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Rafael MarínComic fantástico
Umbrales
Rafael Marín

50 obras maestras
del comic de cf (XXXVIII)

Estela Plateada
de Stan Lee y John Buscema
(1968)

Estela Plateada

Fue amor a primera vista. Es sabido que al idear la saga de Galactus para la serie Los 4 Fantásticos, el dibujante Jack Kirby se descolgó con un heraldo/lazarillo para el gigantesco Devorador de Mundos, y que al ver semejante personaje en su tabla de surf cósmica Stan Lee no pudo por menos que reconocer y admirar el hallazgo de su compañero de labores creativas, de suerte que toda la trilogía misma que culmina en el número 50 de la que fuera serie emblema marveliana giraría sobre Estela Plateada y los confusos sentimientos que provoca en él la ciega Alicia Masters.

Pero si Silver Surfer es una creación gráfica del rey Kirby, su personalidad atormentada es obra de Stan Lee, quien desarrolla en los doce escasos números de la primera serie dedicada al personaje toda su filosofía pacifista-poética, entregando la labor gráfica a un monstruo de la historieta y de la belleza canónica como es John Buscema, quizá el punto opuesto al colosalismo desmesurado de Jack Kirby y su primer heredero dentro de la editorial.

Estela Plateada

Ha querido verse en Estela Plateada un trasunto de Jesucristo y su sacrificio por la humanidad, en tanto que Galactus encarnaba a un Dios cósmico de evidentes parecidos con el Yahvéh bíblico, pero tampoco puede dejarse a un lado en el análisis la época en que fueron realizados estos tebeos: la eclosión hippie y el pacifismo opuesto a la guerra de Vietnam se simbolizan como nadie en este plateado extraterrestre incapaz de comprender las contradicciones del ser humano, enfrentado de continuo a amenazas terroríficas (pero algo desangeladas, ciertamente), todo en medio de una poética verborrea y unos soliloquios donde Lee da lo mejor de sí mismo y que Buscema interpreta en clave teatral, con bellísimas poses declamatorias. Como ciencia-ficción, es cierto, se retrocede a los tiempos anteriores al colosalismo pétreo-tecnológico de Jack Kirby, a una ciencia-ficción cincuentera y algo patosa, con los inevitables alienígenas reptiloides dispuestos a conquistar la humanidad a toda costa (los Badoon, luego recuperados en otros mundos alternativos), o enemigos que parecen surgidos de la ópera romántica: Mefisto, el Holandés Errante, incluso el mismo monstruo de Frankenstein. Quizá de manera inconsciente, Lee trata de apartar a su ángel plateado del resto del universo Marvel en que se engloba, y por eso las apariciones de otros personajes (Thor, Spider-Man, los 4 Fantásticos) son escasas.

Esa idea, al fin y al cabo, puede que le jugara a la contra, pues los personajes marvelianos (y lo vemos de continuo en el cine) apenas son nada sin el entorno donde funcionan por oposición y colaboración. Que Estela Plateada era el ojito derecho y el capricho de Lee se ejemplifica además en que las historias se apartan en un principio de las consabidas veinte páginas, siendo presentadas en números dobles, hasta que las cuentas y las pocas ventas obligaron a tratar de reconducir al personaje a senderos más familiares para el lector. El movimiento, de todas formas, llegó demasiado tarde y Estela Plateada perdió su título y regresó a las labores secundarias que quizá nunca debiera haber perdido.

Estela Plateada

Poco importa que ya el mismo primer número entrara en contradicción con el frío extrarrestre sin pasiones que había sido presentado junto a Galactus en su llegada a la Tierra. Como nativo del planeta Zenn-La, Lee descubriría que Norrin Radd se había ofrecido como heraldo a Galactus a cambio de que éste no devorara también su propio mundo y respetara así la vida de su amada Shalla-Ball. Tendrían que pasar años antes de que se explicara que Galactus había borrado la memoria y los sentimientos del surfista de plata a cambio de su obediencia, y que ésta resurgiría de nuevo con más fuerza a su llegada a la Tierra y su encuentro con toda la grandeza y toda la miseria del ser humano.

Siendo su principal enemigo un ente casi abstracto, Mefisto, y convirtiendo a Shalla-Ball en la Margarita del doctor Fausto que Estela Plateada nunca llegó a ser, las confrontaciones entre ambos y la abigarrada sucesión de imágenes dantescas impiden que el plano de la historia se desarrolle en un nivel puramente simbólico. Quizá Stan Lee carecía de capacidad para llegar más allá, pero a pesar de sus defectos (los años no pasan en balde para nadie, y este tebeo es un buen ejemplo de ello), el lector no puede por menos que solidarizarse con ese mártir de bellas proporciones, ese ángel de mirada dolorida y cuerpo encogido de dolor, ese extraterrestre que lo hubiera dado todo por ser humano, por redimir a la humanidad que no comprende y que tampoco le comprende a él. Sus historias quizá sean repetitivas y faltas de garra narrativa, pero la belleza de sus parlamentos, lo puro de sus intenciones, lo necesario de sus planteamientos hacen que todavía esa filosofía de la serenidad, de la belleza, de la comprensión y el amor y el respeto sea válida. El mundo de la música tuvo a John Lennon y su "Imagine". Los lectores de cómics tuvimos a Stan Lee y Estela Plateada, nada más y nada menos.


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