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Rodolfo Martínez Franquicias y merchandising literario
Territorio Incierto
Rodolfo Martínez



Los Corleone cabalgan de nuevo

Digámoslo claro: El Padrino no iba sobre la mafia, no era una crónica del ascenso y caída de una familia de la cosa nostra, sino algo muy distinto. Era, en realidad, una nueva muestra de esa larga tradición literaria de ensalzamiento del buen bandido: Robin Hood, el Capitán Blood, Dick Turpin, Curro Jiménez... finalmente, Michael Corleone.

Era, por tanto, un cuento, en la mejor acepción de la palabra y, como los buenos cuentos, no pretendía ser realista, aunque sí intentaba decirnos unas cuantas cosas sobre nosotros mismos. Cierto que no estaba muy bien contado (me temo que Puzo era un mal escritor que, pese a todo, dio con una buena historia que no supo narrar todo lo bien que se merecía) pero eso se solucionó cuando Francis Ford Coppola la traspasó al celuloide y todos pudimos ver y hacer nuestras las aventuras y desventuras de la familia Corleone. Porque, además del cuento del buen bandido, El Padrino es también la crónica de una familia que, más que italiana, parece griega, como si el destino aciago fuera algo implantado en sus genes desde el momento mismo de su concepción.

En resumen: un culebrón. Palabra que, bien lo sé, tiende a tener un matiz peyorativo (al igual que su equivalente americano, el soap opera que, por cierto, acabó bautizando uno de los subgéneros más populares de la ciencia ficción: el space opera), pero no nos vamos a preocupar a estas alturas por cosas como la dignidad o la respetabilidad, ¿no es cierto?

Eso era la novela de Mario Puzo: un culebrón, un buen culebrón, con todos los ingredientes para hacer que se quedase grabado de inmediato en la imaginación del público. Y las sucesivas versiones para la pantalla de Coppola no sólo no ocultaron ése aspecto sino que, en cierto modo, hicieron de ello, de su condición de culebrón familiar, el pivote alrededor del que giraba la historia.

El balance de las tres películas es irregular, aunque sin duda la primera película es un clásico del cine por derecho propio y se ha vuelto algo que casi podríamos calificar de atemporal. La segunda tiene momentos memorables, es cierto y, sobre todo, un montaje que la hace funcionar (seguir toda la trama de Michael en la segunda película sin interrupciones se hace aburrido; algo que pudimos ver cuando se hizo un montaje cronológico para televisión hace unos años). En cuanto a la tercera, aún siendo la más floja de las tres, tiene los suficientes "toques Corleone" para resultar un digno colofón a la saga. Confieso, además, que siento debilidad por ese momento en las escaleras del teatro, cuando Michael descubre que su hija ha muerto (y que, probablemente, ha muerto por su culpa) y suelta toda la culpa y el dolor que lleva más de treinta años acumulando. Esa secuencia en que el personaje intenta gritar y no puede es, para mí, uno de los momentos más intensos de la historia del cine.

Como decía, ahí se había quedado la cosa, en apariencia. Coppola supo ver las posibilidades de la historia que Puzo había contado con cierta torpeza en su novela y creó con ella tres películas que, con todos sus defectos, quedarán grabadas en nuestra memoria para siempre.

Hizo algo más, de hecho. Convirtió a los Corleone en iconos culturales y los asentó con firmeza en la imaginación popular. En estos momentos, Vito, Sonny, Fredo o Michael (sobre todo el último y el primero) son tan reconocibles como Supermán, Tarzán o Sherlock Holmes y, como ellos, tienen ciertas frases definitorias (no, no diré nada de una oferta que no podréis rechazar), ademanes y tics que los identifican el primer golpe de vista y, sin duda, un universo de ficción propio: una suerte de historia alternativa donde lo trágico y lo romántico son el timón narrativo y que, me temo, poco tiene que ver con la mafia real, sin duda mucho más miserable, mediocre y mezquina; más parecida a lo que podemos ver en Los Soprano, probablemente.

Y una vez que algo o alguien se convierte en un icono popular, no se le permite morir. Conan Doyle lo sabía muy bien, y los herederos de Mario Puzo no lo ignoran.

De ahí han surgido dos nuevas novelas sobre la familia Corleone y seguramente surgirá alguna más, al menos mientras la franquicia resulte rentable.

La primera novela, El Padrino: El retorno, se las apaña con cierta habilidad para no resultar una pieza deslavazada pese a los hechos que narra: básicamente el periodo que transcurre entre la primera y la segunda película, algún hecho paralelo a ésta última y algunos acontecimientos posteriores a ella. Todo aderezado, no podía ser menos, con algún flashback sobre el patriarca Vito y su ascenso en la organización mafiosa.

Mark Winegardner, autor de las dos secuelas, es bastante mejor escritor que Puzo, y se nota, pero no es capaz de dar con una historia que tenga la fuerza y la garra (ni el hálito trágico) de El Padrino original. Se limita a cumplir, como cualquier otro escritor de franquicias, con lo que se espera de él: hacernos volver a un escenario de ficción que nos gusta y devolvernos personajes que, en su momento, nos atrajeron.

No hace un mal trabajo, y enhebra su trama con habilidad, hay que concedérselo; sospecho que en parte hace bien su labor porque lleva dentro un fan de la saga original al que le encanta que le permitan jugar con ella. Vamos, que bajo ese aspecto de respetable profesor universitario hay algo no muy distinto de un friki de Star Wars que se pone a escribir una novela sobre la familia Skywalker.

Sabe describir situaciones y personajes y su caracterización, no sólo de los personajes, sino de su época y su ambiente es impecable. Es cierto que al acabar el libro uno tiene la sensación de que éste no es el todo el Michael que uno ha construido en su imaginación, pero se le acerca lo bastante para resultar satisfactorio.

Más o menos.

Acaba de salir la segunda secuela: El Padrino: La venganza. En ella, y siguiendo la tradición de la saga de enhebrar la historia de la familia Corleone con acontecimientos importantes del pasado reciente, se habla del asesinato de Kennedy (transmutado aquí en Shea, igual que Sinatra se convirtió en Fontane en la novela original) organizado por una mafia que no ha obtenido del presidente lo que esperaba obtener. De este modo, la trama de la historia va avanzando hacia la tercera película y, a lo largo de la novela van apareciendo personajes que tendrán su importancia en ella y desapareciendo otros que no están presentes en el tercer film. Es decir, como en la anterior, esta novela intenta llenar los huecos entre las películas y aprovecharlos para contar una historia y tratar de hacerla interesante.

Michael es de nuevo el héroe de la peripecia. El hombre que, una vez más, intenta hacer lo mejor y acaba causando lo peor. El destino habitual de los Corleone, vaya.

Ambas novelas son lecturas agradables -más que otras franquicias que he leído últimamente-, pero también perfectamente olvidables, en realidad. Aunque bien escritas y, en general, bien llevadas, no dejan de ser más de lo mismo. Alimento para fans ansiosos por volver a sus universos de ficción favoritos, básicamente.

Tienen un efecto positivo, eso sí. Leerlas me hace desear ver de nuevo las películas de Coppola. Aunque sólo sea por eso, ya merecen la pena.


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