La pregunta por repetida no deja de ser interesante. Seguro
que la mayoría de los autores se la han hecho, cuando un amigo, un pariente
lejano o un conocido cercano, al enterarse de que escriben, que llevan tiempo
haciéndolo y además ya han publicado dos, tres, veinte o cien novelas, le
pregunta: ¿Y cómo se te ocurren las ideas?
A fe mía, que a estas alturas ya queda escasa para casi
todos los aspectos que la vida puede ofrecerme, la considero buena pregunta, y
también a fe mía, es la más difícil de responder. Para otros autores no sé.
Me han preguntado por esto no sé en cuantas ocasiones y
confieso sin rubor que la mayoría de las veces, para dar debida respuesta, me
he visto obligado a fantasear un poco a la hora de explicar cómo fue la gestación
de ésa o aquélla parida, cuento o novela. Es decir, me permití ciertas
licencias, como si el proceso creativo necesitara el adobo mínimo de imaginación
para no defraudar al amigo o al familiar.
El
otro día, mi amigo, del que les he hablado en otra ocasión, que ya había
terminado de leer Los vientos del olvido,
me hizo la dichosa pregunta, unida a su comentario de cómo demonios se me había
ocurrido hablar de moros en estos tiempos que corren. Árabes, le corregí. Él
se echó a reír y me dijo que llamarlos moros no era insultarlos. Creo que en
esto tenía razón, porque a veces traspasamos la raya de lo considerado políticamente
correcto y caemos en el embudo de la más completa gilipollez.
A mi amigo le conté algunos detalles acerca de cómo se me
había ocurrido escribir la novela de marras. Es que tiene más de una lectura,
me interrumpió, es lo que me ha parecido encontrar, vamos que tú has incluido
un mensaje subliminal en ella. Lo último no me sorprendió, porque a veces los
lectores ven más en una obra, o menos, de lo que se ha propuesto su autor. Pero
estas cosas pasan. Vale, déjame que te confíe algunos secretillos, le respondí,
y me permitió que se los contara, porque mi amigo es buen oyente.
Empecé diciéndole que para que esos vientos empezaran a
agitarse dentro de mi cabeza concurrieron varios hechos.
Muchos ya deben saber a estas alturas que allá por el 95
del siglo pasado, terminada la novela y a la vista de que por aquellos años era
un poco más difícil que ahora publicar una novela de cf -y eso que la fantasía
dragonera aún no empujaba lo suyo- me planteé la quijotesca idea de editarla
por mi cuenta. A emprender esta aventura me animó que para noviembre de ese año,
junto con Joaquín Revuelta, Rafael Marín, Ángel Olivera y, por supuesto, con
la imprescindible colaboración del Ayuntamiento gaditano, como no habíamos
escarmentado en el 92, estábamos organizando la segunda HispaCon en Cádiz. Hay
que sumar a esta premisa que había pensado crear una especie de cooperativa
entre varios autores, proyecto que no salió adelante por motivos que no voy a
contar aquí, porque sería demasiado largo y no vendría a cuento detallar el
entusiasmo, y también la desidia, que encontré donde menos esperaba.
Dicho esto, me centro ya en Los vientos del olvido,
y empiezo diciendo que en algunas críticas he leído que es una historia de
rabiosa actualidad, que no ha perdido frescura, sino todo lo contrario, que el
tema de la novela está calentito, tanto o más que hace doce años. Ese germen
de historia que a todo autor le nace en lo más íntimo, es decir, en un rincón
asolapado de su mente, lo encontré leyendo los atentados en Argelia y en otros
rincones del mundo musulmán. Me dije que el radicalismo religioso parecía
haber renacido de sus cenizas medievales, y el envilecimiento y la ignorancia
continuaban inmutables, que sólo había cambiado la espada o la cimitarra por
el kalashnikov y la Goma-2, con DNT o triquitraque de feria. O sea, la
civilización de nuestro orbe seguía sin civilizarse.
Para alguien como yo, que paso de todas las religiones,
incluso de las más tolerantes en la actualidad, tratar de las confesiones que
para mí son rechazables de forma tajante era una tarea que requería un
esfuerzo adicional para no caer en el vulgar panfleto. He llegado a leer por ahí
que en este aspecto he sido demasiado blando, que no me mojado lo suficiente,
incluso moderado en exceso a hora de criticar a las tres religiones monoteístas
que se empeñan, unas más que otras, en dar bandazos prehistóricos en pleno
siglo XXI. Ya saben que no se puede contentar a todo el mundo, por mucho que uno
se esfuerce, y además nunca ha sido ese mi propósito. Si la memoria no me
falla, he explicado en alguna que otra entrevista que la primera piedra para
construir el edificio de ar-Rasul la encontré en esa obra genial que se llama
"Las Cruzadas vistas por los árabes", que me permitió conocer este
período salvaje de la historia del rescate de unas supuestas tierras sagradas
desde una perspectiva distinta a las versiones que hasta entonces había leído.
Del libro a Maluf sólo aproveché su inicio, cuando arriba
a Palestina el ejército cristiano, también llamado franco, frany por los árabes.
Para justificar la presencia en mi novela de algo así tenía que buscar una
buena razón, por qué en un mundo distante de la Tierra había una comunidad
musulmana anclada en los siglos XII y XIII, y que, además, explicase con
fundamento la invasión de unos supuestos cristianos en los valles de ar-Rasul,
presencia llena de enigmas. Con estos mimbres iniciales me lancé con más
entusiasmo que otras veces a pergeñar una trama que, como siempre, quería que
fuera complicada, bien aderezada de misterios desde el principio al final.
Al joven historiador Zayd Bakú, en cierto modo personaje
central de la novela, lo imaginé emotivo, ambicioso, religioso en su fe pero
sin pasarse, pero ansioso por conocer el pasado de su pueblo y a la vez temeroso
a la hora de desentrañar el origen de los reinos árabes sometidos a estrictas
leyes coránicas, pueblos recluidos en un territorio regalado por Dios a sus
antepasados, que no podían abandonar so pena de ofender a los más grandes
profetas de su fe surgidos en la denominada Era Caetani.
Porque lo requería la línea argumental que me había
impuesto, fui incorporando otros personajes al desarrollo de la trama, como
Mariem, la nómada de Zuwa, Omar el peregrino, su extraño acompañante, Utman
al-Walid, señor de Bersuan, los miembros de la familia Nafwal, el vaticinador,
y reyes y visires de los diversos reinos de ar-Rasul, elementos necesarios para
condimentar el plato.
Contaba a mi favor para escribir esta novela que disponía
de ciertos conocimientos previos sobre las Cruzadas, dada mi afición a la
historia; pero me di cuenta de que eran insuficientes y dediqué algunas semanas
a reunir toda la información necesaria para dar mayor empaque al ambiente. Además,
me leí de cabo a rabo el Corán y la biografía de Mahoma, el ya maduro
camellero al que una noche se le apareció el Arcángel Gabriel y le reveló lo
que los emisarios de Dios, llámenlo cómo quieran, revelan a los hombres para
entorpecer la marcha de la humanidad hacia ninguna parte. Pero esto es otra
historia.
Como fuente de información conté con la inestimable ayuda
de mi amigo Usama, un sirio afincado en Cádiz desde hace un montón de años,
que vino a esta ciudad para estudiar medicina y no pasó del segundo curso, y
hoy, casado con una gaditana y padre de dos hijos, es empresario de hostelería
y no hace ascos a una buena tapa de jamón de Jabugo ni a una copa de buena
manzanilla. Sí, mi amigo se llama así, y como agradecimiento a su
asesoramiento di su nombre al gran kabin de Bakka de mi novela, porque en
aquellos años no teníamos idea de que por el mundo andaba un tío llamado
Osama Bin Laden, que tan famoso se haría más tarde. Mi amigo tuvo que
aguantar, después del 11-M, las bromas de mi paisanos, durante algunos días, a
cuenta de llamarse igual que el árabe ése que nadie sabe si está muerto o
vivo.
Sigamos. Mi amigo, el que se ha leído la novela, insistió
en que le hablara sobre el dichoso mensaje que él pensaba, y creo que sigue
pensando, se oculta en Los vientos del olvido. Estuve a punto de decirle
que toda la culpa de lo que pasa en el mundo la tienen las religiones, pero esa
mañana yo estaba en plan moderado y le di otra respuesta, más suave y
protocolaria dadas las circunstancias. Sobre esto ya ha hablado algún que otro
critico. Uno en especial considera mi novela como un ejercicio válido de
aventuras medievales, además de ucronía y epopeya salpicada con una migaja de
ciencia-ficción, todo en un mismo cesto. En parte estoy de acuerdo con él.
Cada cual tiene derecho a mirar las cosas con el cristal que más le apetezca.
Disfruté escribiendo Los vientos del olvido más
que con cualquiera de las ciento y pico de novelas y novelitas que he publicado,
porque descubrí que el proceso de documentación era un ejercicio gratificante.
Cuando
recibí la propuesta por parte de Minotauro de reeditar mi novela, comenté a su
editor que me gustaría darle un repasito, cambiar alguna que otra cosilla y
darle un enfoque más diáfano en ciertos planteamientos, propuesta que aceptó
de inmediato. No he cambiado nada sustancial, y eso que estuve a punto de
hacerlo; pero al final no caí en la tentación de hacer demasiadas
modificaciones, ni siquiera en el último capítulo, con el que algún crítico
no estuvo de acuerdo tras la lectura de la primera edición, y no porque lo
considerasen fallido, sino porque a su entender esperaban más detalles y unas
explicaciones más extensas sobre el destino que a ciertas etnias, pueblos y
personajes, deparó la resolución de la trama.
Calculo que sólo he introducido ocho o diez líneas en el
capítulo de marras, el último, y lo he hecho a propósito para no pillarme los
dedos, porque como ya he dicho en la entrevista que me hizo José Luis Mora,
llevo meses acariciando la idea de escribir la segunda parte de la historia de
ar-Rasul, porque los cabos sueltos que he dejado a propósito que sean mecidos
por el viento dan de sobra, y creo que más, para una continuación.
Advierto que a partir de aquí podría haber un dichoso spoiler
de esos, aviso a veces contraproducente porque sólo sirve para que el lector se
sienta picado por la curiosidad y continúe leyendo. Pero pienso que exagero y
no voy a chafarle a quien aún no haya leído la novela un par o más de los
misterios que envuelven su trama, porque aún no he comenzado a escribir la
novela -el actual trabajo que llevo entre manos me lo impide, no piensen que soy
un vago-, y además, si la termino algún día, a ver si la veo publicada.
El siguiente planteamiento en especial va dirigido a
aquellos que ya han leído la novela, puesto que lo entenderán mejor. Aunque
algunos enigmas de ar-Rasul quedaron resueltos en Los vientos del olvido,
otros no fueron desvelados, por ejemplo, quiénes fueron los diseñadores del
complicado plan para preservar incontaminado el planeta, es decir, los
"fabricantes" de la Perla Negra, la entidad autora de la misteriosa
invasión. También quedó pendiente de explicación quiénes eran los
visitantes que precedieron a los fugitivos humanos que arribaron a ar-Rasul
huyendo del terror nacido en la Tierra en el siglo XXI, año sin precisar a propósito,
pero que podría estar a la vuelta de la esquina. Espero haber sido un pésimo
profeta al respecto. Por supuesto, la actitud futura de Zayd Bark, tal como
manifiesta en el último capítulo, así como las de los reyes de los valles,
los nómadas de Zuba y los isleños de Besuam, es de justicia que sean
explicitadas, sin olvidarnos de los supervivientes de los ejércitos llamados
francos, no llegados de allende los mares sino de las montañas del norte, donde
se fraguó la invasión, donde el rey Utman, aficionado a la arqueología, halló
sorprendentes testimonios de acontecimientos pasados. Por último hay que
preguntarse si Mariem regresará al mundo donde tuvo su aventura más fantástica
y cómo reaccionará la Academia, albacea de las inmensas riquezas de los
supuestamente extinguidos musulmanes. ¿Cuál será la actitud que tomarán los
reyes y reyezuelos de los valles una vez alcanzada la paz? ¿Olvidarán los
desmanes cometidos por los invasores y renunciarán a la venganza por los
desmanes que cometieron? ¿Qué decisiones tomará la Tierra ante la nueva
situación en la galaxia, la problemática surgida a raíz de la aparición de
una cultura que se considera extinguida, una vez que la temporalidad de los
viajes estelares ha sido acortada por la Academia, que se adueña del monopolio
de este logro tecnológico?
Muchas preguntas, ¿verdad? Espero encontrar respuestas
para casi todas.
Si las circunstancias no aniquilan mis propósitos, espero comenzar
pronto a devanarme los sesos escribiendo la continuación, haciendo una vez más
caso omiso al dicho de que las segundas partes nunca fueron buenas. ¿El título?
Aún no lo tengo. Ya saldrá. Como para recorrer cualquier camino el paso más
importante es el primero, he abierto un archivo para la novela en ciernes. Por
ahora está vacío. Deséenme suerte.
Archivo de La Memoria Estelar
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