. De hecho, se le reprocha que, en el pasado, no hubiera matado a un aspirante que le retó en el coche, en vez de derrotarle sin más. Y es que se ensalza a los ejecutivos sin escrúpulos, como se observa en la alabanza a un jefe de éxito: "No permite que sus sentimientos se interpongan en el trabajo". No es una crítica; es un argumento para glorificarle.

Al principio, él rechaza la violencia gratuita de su mundo. Sin ser pacifista, opta por resolver los conflictos con otro tipo de enfrentamientos no sangrientos. Sin embargo, se siente atrapado por el trabajo, aunque no hay repulsión: lo va aceptando a medida que va cambiando su carácter.

La novela se introduce cada vez más en una novela negra, francamente, muy macarra. En el fondo, esas batallas empresariales son enfrentamientos mafiosos con otra carcasa. A pesar del recubrimiento de elegancia y lujo, todo ese talante camorrista de los duelos, ese afán por alardear de poder y de armamento (pues los coches, en cierto sentido, son armas), les dota de un carácter de pandilleros a esos ejecutivos. En ese punto es donde se encuentran más conexiones con Carbono alterado, y se descubre una línea coherente en su narrativa: una ciencia-ficción elaborada con muchos componentes de novela negra, de ambientes y personajes moralmente sórdidos, en un futuro degradado y violento. Las descripciones de los suburbios y la agilidad en las escenas de acción son otros aspectos en común.

Richard Morgan recoge la trama con un estilo amoldado a las necesidades expresivas de cada episodio. Destacan, como hemos apuntado, las escenas de acción, pero, en líneas generales, engarza oraciones breves que transmiten ese mundo agresivo y acelerado de la obra. El arranque del libro es verdaderamente contundente, por otro lado, y también son de destacar los símiles y las metáforas, referidas todas al mundo artificial, urbano y deshumanizado. Así, con éxito consigue contribuir con su prosa a transmitir mejor el mensaje que pretende comunicarnos.

De esta manera, nos encontramos con una novela interesante y correcta, que arroja una especulación sociopolítica bien evolucionada desde los parámetros actuales (aunque no excesivamente original) e incluye una serie de símbolos muy sugerentes sobre el universo liberal que plantea y en el que vivimos hoy. Aunque pueda parecer exagerado, no podemos pasar por alto el preguntarnos qué tipo de sociedad es ésa en la que una gente es capaz de matar y matarse por medrar en el trabajo y otra de aplaudirles emocionados.

 

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