Se
ha dicho muchísimas veces que Stan Lee y Jack Kirby habían creado, con el
universo Marvel, la versión contemporánea de los mitos heroicos de la antigüedad,
basándose en ocasiones en elementos ya establecidos por la literatura (Hulk
como versión moderna de El doctor Jekyll
y Mr. Hyde cruzado con Frankenstein; el romance entre La Cosa y Alicia
Masters como versión tebeística de La
Bella y la Bestia; Namor como inverso homenaje al Roman de La
Balada del Viejo Marinero de Colleridge), por los cómics de donde venían
(las puestas al día de la Antorcha Humana, de Mister Fantástico como versión
seria de Plastic Man, de los
Vengadores como respuesta/contrapartida a la JLA), y naturalmente en los mitos
auténticos, bien fueran latinos o escandinavos. Mezclando
todo eso en la coctelera de los tebeos mensuales, y posiblemente sin ser
conscientes de cómo iba a atarse y bien atarse la continuidad de un título
para otro (pero ahí estaban, ah, los fieles lectores y el intrépido Roy
Thomas), crearon el equivalente mitológico de nuestro tiempo.
La versión sesentera y pop de Odín, el puente del
Arco Iris, Loki y los dioses nórdicos se funde a la perfección con los
villanos de opereta como Doctor Muerte o los presidentes americanos que asoman
de cuando en cuando a estos tebeos, con el puente de Brooklyn y los pintorescos
disfraces de los superhéroes. En la mitología "real" Thor es
pelirrojo y lleva barba.
La
fusión entre mitos inventados y mitos clásicos es tan grande que resulta
imposible distinguir dónde empiezan unos y dónde acaban los otros. Cierto, la
mitología vikinga cita a enanos, trolls, serpientes gigantes, caballos de ocho
patas, monstruos de hielo y fuego, cuervos mensajeros y ragnaroks donde todo
termina. Pero no sé (y no me importa, ni me he tomado la molestia de
investigarlo siquiera, no me hace falta) si incluye espadas gigantes que no
pueden ser desenvainadas, por ejemplo, martillos que obran el hechizo de darte
fuerza (como las espinacas de Popeye) durante una hora, o mazacotes velludos como Ulik, diablesas enamoradas como Karnilla, la
reina norn, o encarnaciones de top models de alta costura como Hela. Sí sé que
no menciona al Hombre Absorbente, al Demoledor con su palanqueta, a ese guerrero
hueco que tanto miedo da (en tanto que es versión high tech de las
armaduras sin caballero de las historias de fantasmas) que es el Destructor. Sé
que el Thor mitológico jamás se encontró con Hércules en un mano a mano
musculoso y varonil, ni mucho menos a Galactus, o a Ego, a los historiadores de
Rigel o a La Masa. The Mighty Thor fue y sigue siendo, pasando de mano en mano y
de mente en mente, la fusión cuasiperfecta del superhéroe y el mito
atemporal, de la ciencia-ficción más modernista y ciclópea y la fantasía que
hunde sus raíces en la historia común. Bien en sus aventuras en la Tierra (Midgard)
a la que ha jurado proteger, bien en sus apariciones estelares en un título
puramente superheroico como The Avengers,
bien en sus apariciones en los puramente fantásticos Tales of Asgard (donde se ve acompañado de una versión kirbyana de
Los tres mosqueteros llamada The
Warriors Three), bien escapando
de esta tierra fantástica y enfrentándose periódicamente a las insidias de su
hermanastro Loki y a todo el plantel de elementos vikingos que remozan
continuamente cualquier posibilidad de estancamiento de su saga, o bien
escapando a la galaxia y enfrentándose allí a aventuras de puro space opera,
es un título que, cuando cuenta con autores enamorados de su potencial (los
propios Lee y Kirby, Tom Defalco, el insuperable Walt Simonson), demuestra que
puede volarse muy alto con tan sólo el impulso de un martillo embrujado.
Hace mil años, en torno al fuego del norte, los
hijos de los vikingos escuchaban historias de los dioses que no comprendían, de
los seres que vivían más allá del hielo. Desde hace más de cuarenta, esa
ilusión por lo desconocido se acrecienta y multiplica, desde que los dioses
bajan a la tierra, se convierten en réplicas de nosotros mismos y corren
aventuras con otros héroes trascendidos. Hace mil años los mitos espantaban la
oscuridad y el frío. Hoy siguen alimentando las brasas de la fantasía y de los
sueños.
Archivo de Umbrales
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