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Rafael MarínDVD
Visiones Digitales
Rafael Marín


Ralph Bakshi
El Señor de los Anillos

El Señor de los Anillos Créditos

El Señor de los Anillos (1978)
Escrita por: Chris Conkling y Peter S. Beagle
Dirigida por: Ralph Bakshi
Música de: Leonard Roseman
Sonido Dolby Surround
Acceso directo a escenas
Idiomas: Inglés, alemán, croata, castellano, turco
Subtítulos: Castellano, inglés, alemán, sueco, noruego, danés, finlandés, portugués, hebreo, polaco, griego, checo, turco, húngaro, islandés, croata, francés, italiano
Codificado para sordos: inglés, alemán

La película

El reciente estreno de la versión con actores reales de El Señor de los Anillos ha hecho que, como era de esperar y quizá de temer, se recupere para el formato de vídeo y DVD la versión de dibujos animados (o lo que fuera) que el estudio de Ralph Bakshi realizara en 1978 y que, como todos sabemos, nunca llegó a buen puerto y por tanto no pudo estrenar la conclusión de la adaptación de la obra literaria, prevista para dos películas.

La visión ahora en DVD de esta película aclara muchos de los puntos de por qué aquel fracaso además de proporcionar una clara sensación de tempus fugit, en tanto que el cine de animación, por si no nos habíamos dado cuenta, ha experimentado un portentoso avance con la adopción de la tecnología informática... hasta el punto de disfrazar de realidad escenas pintadas, como ya hemos visto en La amenaza fantasma, la propia versión "real" de El Señor de los Anillos o, muy pronto, con Spider-Man.

La versión de Ralph Bakshi, en su economía de medios, acaba por pasar factura a un proyecto que sólo podía ser monumentalista y que ni siquiera se queda a medio camino. Huyendo del lastre disneyano, antes de que Disney levantara cabeza con La sirenita, y debido a una premura de medios económicos cuanto menos inexplicable dada la magnitud de lo que se pretende narrar, la película es una glosario desangelado de escenas que casi no parecen haber sido pensadas para la pantalla grande y sí, en su economía narrativa, para cualquier serie de televisión de relleno (de hecho, alguna de esas series, como Flash Gordon o Tarzán parecen mejor realizadas que este film). Para ajustar el presupuesto, o quizás por temor a la incapacidad de reflejar con la suficiente magia todo el mundo tolkeniano, es sabido que la película usa el viejo sistema del rotoscopio: imágenes reales sobre las cuales se dibuja.

El resultado, por desgracia, fue pobre, y la evolución del medio a la que me refería más arriba ni siquiera sirve para colocar la película en un contexto que justifique su escaso brillo. Los movimientos en plano general de los actores pueden resultar convincentes la mayor parte de las ocasiones, pero esa misma fugacidad de movimientos (y en el dibujo animado estamos acostumbrados a la morosa extensión de los miembros, al lánguido relamerse de los pliegues y los gestos) provoca una curiosa sensación de irrealidad, un efecto óptico donde parece siempre que falta algo. En los primeros planos se produce el efecto contrario: los movimientos perfectos de los seres humanos que había debajo se convierten en esquematismo molesto: los hobbits tienen rasgos demasiado esbozados, como si el recorte del pincel sobre la mancha de color sacara a la luz un personaje diferente. Aragorn, presentado como un Conan algo brutote pero de buenos sentimientos, adolece de demasiada dureza en esos mismos rasgos, mientras que Legolas, quizá heredero de Peter Pan, muestra unos curiosos ojos rasgados que luego no se repiten en la belleza cuasi-angélica de los otros elfos. Si la reciente película de Peter Jackson ejemplifica las dimensiones de las distintas razas de la aventura, aquí no hay diferencia de alturas entre Legolas, Gimli o Aragorn. Si la película contemporánea abusa de los primeros planos, ésta lo hace de los planos largos sobre los cuales luego se recrea la escena, dejando claro que no hubo tiempo ni presupuesto para rodar de verdad una película y luego redibujarla, sino tan solo unos planos generales donde falta la indispensable alteración de la gramática narrativa que pueda hacer fluido y atractivo su mensaje.

Los bosques, ríos y escenarios naturales, esquematizados al máximo, en ningún momento son capaces de sugerir siquiera que estemos ante un mundo mágico. Y, para colmo, la escasez de medios hace que las escenas de acción ni siquiera hayan sido "repasadas" por el pincel y la tinta, quedando por tanto todo como un experimento fallido donde se mezcla el dibujo animado y la imagen real deformada en el revelado, casi como una alucinación lisérgica francamente molesta. Conforme la película avanza y las escenas de lucha se repiten, la escasez de presupuesto se va haciendo más y más evidente, hasta convertir la película en un borrador inacabado, el carboncillo previo a un óleo que jamás fue terminado: cada vez que asoma un orco la luz se va, casi como si estuviéramos viendo una lectura en el espectro de infrarrojos... sólo que el verdadero sentido es enmascarar que no hubo dinero ni tiempo, ni quizás ganas, para dibujar encima con más o menos gracia. Hoy en día, cualquier storyboard animado de cualquier película es más completo que este engendro del que sólo puede uno preguntarse cómo fue estrenado, pues estaba claro que nunca iba a haber una segunda parte, vista la pobreza de resultados y la desgana que se va apoderando del desarrollo de la cinta.

La versión en DVD, por desgracia, viene pelada y mondada, sin ninguno de los jugosos complementos característicos del sistema más allá de las subtitulaciones, el acceso directo a las escenas y las pistas de sonido. Y es una lástima, porque Ralph Bakshi podría y debería haber explicado las condiciones de su trabajo y su curioso sistema y cómo y por qué el condicionamiento económico dio al traste con el proyecto y casi con su, por lo demás, interesante carrera.

Quizás, más allá de la falta de medios y la propia dificultad intrínseca de los libros para ser adaptados a otro ámbito, nos encontramos con una obra de encargo en la que los autores no creen. Escuchar la pista sonora en versión original nos ofrece unas voces planas y sin inflexiones, como si fueran los narradores de un cuento y no actores que interpretan un papel: hasta el sonido mismo transmite frialdad y aburrimiento.

Comparar esta obra con la versión reciente es, sin duda, injusto. Pero es el sino inevitable del oportunismo de la edición. Además, no cabe duda de que Peter Jackson ha visto más de una y más de dos veces esta película, y uno de los pocos placeres que puede ofrecer la contemplación esta obra inacabada, condenada al ninguneo desde el principio, es cotejar en qué difieren las dos versiones, y en qué se parecen, no ya en el cumplimento más o menos fiel del cánon tolkeniano ahora simplificado en exceso a la visión made in Alan Lee, sino en el aprovechamiento que Jackson hace de recursos incorporados por Bakshi hace veinticinco años: échenle un vistazo a las escenas de invisibilidad anillil o el enfrentamiento con el Balrog y la caída de Gandalf.


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