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Rafael MarínComic fantástico
Umbrales
Rafael Marín

50 cómics de fantasía (XXIII)

Las puertitas del señor López
de Carlos Trillo y Horacio Altuna
(1979)

En demasiadas ocasiones la historieta es cauce para hazañas interminables de personajes imposibles o, aún peor, vehículo para tonterías en cuatro u ocho páginas con chistecito feliz y/o señora desnuda por medio. En contadas ocasiones esas historias cortas son obras de arte individuales, llenas de poesía y magia, el equivalente al cómic de eso que en literatura también se considera menor (no sé por qué): el cuento.

Muchos ejemplos hay de historias cortas en el mundo del cómic, pero es significativo que las mejores historias cortas se hayan dado en Argentina: maestros como H.G. Oesterheld, Robin Wood o Carlos Trillo se cuentan entre los poquísimos autores mundiales (no se puede olvidar mencionar también a Carlos Giménez o a Will Eisner) capaces de contar en pocas páginas historias que quedan grabadas luego en el recuerdo, bien por la fuerza de sus imágenes o por la belleza de sus palabras.

Las puertitas del señor López

Las puertitas del Señor López es una historieta inclasificable, una ensoñación continuada de la que el lector es partícipe porque el lector es, o será algún día, el mismo López: un burguesito empequeñecido, empobrecido, víctima de su entorno y de sí mismo, un pobre diablo, un patán de buen corazón, apabullado, envilecido, regordete y sin duda con ademanes equívocos. Y sin embargo López tiene una manera de redimirse y redimirnos: cuando está solo, cuando ya no aguanta, cuando ya no puede, hay algo en su espíritu que se revela y le lleva a abrir una puerta, muchas puertas, y en esas puertas es, brevemente, diferente. Como Walter Mitty. Como Little Nemo, cuando crezca.

Las puertitas del señor López

Hay poesía esperando detrás esas puertas, hay absurdo, surrealismo, magia, ironía. Y Trillo se complace en despistar al lector con cada entrega, porque el misterio de la puerta es no saber nunca qué vas a encontrar al otro lado: a Dios en un juicio final, a un hipopótamo timador que se anuncia Bo Derek, a la bella adolescente que susurra amor eterno o a los jefes que manipulan y son descubiertos en su juego de títeres. No es ocioso tampoco que uno de los sueños (si sueños son) que López tiene lo lleven a interpertar Casablanca, porque sin duda Woody Allen podría ser perfecto partícipe de sus historias.

Lo triste, claro, es volver al mundo real. Y López, que es apocado, y simple, y pobre, y zafio, vuelve siempre, y siempre pierde. Su desencanto es nuestro desencanto, su espejismo se fragmenta detrás de cada portazo que escuchamos y vemos al final de cada una de sus breves escapadas, el regreso al mundo real que nos domina y nos obliga a ser testigos mudos de lo anodino de nuestra propia historia.

Pero ya habrá otra puerta.


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