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Julián DíezNovedades atractivas
La selección del mes
Julián Díez


Vernor Vinge
El monstruo de las galletas

  
Hablemos de la forma

He aquí un eterno problema de la crítica especializada en el género fantástico. ¿Cómo escapar a la sospecha de que se está juzgando con diferente rasero la producción de las editoriales animosas creadas por los aficionados de los productos de las grandes compañías? ¿Cuándo una de las primeras puede llegar a ser tratada, entonces, como una de las segundas? ¿Es conveniente introducir algún elemento de comprensión hacia las circunstancias del libro, hay que ser indulgente con los problemas de producción de un equipo editorial más limitado, pero sin duda más animoso?

Mi respuesta desde hace algún tiempo es que los euros que llevo en el bolsillo, y los que se gastan en las librerías quienes consideran que lo que escribo les puede servir como orientación no se dividen en dos categorías. Cuando me pagan, no incluyen una parte de euros un poco más defectuosos que sólo pueden gastarse en los libros creados de manera voluntariosa por una editorial que da productos de segunda división. Los 9,50 euros que cuesta este libro en cuestión son los mismos que se podrían invertir en otro volumen que, como producto, se encontrara en estado óptimo. Así pues, no hay más remedio que consignar que El monstruo de las galletas no es un libro editado en buenas condiciones, y que quienes se adentren en él -porque les interese su autor o por completismo cienciaficcionero-, lo deberán hacer vadeando dificultades en forma de erratas, incorrecciones en la edición y una traducción deficiente.

El problema, por añadidura, es que AJEC lleva ya un buen montón de tiempo editando -seis años, si no me equivoco-, y todos estos problemas vienen siendo soslayados, o tratados como una simple anécdota, debido a la simpatía que merece su proyecto, o a la falta de importancia que se le concede a esas pequeñas cosas como la legilibilidad o la corrección en un mundillo especializado. En este mismo periodo, otras editoriales surgidas de manera igualmente modesta resulta que han terminado por ser consideradas con el mismo rasero que las grandes, debido a que han crecido ofreciendo productos de calidad. Con lo cual, entre otras cosas, obviar los terribles defectos formales de un volumen como este sería como decirle a las editoriales que sí se esfuerzan en tratar estos puntos que son unos imbéciles, que podrían ahorrarse el dinero invertido en el factor calidad, puesto que en realidad al lector de ciencia-ficción le da igual en qué condiciones se encuentra el pienso que le sirvan. Aunque suponga lo mismo para su bolsillo que un guiso bien hecho.

Si estas observaciones pueden parecer duras, es en parte porque son fruto de la acumulación. Buena parte de los compradores que se quejan de los precios a cambio no parecen darle importancia al hecho evidente de que se nos sirvan, de manera continuada, productos en mal estado. Y cuando hay una competencia tan feroz ahora mismo en nuestro mercado, me parece que esa consideración hacia el producto debería ser interpretada como un primer elemento de juicio a la hora de la compra. Porque, en el fondo, no estoy seguro de si este libro que voy a desaconsejar camufla un par de historias que valen la pena o no. Y jamás lo sabré, puesto que la edición de AJEC -como algunas de La Factoría, como las de Equipo Sirius, como ciertas traducciones de Nova u Omicron- hacen prácticamente imposible que ninguna editorial que vaya a poner cariño en el proyecto se embarque en reeditar este libro. Jamás sabremos si El monstruo de las galletas, escondido tras sus perífrasis inexistentes en el castellano debidas a traducciones literales, sus guiones que interrumpen el texto por haber sido colocados para partir palabras sin haber sido sustituidos cuando luego cambió la maqueta, sus erratas y su letra manchona, es un libro que realmente vale la pena, al menos según los estándares de un lector con unos estándares de exigencia normales.

Dicho todo esto, mi misión es la de desentrañar si a pesar de todo el continente aparentemente atractivo está a la altura. Hablamos de un par de novelas cortas ganadoras del Hugo, de un autor que cuenta en su haber con dos de las obras más memorables de la cf en las últimas décadas como son Naufragio en tiempo real y Un fuego sobre el abismo. La respuesta, creo sinceramente, es que no. La primera historia, "El monstruo de las galletas", comienza dando cuenta del primer día de trabajo de un grupo de empleados en el servicio de atención al cliente telefónico de una gran empresa de software, con comentarios cínicos pero muy pertinente incluidos. Resultará que no son lo que creen ser, y en el descubrimiento de lo que realmente son, darán pie a algunas reflexiones curiosas sobre la realidad virtual -campo en el que Vinge es pionero, aunque siga inédita en castellano su excelente True names, donde nació el término ciberespacio-, pero en el fondo más bien bizantinas. Hay algún momento desconcertante, dudas sobre la realidad, y un par de choques por inmersión a la última moda. A la postre, el título de la historia es un juego de palabras algo tontorrón confundiendo las galletas alimenticias con las cookies internáuticas, que la traductora no es capaz de resolver satisfactoriamente.

En cuanto a "Acelerados en el Instituto Fairmont", resulta algo más atractiva al presentar el examen de unos muchachos de trece años en "el mundo real", con la necesidad de enfrentarse a complicaciones que desconocen en su existencia cotidiana, sustancialmente virtual. Otro instituto, en el que la educación es más anticuada pero más práctica, aparece como referente. El retrato de los adolescentes resulta algo tópico, una mera adaptación de los actuales. Tiene alguna sorpresa, y un par de reflexiones curiosas, pero no mata. Como viene siendo acostumbrado ante la práctica totalidad de las últimas obras galardonadas con premio gordo dentro de la ciencia-ficción, uno se pregunta qué se vio en estas historias para ser consideradas las mejores del año. O bien, cómo está la cf si estas son realmente de las mejores producciones a lo largo de todo un ejercicio. Vinge empleó este mismo escenario para la elaboración de una reciente novela que, la verdad, no me muero por leer.

 

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