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Mundo al revés

 Mundo al revés
Ángel Padilla

Colección Vórtice nº 9
Ediciones
Parnaso, 2007

Apocalíptica, distópica, ucrónica o satírica: la novela de ciencia-ficción que abraza la tradición fabulística es la que acaba destacando en los puestos de relevancia de las listas y obras de referencia, aun a pesar de que, tal como sucedió con 1984 hace dos decenios, con Crónicas marcianas mucho antes o como ocurrirá con la obra de Greg Egan cuando le llegue el día, el marco espaciotemporal en el que se desarrolla la obra ya haya sido superado. Aun en un 1984 que no podrá nunca ser así, en un Marte yermo y vacío de leyendas, en un Zanzíbar libre de superpoblación o en un Los Ángeles sin blade runners, la temática nos sobrecoge y nos acongoja, y al cerrar el libro nos sentimos un poco más atentos sobre el mundo que nos rodea. Podemos olvidar los detalles de la trama, pero en la memoria personal y colectiva, la reflexión sobre la naturaleza humana, sus desmanes y sus contradicciones cala muy hondo.

Eso no implica que las grandes obras pequen de no prestar la debida atención a la trama, pues el autor incurriría en un pecado mortal: aburrir al lector y encallar la obra en las aguas traicioneras de la filosofía de salón y de la demagogia.

Por otro lado, la fábula también implica abordar una tesis que no sea obvia: un tratamiento cuidadoso, concienzudo y exhaustivo de la temática, hallando los símbolos adecuados y moviéndolos escrupulosamente para asegurar la coherencia de la trama. La verosimilitud, en muchos casos, implica, salvo honrosas excepciones, un equilibrio adecuado entre la tesis del autor y su contrapeso, so pena de desembocar en otro descalabro literario contrapuesto al falso ensayo filosófico que comentaba antes: el panfleto.

Desafortunadamente, en esta agua es donde se mueve "Mundo al revés", pues a las potentes imágenes surrealistas que pueblan -más bien se acumulan en- la historia, a esta sólo se le dota de un punto de partida que ya incluye en sí la totalidad de la tesis que propone el autor, a la que no se le contrapone en ningún momento tesis diferente o contraria. Así pues, nada más salir de puerto el lector se embarra los pies en el trayecto, en el que una concatenación ad infinitum de metáforas, sinestesias, imágenes simbólicas y otras figuras poéticas entorpecen el desarrollo de una trama, por lo demás meramente anecdótica, prácticamente una excusa sobre la que poder elaborar un retablo surrealista digno de un museo. Por otra parte, el autor se entromete continuamente en el discurso, dado que no consigue distinguir el punto de vista del narrador omnisciente, el del gorila Sueño y el de César del Castillo, provocando la confusión del lector y su continua expulsión de la narración.

La experiencia deja un poso amargo: la constatación de que el autor ha desaprovechado una gran idea y se ha dejado llevar por las ansias de elaborar un fresco henchido de ebriedad pictórica; el resultado es una novela corta farragosa y, a la vez, tremendamente ingenua. De la fábula actual que se promete en los textos de la cubierta posterior, nos encontramos con que Padilla ha tomado de ella sólo los elementos más superficiales (el antropomorfismo animal, la inversión de papeles, la reducción al absurdo de la conducta humana) y los ha usado para dar rienda suelta a su innegable capacidad para conjugar ensoñaciones. Ni consigue sus objetivos temáticos por no prestar la suficiente atención al desarrollo de la trama ni, desde luego, consigue arrancar estilísticamente dada la acumulación de figuras retóricas que ahoga la lectura.

Además de "Mundo al revés", la edición se completa con un relato largo y dos cuentos. "Capital de la tristeza" es una suerte de elegía surreal, presentada bajo la ficción de una transcripción verídica que narra la búsqueda de la mujer del protagonista, que se había arrojado al vacío semanas atrás, a través de un mundo onírico donde el tiempo, el espacio, la causalidad e incluso la consistencia del cuerpo y del alma pierden cualquier viso de cohesión. Con todo, una nueva concatenación de imágenes dalinianas reducen la obra a un lamento de dolor y pérdida elongado hasta hacer perder el interés, tal como los relatos que un adolescente aquejado de mal de amores pergeñaría, sólo que tocados por una melancolía luctuosa muy poco juvenil.

En los cuentos cortos que cierran Mundo al revés encontramos las dos narraciones más interesantes: "Espejo", una simpática historia de realidades confusas a través de la frontera de un espejo de baño, no excesivamente original y con algunas incongruencias temporales, pero cuya baza fuerte es la de sumergir al protagonista en una espiral de confusión sobre la identidad y la realidad bastante bien lograda. "Apis" cierra el libro, la historia de un perdedor que, al abrir una lata, se topa en su interior con una especie de duende del tomate frito con el que entabla un vínculo afectivo que deviene dependiente. Delirante en la ejecución, la incoherencia en la manera en que el protagonista crea su lazo afectivo perjudica seriamente la verosimilitud del cuento.

Quizá el objetivo de la novela no es establecer una relación narrador-lector al uso, sino más bien la de sugerir un diálogo poético y, a falta de referentes o de sensibilidad, no pueda disfrutar de las evocaciones volcadas en el texto: aun así, me temo que el resultado de este experimento sea un mestizaje imposible entre narración y poesía. En lo que al aspecto narrativo se refiere, la obra hubiese requerido un importante cambio estructural para insuflarle el interés necesario para que la lectura no sea aburrida y pudiese acercarse al estatus estatus de fábula contemporánea al que aspira.

Álex Vidal

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