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Rafael MarínComic fantástico
Umbrales
Rafael Marín

50 obras maestras
del comic de cf (XV)

La Guerra de las Galaxias
de Thomas, Goodwin, Infantino y otros
(1977-1983)

Un tebeo de consumo no tiene obligación ninguna de ser un hito histórico tallado en piedra. Con que resulte divertido y apasionante ya podemos darnos por satisfechos. La Guerra de las Galaxias es hoy una franquicia que encontramos, literalmente, hasta en la sopa, pero en el momento de su estreno pocos daban un duro por su éxito. Entre ellos, Stan Lee y Marvel Comics, que adaptaron al comic la película como siempre se adaptan este tipo de cosas: deprisa, corriendo, con un equipo creativo que baila de una viñeta a otra (sobre flojísimos layouts de Howard Chaykin), y a partir de rough-cuts de la película y hasta de elementos de guión eliminados en el montaje final (la escena de Biggs y Luke en Tatooine, por ejemplo).

La Guerra de las Galaxias

El éxito del film y de la versión en cómic (fue un tebeo que vendió millones de ejemplares) obligaron ya desde el número 7 de la serie a continuar la historia. Y, dentro de las limitaciones que la misma aventura galáctica había abierto, puede decirse que se hizo un trabajo más que notable. Hoy en día los personajes de la saga de Lucas tienen series y miniseries, juegos de rol a mansalva y aventuras 3D informáticas, y todo está medido, pensado, planificado y, por eso mismo, constreñido y censurado: existe una biblia creativa, hay unos parámetros históricos (que se remontan a milenios estelares) y al parecer son tan populares los personajes presentados a través del cine como los que asoman sus distintas máscaras de látex-sin-látex a través de los videojuegos, las novelizaciones o los cómics.

Nada de todo esto existía en 1977, cuando Roy Thomas se encarga de llevar adelante las continuaciones de la saga. La galaxia lejana, muy lejana, era un lienzo en blanco donde podía pintar lo que le viniera en gana, jugando a su gusto con los mismos arquetipos y los mismos elementos (sub)culturales que George Lucas en su película: el western, los samurais, los clichés flashgordianos, la space opera, los duelos de capa y espada. Archie Goodwin le relevó y perfeccionó aún más esos mismos elementos, cuajando unos personajes que acababan por redondear lo ya esbozado en los ciento veintiún minutos de proyección y explorando a placer el triángulo Luke-Leia-Han, el contrapunto humorístico de los androides, la villanía del Imperio (encarnada, sobre todo, por los barones locales y corruptos), y hasta se justifica y se retrasa de manera muy inteligente la imposibilidad de enfrentar a Skywalker con el Oscuro Señor de Sith, pues estaba claro que ese momento álgido habría de esperar a la secuela en la pantalla.

La Guerra de las Galaxias

Era una serie condenada desde el principio, y sin embargo se hizo un buen trabajo. George Lucas se había guardado un as en la manga (la relación familiar entre Luke y Vader... y más tarde la relación entre Luke y Leia), y resulta cuanto menos sorprendente que en la versión en cómic no se cometieran los errores de bulto que la novelización El ojo de la mente o los primeros minutos de El imperio contraataca suponen a la continuidad rocambolesco-paterno-filial de los personajes. El estreno de El imperio, además, supuso un enorme lastre para las posibilidades de desarrollo de la versión en cómic que mensualmente publicaba Marvel Comics (también existía una serialización en periódicos a cargo de Russ Manning y, más adelante, del gran Al Williamson), sencillamente porque la historia quedaba en suspenso, Han Solo se congelaba en carbonita y resultaba dificilísimo continuar la saga tebeística en ese punto. Mal que bien, alargando la trama tres largos años, Goodwin y sus sustitutos lograron enganchar una película con otra, sufriendo incluso las censuras de Lucasfilm cuando se les ocurrió pergeñar la construcción de una segunda Estrella de la Muerte, y hasta llevar la continuidad un poco más allá de El retorno del jedi, hasta que la serie fue clausurada, para mí que más por hartazgo de George Lucas que por otra cosa, pues la libertad para desarrollar el futuro de los personajes no se recuperó hasta entonces, justo antes del carpetazo (y quedaron esbozados personajes que hoy son Mara Jade o la academia Jedi).

La Guerra de las Galaxias

Es un tebeo de consumo, lo decía al principio, y posiblemente nunca aparecerá en las antologías al uso. Ni siquiera se puede comparar su estética de comic-book setentero con los más cuidados productos (pero inferiores, muy inferiores) que hoy presenta Dark Horse en papel satinado y con miles de datos técnicos y profusión de maquetas de las que fusilar directamente las viñetas. Pero fue un tebeo eficaz. Los lápices de Carmine Infantino y las tintas de Terry Austin dieron vida a unos personajes que eran más fieles a sí mismos de lo que luego hemos visto en novelas u otros cómics, y al sentido del cliffhanger continuado hay que añadir los grandes momentos épicos que preludian (sin que lo supieran los autores) lo que luego se vería en la pantalla: es el caso del casino espacial llamado La Rueda y de su corrupto y a la vez noble administrador (¿inspiración de Lando Calrissian y Bespin?), o de las criaturas diminutas parecidas a conejos (¿los futuros ewoks?), el trágico cyborg cazador de robots (¿Terminator?), los mundos acuáticos (¿Naboo?), la gallarda (y luego no explorada en la pantalla, ay) madurez mosquetera de Obi-Wan Kenobi (¿Quai-Gon Jinn sin harapos?), y hasta los extraterrestres algo tontuelos de orejas largas (¿Jar-Jar?).

Fue un título emocionante que mantuvo viva la llama de la continuidad cuando no era más que un rescoldo. Lástima que sus herederos de hoy hayan convertido aquella magia en una hoguera matemáticamente congelada.


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