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Ángel Torres QuesadaCuando a la cf no sabían cómo llamarla
La Memoria Estelar
Ángel Torres Quesada



Cómo surgen las ideas...

La pregunta por repetida no deja de ser interesante. Seguro que la mayoría de los autores se la han hecho, cuando un amigo, un pariente lejano o un conocido cercano, al enterarse de que escriben, que llevan tiempo haciéndolo y además ya han publicado dos, tres, veinte o cien novelas, le pregunta: ¿Y cómo se te ocurren las ideas?

A fe mía, que a estas alturas ya queda escasa para casi todos los aspectos que la vida puede ofrecerme, la considero buena pregunta, y también a fe mía, es la más difícil de responder. Para otros autores no sé.

Me han preguntado por esto no sé en cuantas ocasiones y confieso sin rubor que la mayoría de las veces, para dar debida respuesta, me he visto obligado a fantasear un poco a la hora de explicar cómo fue la gestación de ésa o aquélla parida, cuento o novela. Es decir, me permití ciertas licencias, como si el proceso creativo necesitara el adobo mínimo de imaginación para no defraudar al amigo o al familiar.

El otro día, mi amigo, del que les he hablado en otra ocasión, que ya había terminado de leer Los vientos del olvido, me hizo la dichosa pregunta, unida a su comentario de cómo demonios se me había ocurrido hablar de moros en estos tiempos que corren. Árabes, le corregí. Él se echó a reír y me dijo que llamarlos moros no era insultarlos. Creo que en esto tenía razón, porque a veces traspasamos la raya de lo considerado políticamente correcto y caemos en el embudo de la más completa gilipollez.

A mi amigo le conté algunos detalles acerca de cómo se me había ocurrido escribir la novela de marras. Es que tiene más de una lectura, me interrumpió, es lo que me ha parecido encontrar, vamos que tú has incluido un mensaje subliminal en ella. Lo último no me sorprendió, porque a veces los lectores ven más en una obra, o menos, de lo que se ha propuesto su autor. Pero estas cosas pasan. Vale, déjame que te confíe algunos secretillos, le respondí, y me permitió que se los contara, porque mi amigo es buen oyente.

Empecé diciéndole que para que esos vientos empezaran a agitarse dentro de mi cabeza concurrieron varios hechos.

Muchos ya deben saber a estas alturas que allá por el 95 del siglo pasado, terminada la novela y a la vista de que por aquellos años era un poco más difícil que ahora publicar una novela de cf -y eso que la fantasía dragonera aún no empujaba lo suyo- me planteé la quijotesca idea de editarla por mi cuenta. A emprender esta aventura me animó que para noviembre de ese año, junto con Joaquín Revuelta, Rafael Marín, Ángel Olivera y, por supuesto, con la imprescindible colaboración del Ayuntamiento gaditano, como no habíamos escarmentado en el 92, estábamos organizando la segunda HispaCon en Cádiz. Hay que sumar a esta premisa que había pensado crear una especie de cooperativa entre varios autores, proyecto que no salió adelante por motivos que no voy a contar aquí, porque sería demasiado largo y no vendría a cuento detallar el entusiasmo, y también la desidia, que encontré donde menos esperaba.

Dicho esto, me centro ya en Los vientos del olvido, y empiezo diciendo que en algunas críticas he leído que es una historia de rabiosa actualidad, que no ha perdido frescura, sino todo lo contrario, que el tema de la novela está calentito, tanto o más que hace doce años. Ese germen de historia que a todo autor le nace en lo más íntimo, es decir, en un rincón asolapado de su mente, lo encontré leyendo los atentados en Argelia y en otros rincones del mundo musulmán. Me dije que el radicalismo religioso parecía haber renacido de sus cenizas medievales, y el envilecimiento y la ignorancia continuaban inmutables, que sólo había cambiado la espada o la cimitarra por el kalashnikov y la Goma-2, con DNT o triquitraque de feria. O sea, la civilización de nuestro orbe seguía sin civilizarse.

Para alguien como yo, que paso de todas las religiones, incluso de las más tolerantes en la actualidad, tratar de las confesiones que para mí son rechazables de forma tajante era una tarea que requería un esfuerzo adicional para no caer en el vulgar panfleto. He llegado a leer por ahí que en este aspecto he sido demasiado blando, que no me mojado lo suficiente, incluso moderado en exceso a hora de criticar a las tres religiones monoteístas que se empeñan, unas más que otras, en dar bandazos prehistóricos en pleno siglo XXI. Ya saben que no se puede contentar a todo el mundo, por mucho que uno se esfuerce, y además nunca ha sido ese mi propósito. Si la memoria no me falla, he explicado en alguna que otra entrevista que la primera piedra para construir el edificio de ar-Rasul la encontré en esa obra genial que se llama "Las Cruzadas vistas por los árabes", que me permitió conocer este período salvaje de la historia del rescate de unas supuestas tierras sagradas desde una perspectiva distinta a las versiones que hasta entonces había leído.

Del libro a Maluf sólo aproveché su inicio, cuando arriba a Palestina el ejército cristiano, también llamado franco, frany por los árabes. Para justificar la presencia en mi novela de algo así tenía que buscar una buena razón, por qué en un mundo distante de la Tierra había una comunidad musulmana anclada en los siglos XII y XIII, y que, además, explicase con fundamento la invasión de unos supuestos cristianos en los valles de ar-Rasul, presencia llena de enigmas. Con estos mimbres iniciales me lancé con más entusiasmo que otras veces a pergeñar una trama que, como siempre, quería que fuera complicada, bien aderezada de misterios desde el principio al final.

Al joven historiador Zayd Bakú, en cierto modo personaje central de la novela, lo imaginé emotivo, ambicioso, religioso en su fe pero sin pasarse, pero ansioso por conocer el pasado de su pueblo y a la vez temeroso a la hora de desentrañar el origen de los reinos árabes sometidos a estrictas leyes coránicas, pueblos recluidos en un territorio regalado por Dios a sus antepasados, que no podían abandonar so pena de ofender a los más grandes profetas de su fe surgidos en la denominada Era Caetani.

Porque lo requería la línea argumental que me había impuesto, fui incorporando otros personajes al desarrollo de la trama, como Mariem, la nómada de Zuwa, Omar el peregrino, su extraño acompañante, Utman al-Walid, señor de Bersuan, los miembros de la familia Nafwal, el vaticinador, y reyes y visires de los diversos reinos de ar-Rasul, elementos necesarios para condimentar el plato.

Contaba a mi favor para escribir esta novela que disponía de ciertos conocimientos previos sobre las Cruzadas, dada mi afición a la historia; pero me di cuenta de que eran insuficientes y dediqué algunas semanas a reunir toda la información necesaria para dar mayor empaque al ambiente. Además, me leí de cabo a rabo el Corán y la biografía de Mahoma, el ya maduro camellero al que una noche se le apareció el Arcángel Gabriel y le reveló lo que los emisarios de Dios, llámenlo cómo quieran, revelan a los hombres para entorpecer la marcha de la humanidad hacia ninguna parte. Pero esto es otra historia.

Como fuente de información conté con la inestimable ayuda de mi amigo Usama, un sirio afincado en Cádiz desde hace un montón de años, que vino a esta ciudad para estudiar medicina y no pasó del segundo curso, y hoy, casado con una gaditana y padre de dos hijos, es empresario de hostelería y no hace ascos a una buena tapa de jamón de Jabugo ni a una copa de buena manzanilla. Sí, mi amigo se llama así, y como agradecimiento a su asesoramiento di su nombre al gran kabin de Bakka de mi novela, porque en aquellos años no teníamos idea de que por el mundo andaba un tío llamado Osama Bin Laden, que tan famoso se haría más tarde. Mi amigo tuvo que aguantar, después del 11-M, las bromas de mi paisanos, durante algunos días, a cuenta de llamarse igual que el árabe ése que nadie sabe si está muerto o vivo.

Sigamos. Mi amigo, el que se ha leído la novela, insistió en que le hablara sobre el dichoso mensaje que él pensaba, y creo que sigue pensando, se oculta en Los vientos del olvido. Estuve a punto de decirle que toda la culpa de lo que pasa en el mundo la tienen las religiones, pero esa mañana yo estaba en plan moderado y le di otra respuesta, más suave y protocolaria dadas las circunstancias. Sobre esto ya ha hablado algún que otro critico. Uno en especial considera mi novela como un ejercicio válido de aventuras medievales, además de ucronía y epopeya salpicada con una migaja de ciencia-ficción, todo en un mismo cesto. En parte estoy de acuerdo con él. Cada cual tiene derecho a mirar las cosas con el cristal que más le apetezca.

Disfruté escribiendo Los vientos del olvido más que con cualquiera de las ciento y pico de novelas y novelitas que he publicado, porque descubrí que el proceso de documentación era un ejercicio gratificante.

Cuando recibí la propuesta por parte de Minotauro de reeditar mi novela, comenté a su editor que me gustaría darle un repasito, cambiar alguna que otra cosilla y darle un enfoque más diáfano en ciertos planteamientos, propuesta que aceptó de inmediato. No he cambiado nada sustancial, y eso que estuve a punto de hacerlo; pero al final no caí en la tentación de hacer demasiadas modificaciones, ni siquiera en el último capítulo, con el que algún crítico no estuvo de acuerdo tras la lectura de la primera edición, y no porque lo considerasen fallido, sino porque a su entender esperaban más detalles y unas explicaciones más extensas sobre el destino que a ciertas etnias, pueblos y personajes, deparó la resolución de la trama.

Calculo que sólo he introducido ocho o diez líneas en el capítulo de marras, el último, y lo he hecho a propósito para no pillarme los dedos, porque como ya he dicho en la entrevista que me hizo José Luis Mora, llevo meses acariciando la idea de escribir la segunda parte de la historia de ar-Rasul, porque los cabos sueltos que he dejado a propósito que sean mecidos por el viento dan de sobra, y creo que más, para una continuación.

Advierto que a partir de aquí podría haber un dichoso spoiler de esos, aviso a veces contraproducente porque sólo sirve para que el lector se sienta picado por la curiosidad y continúe leyendo. Pero pienso que exagero y no voy a chafarle a quien aún no haya leído la novela un par o más de los misterios que envuelven su trama, porque aún no he comenzado a escribir la novela -el actual trabajo que llevo entre manos me lo impide, no piensen que soy un vago-, y además, si la termino algún día, a ver si la veo publicada.

El siguiente planteamiento en especial va dirigido a aquellos que ya han leído la novela, puesto que lo entenderán mejor. Aunque algunos enigmas de ar-Rasul quedaron resueltos en Los vientos del olvido, otros no fueron desvelados, por ejemplo, quiénes fueron los diseñadores del complicado plan para preservar incontaminado el planeta, es decir, los "fabricantes" de la Perla Negra, la entidad autora de la misteriosa invasión. También quedó pendiente de explicación quiénes eran los visitantes que precedieron a los fugitivos humanos que arribaron a ar-Rasul huyendo del terror nacido en la Tierra en el siglo XXI, año sin precisar a propósito, pero que podría estar a la vuelta de la esquina. Espero haber sido un pésimo profeta al respecto. Por supuesto, la actitud futura de Zayd Bark, tal como manifiesta en el último capítulo, así como las de los reyes de los valles, los nómadas de Zuba y los isleños de Besuam, es de justicia que sean explicitadas, sin olvidarnos de los supervivientes de los ejércitos llamados francos, no llegados de allende los mares sino de las montañas del norte, donde se fraguó la invasión, donde el rey Utman, aficionado a la arqueología, halló sorprendentes testimonios de acontecimientos pasados. Por último hay que preguntarse si Mariem regresará al mundo donde tuvo su aventura más fantástica y cómo reaccionará la Academia, albacea de las inmensas riquezas de los supuestamente extinguidos musulmanes. ¿Cuál será la actitud que tomarán los reyes y reyezuelos de los valles una vez alcanzada la paz? ¿Olvidarán los desmanes cometidos por los invasores y renunciarán a la venganza por los desmanes que cometieron? ¿Qué decisiones tomará la Tierra ante la nueva situación en la galaxia, la problemática surgida a raíz de la aparición de una cultura que se considera extinguida, una vez que la temporalidad de los viajes estelares ha sido acortada por la Academia, que se adueña del monopolio de este logro tecnológico?

Muchas preguntas, ¿verdad? Espero encontrar respuestas para casi todas.

Si las circunstancias no aniquilan mis propósitos, espero comenzar pronto a devanarme los sesos escribiendo la continuación, haciendo una vez más caso omiso al dicho de que las segundas partes nunca fueron buenas. ¿El título? Aún no lo tengo. Ya saldrá. Como para recorrer cualquier camino el paso más importante es el primero, he abierto un archivo para la novela en ciernes. Por ahora está vacío. Deséenme suerte.


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