Hace bastantes décadas que
la distopía pasó de ser un subgénero delimitado, con unos parámetros muy
definidos, a convertirse en un mecanismo narrativo flexible, importado también
por escritores con escasa conciencia de género. La plasmación ficcional de una
especulación sociopolítica exagerada y negativa para criticar los
acontecimientos socioeconómicos coetáneos superó los esquemas de las
narraciones tradicionales distópicas para introducirse en todo tipo de relatos
de ciencia-ficción como escenario sin necesidad de ser el motivo, el centro de
atención. El último paso de esa evolución es la propia anulación de su
contenido crítico al ser integrada de manera muy particular como escenario en
el cyberpunk (y emplazo a hablar de ello más extensamente en
"Las aventuras de Emmanuel Goldstein. Usos ideológicos de la ciencia-ficción",
en Jabberwock vol. 2).
Leyes de mercado,
de Richard Morgan, es una de esas novelas donde la distopía es el trasfondo de
la historia, no el propio motor de la narración. Se trata de una aventurilla
distópica, pues no habría sido posible desarrollar la peripecia del libro en
otro contexto que no fuera el que la distopía permite, y el enfoque del autor
es ciertamente crítico.
La obra nos presenta una
sociedad de liberalismo extremo, donde las luchas empresariales se deciden en
duelos de coches en la carretera. En ese mundo, nos cuenta la historia de un
joven ejecutivo y su pareja cuando entra en una prestigiosa empresa de
"Inversión en conflictos" y su posterior transformación.
Aunque pasado el primer
centenar y medio de páginas el volumen va abandonando progresivamente la
reflexión política (aunque sin hacerlo por completo, pues continúa apuntando
datos dispersos) a cambio de profundizar en la trama de duelos y luchas
empresariales (acción y aventura), las líneas y símbolos planteados son lo
suficientemente atractivos y sugerentes como para que la novela tenga relevancia
en Mundo Espejo por su lectura política.
De esta manera, nos plasma
un mundo individualista, donde el escritor ha profundizado en las tendencias
sociales y económicas hoy presentes. El narrador se sitúa en el mundo de los
ejecutivos; aquellas personas alienadas que dedican su vida y su muerte a su
empresa (la rutina es "vivir en el trabajo, dormir en casa y olvidar que
alguna vez se tuvo una relación"), pero que lo hacen con una sonrisa, con
una infundada sensación de triunfo y de satisfacción personal (porque su
autoestima y su medra y resultados empresariales están unidos). Al emplear esa
perspectiva, inmediatamente nos recuerda a Mercaderes del espacio, aunque
sólo pueden establecerse vínculos en ese sentido. Es más, Fernando Ángel
Moreno, en el prólogo, se atreve a afirmar que "algunos lo podrán
comparar con Mercaderes del espacio, de Kornbluth y Pohl, pero ésta ha
dejado de ser ciencia-ficción y se ha vuelto costumbrista".
Les gusta ostentar, como
buenos capitalistas opulentos, y el consumo determina su vida. Por ejemplo, el
protagonista habla en sueños, y se le entiende "caja registradora".
Se trabaja por conseguir más dinero, porque éste es lo más importante. Se
presenta una visión capitalista de la vida: todo se enfoca desde el prisma del
dinero, de las inversiones, la competitividad. No existe gratuidad en lo que se
hace, excepto en la relación amorosa del protagonista (en la que se insiste
constantemente que "estoy enamorado", como contraste). Es un mundo vacío,
aparente, hipócrita; muy bien reflejado en este símil: "La cajera mira a
la mujer que le ha dado la tarjeta y le dedica una sonrisa exagerada, con un
contenido en sinceridad equivalente al de fruta fresca en un brick de
supermercado". Se trata de una sociedad precaria, en la que el mundo se
mide por trimestres, como los proyectos empresariales, y donde "dos años"
es "mucho tiempo".
Como hemos apuntado, todo
ese contexto se utiliza como trasfondo. Los feroces duelos en las carreteras
entre ejecutivos asentados y otros que aspiran a ocupar su puesto echándoles
del asfalto son lo más espectacular de Leyes de mercado y la apuesta
visual más potente del autor en el libro. Pero sólo es posible retratar esa
idea si trazamos una sociedad liberal muy consolidada, donde la cultura se
reduce a conocer los avatares del mundillo empresarial. No es una excusa, sino
una necesidad narrativa, además de pura intencionalidad política. En ese último
sentido, es de destacar cómo el autor aprovecha un recurso narrativo con
habilidad con distintas finalidades. La voluntad crítica se desvela ya desde
una de las dedicatorias del volumen: "También se lo dedico a todos los
habitantes del mundo cuyas vidas se han visto destrozadas o coartadas por el
gran sueño neoliberal y la globalización de tierra quemada".
La recreación de las
carreras, como fin en sí mismo, muestra la intención de Morgan de crear una
novela de entretenimiento muy visual. Como el propio texto indica, "de
repente estábamos inmersos en un juego de arcade en perspectiva de primera
persona". Sin embargo, a nivel simbólico, debemos incidir en que es muy
significativo que el coche sea lo más utilizado en la lucha empresarial: icono
de la sociedad de consumo y de la sociedad industrial capitalista,
individualista, con esa capacidad para crear seguridad a base de aislar al
individuo, de cubrirlo con tecnología y darle una falsa sensación de libertad,
control, decisión y singularización (pues, no en vano, sólo se pueden
recorrer caminos marcados, transitados por el resto de millones de conductores
con sus vehículos fabricados en serie). El autor está criticando ese estilo de
vida ya hoy arraigado -en esa línea, debemos recordar la imagen del centauro
humano-coche de El homóvil-.
El automóvil es tan determinante en sus vidas que el protagonista se casa con
un motor por altar. Las lecturas que dan pie a hablar de fetichismo serán tarea
de otros críticos.
Por otro lado, es curioso
comprobar cómo trasladan los personajes las tácticas y acciones de los duelos
de coches con los métodos del mundo empresarial, la forma de trabajo y la
capacidad de desenvolverse en el mercado laboral.
El papel de los medios de
información también merece la atención del autor. Se observa cierta crítica
al morbo y a los usos de programadores y telespectadores al reflejar,
exagerando, las tendencias de la televisión actual: los duelos son
retransmitidos, hay programas exclusivamente dedicados a ellos y se hacen
detalladas entrevistas a los participantes.
El paradigma de todo es la
existencia y triunfo de una empresa que invierte en guerras, en "Inversión
en conflictos": "A eso nos dedicamos aquí, Paco. Gestión comercial
neoliberal. Caos internacional, muerte y destrucción por mando a
distancia". No deja de ser escalofriante que, en una escena concreta,
brinden "por las guerras pequeñas de todo el mundo. Que sigan durante
muchos años". En consecuencia, no podemos dejar de pensar en las
"Conferencias de donantes", en los traficantes de armas y en todo
aquello que se enriquece, ya en nuestro mundo actual, con el asesinato al
descubierto, sin tapujos. En la novela posee un sentido literal, pero resulta
también una válida metáfora para nuestro universo: "cualquier economista
que ejerza su profesión en el mercado libre tiene sangre en las manos; de lo
contrario, no está realizando su trabajo adecuadamente".
Creo que es muy
significativo que se diga que ese sector sea "el futuro" de su
sociedad, que resulte lo más exitoso y prestigioso del momento. La advertencia
de Morgan está clara: a esto llegaremos si, en los altos círculos de
capitalistas, se sigue ensalzando el dinero por el dinero, el beneficio por
encima de todo, y se continúa glorificando a empresarios de esta estirpe como a
héroes, y el resto de la sociedad jalea ese tipo de actitudes.
Una visita a los suburbios,
separados físicamente del distrito financiero y las zonas residenciales por
barreras custodiadas por la policía, sirve para mostrar el contraste, para
poner de manifiesto que la opulencia necesita miseria para existir. Así, nos
encontramos con zonas muy degradadas, donde late el odio y el rencor hacia los
ricos, quienes contemplan, por su parte, estas áreas como lugares exóticos.
En ese sentido, el padre de
la esposa del protagonista es un viejo militante y teórico disidente. A través
de él, Morgan plasma su escepticismo con la Teoría Política, con el poder
agitador de la Teoría entre los excluidos: las revueltas que se producen en
esas zonas en el libro carecen de contenido; es mero vandalismo y rabia
descontrolada.
Morgan continúa explorando
la evolución del protagonista y su esposa en su desintegración, una vez bien
planteado el marco y los símbolos. De este modo, el protagonista se vuelve cada
vez más violento y capitalista, y su relación sentimental se resiente: el
personaje se deshumaniza, y eso afecta a todo. De hecho, se le reprocha que, en
el pasado, no hubiera matado a un aspirante que le retó en el coche, en vez de
derrotarle sin más. Y es que se ensalza a los ejecutivos sin escrúpulos, como
se observa en la alabanza a un jefe de éxito: "No permite que sus
sentimientos se interpongan en el trabajo". No es una crítica; es un
argumento para glorificarle.
Al principio, él rechaza la
violencia gratuita de su mundo. Sin ser pacifista, opta por resolver los
conflictos con otro tipo de enfrentamientos no sangrientos. Sin embargo, se
siente atrapado por el trabajo, aunque no hay repulsión: lo va aceptando a
medida que va cambiando su carácter.
La novela se introduce cada
vez más en una novela negra, francamente, muy macarra. En el fondo, esas
batallas empresariales son enfrentamientos mafiosos con otra carcasa. A pesar
del recubrimiento de elegancia y lujo, todo ese talante camorrista de los
duelos, ese afán por alardear de poder y de armamento (pues los coches, en
cierto sentido, son armas), les dota de un carácter de pandilleros a esos
ejecutivos. En ese punto es donde se encuentran más conexiones con Carbono
alterado, y se descubre una línea coherente en su narrativa: una
ciencia-ficción elaborada con muchos componentes de novela negra, de ambientes
y personajes moralmente sórdidos, en un futuro degradado y violento. Las
descripciones de los suburbios y la agilidad en las escenas de acción son otros
aspectos en común.
Richard Morgan recoge la
trama con un estilo amoldado a las necesidades expresivas de cada episodio.
Destacan, como hemos apuntado, las escenas de acción, pero, en líneas
generales, engarza oraciones breves que transmiten ese mundo agresivo y
acelerado de la obra. El arranque del libro es verdaderamente contundente, por
otro lado, y también son de destacar los símiles y las metáforas, referidas
todas al mundo artificial, urbano y deshumanizado. Así, con éxito consigue
contribuir con su prosa a transmitir mejor el mensaje que pretende comunicarnos.
De esta manera, nos encontramos con una novela interesante y correcta,
que arroja una especulación sociopolítica bien evolucionada desde los parámetros
actuales (aunque no excesivamente original) e incluye una serie de símbolos muy
sugerentes sobre el universo liberal que plantea y en el que vivimos hoy. Aunque
pueda parecer exagerado, no podemos pasar por alto el preguntarnos qué tipo de
sociedad es ésa en la que una gente es capaz de matar y matarse por medrar en
el trabajo y otra de aplaudirles emocionados.
Archivo de Mundo Espejo
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