[ portada ] [ reseñas ] [ opinión ] [ artículos ] [ editorial ] [ nosotros ]
Rodolfo Martínez Franquicias y merchandising literario
Territorio Incierto
Rodolfo Martínez

Hijastros de Dune (II)


John Harrison

Hace unos años, insatisfecho como estaba con la versión cinematográfica de David Lynch, aguardaba con cierta expectación la miniserie televisiva donde se iba a adaptar la primera novela de Frank Herbert. Además, me decía, si la cosa funciona puede que adapten las siguientes novelas del ciclo, lo cual no estaría mal.

Y así fue... más o menos.

En primer lugar, el pase televisivo que "sufrimos" en España se vio severamente mutilado. En lugar de emitir la serie en tres sábados consecutivos, Tele5 lo redujo a dos, para poder emitir en el tercero no sé qué acontecimiento deportivo. De ese modo, los capítulos dos y tres de la serie quedaron reducidos a uno solo del que se eliminó más de una hora de metraje. Fue así como pudimos ver a Paul Atreides huyendo de los Harkonnen, siendo encontrado por los fremen y, casi antes de que nos diéramos cuenta, masacrando las tropas del emperador y arrebatándole a éste el imperio.

Fue un problema menor, solucionado cuando la serie se publicó en DVD, evidentemente.

Pero la serie tenía otros problemas, que no se solventaron con tanta facilidad.

John Harrison era su director y guionista. Y no hizo un mal trabajo adaptando el libro de Herbert. Su guión es más que correcto, respeta el espíritu y buena parte de la peripecia de la novela original y, en general, está bien dosificado y construido. Como director tampoco hizo un mal trabajo, pese a algunos problemas menores de casting. No sé si por culpa del director o por el actor elegido, Paul Atreides se metamorfosea en un angry young man que más que un joven con un futuro mesiánico se nos termina volviendo poco menos que un heredero malcriado que se enfurruña porque papi lo traslada de planeta sin su consentimiento. Por suerte, a medida que avanza la serie la cosa mejora, aunque Paul no termina de perder ese aspecto de "enfadado con el mundo" que tiene en los primeros minutos de metraje.

Sin embargo, la serie falla estrepitosamente justo en lo que acertaba la película de Lynch: el diseño de producción. Los decorados y escenarios no están mal, igual que no lo está buena parte del utillaje y la tecnología que vemos en pantalla, pese a que los F/X digitales no son precisamente de los caros, y se nota. De hecho, se notará aún más en la siguiente serie.

Pero cuando llegamos a vestuario nos encontramos con que este Dune es, posiblemente, una de las series más horteras que jamás hayamos visto en nuestra pantalla. Sólo los fremen y los Harkonnen se salvan, y los últimos por muy poco, de caer en esa orgía de mal gusto y decadencia en que vive el resto de la galaxia cuando elige su indumentaria.

El concepto de vestuario que se maneja en la serie no es malo en sí mismo y, de hecho, es muy similar al de la película de Lynch: acudir al pasado para inspirarse en él en lugar de darle un aspecto futurista a la indumentaria. Con una implementación hábil, ese concepto funcionaría (le funciona a Lynch, de hecho), pero cuando nos desbarrancamos por lo hortera, lo chillón y lo vulgar la impresión que nos queda es que los poderosos de la galaxia son una pandilla de nuevos ricos ansiosos en gastarse su dinero sin tener ni idea de lo que significa el buen gusto. A menudo los personajes parecen vestidos por un quiero y no puedo de Jean-Paul Gaultier.

Por el amor de Dios, se supone que los sardaukar, las temibles tropas de élite del emperador, deben imponer el terror con su sola presencia, no dar risa con ese aspecto de malos extras de un carnaval veneciano. La corte del emperador, en lugar de parecer un antro de lujo bizantino y elaborada decadencia nos da la impresión de ser el refugio de todas las drag queen de la galaxia, empezando por el propio emperador padisha, siguiendo por sus consejeros más cercanos y acabando en la caterva de cortesanos, bene gesserits e hijas varias que pululan por aquí y por allá. Los Atreides están un poco más contenidos, pero alguno de los modelitos que exhibe Paul antes de ponerse un destiltraje parecen salidos de la estética más chillona y filo-gay de los años setenta. De hecho, en la secuencia de la cena no pude quitarme de encima la sensación de que Paul iba vestido de camarero del famoso Estudio 54 y que, a no tardar mucho, se subiría al escenario con los otros integrantes de Village People.

El otro problema que tiene la serie es el modo elegido para representar el desierto. Evidentemente, todas las secuencias de desierto profundo están rodadas en un estudio. El resto, se completa con el fondo.

La opción lógica habría sido, supongo, usar pantallas azules (o verdes) e insertar digitalmente ese fondo desértico. Harrison, sin embargo, aconsejado por su director de fotografía, echa mano de otra solución: en lugar de una pantalla azul, lo que el estudio tiene de fondo es una inmensa fotografía del desierto.

Harrison hizo esto porque, tal como afirmaba, los fondos digitales "cantaban" demasiado. Pero la solución elegida para superar ese escollo es aún peor: porque en todo momento somos conscientes de que ese desierto que vemos no es más que un decorado impreso sobre una tela (a la que a veces se le ven las costuras y las arrugas).

Y además, detenido para siempre en el mismo momento del día. Las escenas desérticas pueden desarrollarse en el amanecer, al mediodía, por la tarde... pero en el decorado que le sirve de fondo es siempre la misma hora, con la misma intensidad de luz y las sombras de las cosas apuntando siempre hacia el mismo lugar.

El resultado es que, algunas veces, el truco del fondo impreso funciona. Pero en otras "canta" mucho más de lo que lo habría hecho un decorado digital. Cuando en primer plano está anocheciendo y en el fondo sigue viéndose un sol de justicia; o cuando las sombras de la acción en primer plano van hacia un lugar y las del fondo hacia otro; o, finalmente, cuando eres capaz de distinguir las arrugas en la tela donde se ha impreso el fondo es que la cosa no funciona.

Harrison escribiría el guión de la secuela: Hijos de Dune, que adaptaba la segunda y tercera novelas de Herbert. Como ya hizo con la primera, su trabajo adaptando el original es bueno, incluso excelente en ocasiones. Condensa adecuadamente los acontecimientos allí donde es necesario y enlaza la trama de las dos novelas de un modo adecuado.

Sin embargo, esta nueva serie tiene alguno de los problemas de la anterior, especialmente el horripilante diseño de vestuario. Por suerte evita otros, como el del fondo pintado, si bien los efectos digitales siguen siendo más bien baratos y no muy convincentes.

Así que me temo que no estamos ante la adaptación definitiva de la trilogía original de Dune. Sin embargo, sí que es una adaptación digna, al menos en cuanto al guión y, con alguna salvedad, al reparto. Un buen intento, malogrado en parte por más que una pizca de mal gusto y un presupuesto demasiado exiguo para los efectos especiales.

Soñar es gratis, que dicen. Y no puedo evitar, de vez en cuando, soñar con una adaptación que use el guión de Harrison y el estilo visual de Lynch.

Quién sabe. Con el tiempo, quizá...

 


Archivo de Territorio Incierto
[ portada ] [ reseñas ] [ opinión ] [ artículos ] [ editorial ] [ nosotros ]