Hay
personajes que nacen en un medio y que, sin embargo, alcanzan la fama y terminan
asentándose en la imaginación popular a través de otro. El caso más evidente
quizá sea James Bond, cuyas aventuras cinematográficas han eclipsado en la
mente de la mayor parte del público al original literario. Otro caso podría
ser el de Conan, un personaje que alcanzó la popularidad mundial a través de
su adaptación al cómic antes de que llegara el actual gobernador de California
a encarnarlo en la pantalla.
Elric de Melniboné quizá no encaje en esa
categoría, al menos para la mayor parte de los lectores. Pero me temo que a un
nivel estrictamente personal, mi Elric, con el que disfruto realmente y donde
considero que mejor han sido narradas sus aventuras, es el del cómic.
Confieso que Michael Moorcock, su creador, no
es muy santo de mi devoción. Pese a que ha escrito un puñado de buenas
historias de ciencia-ficción y tiene alguna que otra novela de fantasía histórica
que me resulta interesante (El perro de la
guerra y el dolor del mundo, por ejemplo), el grueso de su obra, aquello que
le ha dado fama, me parece en general ramplona, mal escrita, simplota hasta la náusea
y, casi siempre, realizada con una desgana y una carencia de interés
apabullantes.
Tanto
las Crónicas del Campeón Eterno como El bastón rúnico me parecen, directamente, basura. Su trilogía de
Corum se deja leer con facilidad y se olvida con más facilidad aún. Y en lo
que se refiere a su creación más famosa, el hamletiano príncipe albino de
Melniboné, sus novelas me cabrean casi tanto como me aburren.
Mi primer contacto con Elric fue,
curiosamente, a través de los cómics de Conan el Bárbaro, en una breve
aparición en dos números donde con la ayuda del cimmerio (cimmeriano en aquella época, según la traducción de Vértice) hacía
frente a la malvada Emperatriz Esmeralda de Melniboné. Era una época en la que
Roy Thomas estaba empezando su adaptación al medio tebeístico del personaje de
Howard y continuamente buscaba nuevos elementos que pudieran enriquecer su
entorno y aventuras. El estilo (aún vacilante, pero cada vez más eficaz) del
dibujante Barry Smith le iba como anillo al dedo al sombrío personaje y la
historia, si bien no era especialmente memorable, fue suficiente para que Elric
se quedase grabado en mi memoria.
Años más tarde me encontré con la novela gráfica
La ciudad de los sueños, escrita de
nuevo por Roy Thomas y dibujada por P. Craig Russell, donde se adaptaba la parte
central de la novela Marinero de los mares
del destino, como supe tiempo después. Si la breve aparición de Elric en
las páginas de Conan me había resultado interesante, aquella adaptación del
material literario original enseguida se convirtió en uno de mis cómics
favoritos. En parte por la precisa y límpida narrativa de Thomas, pero sobre
todo por el dibujo elegante y preciosista de Russell.
Por
supuesto, leer el cómic me hizo desear acudir al original y, algunos años
después, cumpliría ese deseo cuando Martínez Roca comenzó a publicar las
novelas de Moorcock sobre el príncipe albino.
Fue el momento de la decepción. Las historias
no estaban mal pero, al contrario que en la adaptación al cómic, el modo en
que estaban narradas me resultaba ramplón y excesivamente simple. No había el
menor esfuerzo de sacarle partido al escenario y los personajes y Moorcock se
limitaba a ir desgranando un acontecimiento tras otro con el mismo interés con
el que podría haber rellenado una encuesta. Thomas y Russell habían conseguido
despertar mi imaginación, especialmente el último, y me habían presentado un
escenario fascinante y un personaje interesante mientras que el autor original
había desaprovechado su propia creación.
Por suerte, La ciudad de los sueños no fue la única colaboración entre Thomas
y Russell adaptando las novelas de Moorcock. Juntos crearían para First Comics
una serie regular de Elric donde irían traspasando al tebeo (y, de paso,
mejorando sensiblemente el original) lo que Moorcock había escrito previamente.
Años más tarde y ya en solitario, Russell lanzaría una nueva serie del
personaje, utilizando las premisas y el entorno creados por el escritor inglés,
pero con material narrativo propio.
En buena medida, confieso que es Russell el
responsable de mi fascinación por Elric. Evidentemente, las características
del personaje (lo que lo hace atractivo y lo separa de muchos de los héroes
cargados de testosterona que pueblan la fantasía heroica) ya habían sido
esbozadas -aunque no exploradas a fondo- por su creador, pero fue el dibujante
el que supo sacarle el verdadero partido al escenario e, incluso, caracterizar
al personaje y darle verdadero relieve con su elegante dibujo.
Desde entonces, Elric es uno de mis personajes
favoritos (dubitativo e implacable, enfermizo e invencible, con un destino a
cuestas del que es consciente de que no puede huir, acosado una y otra vez por
la fatalidad), pero lo es en las páginas del cómic que adaptan sus aventuras
originales o crean nuevas historias. Las novelas, me temo, siguen pareciéndome
un ejemplo de escritura mecánica y desganada y de autor que no ha sabido estar
a la altura de su propia creación.
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