Apocalíptica, distópica,
ucrónica o satírica: la novela de ciencia-ficción que abraza la tradición
fabulística es la que acaba destacando en los puestos de relevancia de las
listas y obras de referencia, aun a pesar de que, tal como sucedió con 1984
hace dos decenios, con Crónicas marcianas
mucho antes o como ocurrirá con la obra de Greg Egan cuando le llegue el día,
el marco espaciotemporal en el que se desarrolla la obra ya haya sido superado.
Aun en un 1984 que no podrá nunca ser así, en un Marte yermo y vacío de
leyendas, en un Zanzíbar libre de superpoblación o en un Los Ángeles sin blade
runners, la temática nos sobrecoge y nos acongoja, y al cerrar el libro nos
sentimos un poco más atentos sobre el mundo que nos rodea. Podemos olvidar los
detalles de la trama, pero en la memoria personal y colectiva, la reflexión
sobre la naturaleza humana, sus desmanes y sus contradicciones cala muy hondo.
Eso no implica que las
grandes obras pequen de no prestar la debida atención a la trama, pues el autor
incurriría en un pecado mortal: aburrir al lector y encallar la obra en las
aguas traicioneras de la filosofía de salón y de la demagogia.
Por otro lado, la fábula
también implica abordar una tesis que no sea obvia: un tratamiento cuidadoso,
concienzudo y exhaustivo de la temática, hallando los símbolos adecuados y
moviéndolos escrupulosamente para asegurar la coherencia de la trama. La
verosimilitud, en muchos casos, implica, salvo honrosas excepciones, un
equilibrio adecuado entre la tesis del autor y su contrapeso, so pena de
desembocar en otro descalabro literario contrapuesto al falso ensayo filosófico
que comentaba antes: el panfleto.
Desafortunadamente, en
esta agua es donde se mueve "Mundo al revés", pues a las potentes imágenes
surrealistas que pueblan -más bien se acumulan en- la historia, a esta sólo se
le dota de un punto de partida que ya incluye en sí la totalidad de la tesis
que propone el autor, a la que no se le contrapone en ningún momento tesis
diferente o contraria. Así pues, nada más salir de puerto el lector se embarra
los pies en el trayecto, en el que una concatenación ad infinitum de metáforas,
sinestesias, imágenes simbólicas y otras figuras poéticas entorpecen el
desarrollo de una trama, por lo demás meramente anecdótica, prácticamente una
excusa sobre la que poder elaborar un retablo surrealista digno de un museo. Por
otra parte, el autor se entromete continuamente en el discurso, dado que no
consigue distinguir el punto de vista del narrador omnisciente, el del gorila
Sueño y el de César del Castillo, provocando la confusión del lector y su
continua expulsión de la narración.
La experiencia deja un
poso amargo: la constatación de que el autor ha desaprovechado una gran idea y
se ha dejado llevar por las ansias de elaborar un fresco henchido de ebriedad
pictórica; el resultado es una novela corta farragosa y, a la vez,
tremendamente ingenua. De la fábula actual que se promete en los textos de la
cubierta posterior, nos encontramos con que Padilla ha tomado de ella sólo los
elementos más superficiales (el antropomorfismo animal, la inversión de
papeles, la reducción al absurdo de la conducta humana) y los ha usado para dar
rienda suelta a su innegable capacidad para conjugar ensoñaciones. Ni consigue
sus objetivos temáticos por no prestar la suficiente atención al desarrollo de
la trama ni, desde luego, consigue arrancar estilísticamente dada la acumulación
de figuras retóricas que ahoga la lectura.
Además de "Mundo
al revés", la edición se completa con un relato largo y dos cuentos.
"Capital de la tristeza" es una suerte de elegía surreal, presentada
bajo la ficción de una transcripción verídica que narra la búsqueda de la
mujer del protagonista, que se había arrojado al vacío semanas atrás, a través
de un mundo onírico donde el tiempo, el espacio, la causalidad e incluso la
consistencia del cuerpo y del alma pierden cualquier viso de cohesión. Con
todo, una nueva concatenación de imágenes dalinianas reducen la obra a un
lamento de dolor y pérdida elongado hasta hacer perder el interés, tal como
los relatos que un adolescente aquejado de mal de amores pergeñaría, sólo que
tocados por una melancolía luctuosa muy poco juvenil.
En los cuentos cortos
que cierran Mundo al revés
encontramos las dos narraciones más interesantes: "Espejo", una simpática
historia de realidades confusas a través de la frontera de un espejo de baño,
no excesivamente original y con algunas incongruencias temporales, pero cuya
baza fuerte es la de sumergir al protagonista en una espiral de confusión sobre
la identidad y la realidad bastante bien lograda. "Apis" cierra el
libro, la historia de un perdedor que, al abrir una lata, se topa en su interior
con una especie de duende del tomate frito con el que entabla un vínculo
afectivo que deviene dependiente. Delirante en la ejecución, la incoherencia en
la manera en que el protagonista crea su lazo afectivo perjudica seriamente la
verosimilitud del cuento.
Quizá el objetivo de la novela no es establecer una relación
narrador-lector al uso, sino más bien la de sugerir un diálogo poético y, a
falta de referentes o de sensibilidad, no pueda disfrutar de las evocaciones
volcadas en el texto: aun así, me temo que el resultado de este experimento sea
un mestizaje imposible entre narración y poesía. En lo que al aspecto
narrativo se refiere, la obra hubiese requerido un importante cambio estructural
para insuflarle el interés necesario para que la lectura no sea aburrida y
pudiese acercarse al estatus estatus de fábula contemporánea al que aspira.Álex
Vidal
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