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Trueno Rojo
Trueno Rojo
John Varley
Título original: Red Thunder
Trad. Manuel Mata Álvarez-Santullano
Col. Solaris Ficción nº 48
La Factoría de Ideas, 2004

Todos los escritores tienen, en mayor o menor grado, sus tics y sus manías. La de John Varley en los últimos tiempos parece ser la de mimetizarse como un camaleón con la obra de Robert A. Heinlein. Esta tendencia no es ciertamente nueva. En muchos de sus libros, como Playa de acero, hay homenajes más o menos velados a la obra de este autor (aunque, a decir verdad, en general Varley nunca ha tenido demasiados problemas en mantener airosamente su propia idiosincrasia por encima de esos homenajes). Pero la verdad es que en sus últimas obras esta tendencia empieza a resultar un poco cargante. No porque lo haga mal, no. Al contrario, en Trueno Rojo lo hace, quizás, incluso demasiado bien. Hay capítulos en esta novela que podrían hacer sospechar a cualquier conocedor de la obra de Heinlein que Varley es el mismísimo maestro redivivo, de tan perfectamente que se imita el estilo, los personajes y las ideas de este autor. El problema es que a mí, por ejemplo, Varley me gusta cuando hace de Varley, pero cuando se embala haciendo de Heinlein siempre termina por atragantárseme. Lo mas triste es que creo que en su dilatada carrera ha demostrado tan sobradamente su indiscutible talento como escritor que resulta un tanto incomprensible este sistemático refugiarse de un modo tan descarado bajo la alargada sombra de otro autor.

Por lo demás, el argumento de Trueno Rojo no podía ser mas heinleniano. Un grupo de jóvenes, guiados por un ex astronauta borracho y un genio retraído, construyen una nave espacial con vagones de ferrocarril y la envían a Marte en un par de meses usando un sorprendente propulsor completamente ajeno a cualquier ciencia que actualmente conozcamos. Heinleniano, en efecto. Pero del Heinlein de Consigue un traje espacial, viajaras o Cadete del espacio. El mensaje principal es, cómo no, "si quieres, puedes". El reparto de personajes (las dobles parejas, más el astronauta independiente hasta la médula, más su sobrino genial pero excéntrico y retraído) recuerda muchísimo al reparto de la primera parte de El numero de la bestia. El fabuloso (e increíble hasta el paroxismo) motor de burbujas que funciona sin electricidad y casi sin partes móviles recordara también a los aficionados a la máquina con la que los protagonistas de esa novela de Heinlein retorcían las dimensiones para viajar por el universo sin mas problemas que los que tenemos cualquiera por la mañana para prepararnos un café en el microondas. Se echa en falta, es verdad, a Gay Deceiver (o a su equivalente), pero la verdad es que ya habría resultado un tanto descarado: tal y como está, lo de comulgar con el monumental mcguffin de la máquina del movimiento perpetuo aplicada al viaje interestelar ya resulta bastante excesivo sin necesidad de introducir a un ordenador personal con sentido del humor en la receta.

Formalmente el libro se divide (de forma no demasiado clara, la verdad) en tres partes: la preparación del contexto, la construcción de la nave y el viaje. La mejor, a años luz de las otras, es el viaje. La preparación del contexto en el que se desarrolla la acción resulta, a mi juicio, demasiado costumbrista. Es posible que para un americano (de Florida, para mas señas) todos los detalles de ambientación que Varley se toma la molestia de introducir resulten amenos, interesantes y parte indispensable y remarcable de la obra. A mí, en cambio, tan sólo terminan produciéndome una extraña sensación en la boca del estomago ante la machacona repetición de una serie de marcas comerciales, lugares, personajes y actitudes que más que otra cosa me resultan profundamente alienígenas.

En la parte de la construcción de la nave el único problema real es que desde el primer momento tienes que proceder a desconectar tu módulo de sentido de la realidad y depositarlo en el alféizar de la ventana mas próxima para evitar que el recalentamiento lo destruya. Lo digo porque toda esta parte recuerda aparatosamente a cierta serie de televisión que pusieron hace tiempo en la que unos chatarreros, con una hormigonera y un maravilloso motor que no había por dónde cogerlo, se fabricaban una nave espacial para viajar a la Luna y recuperar el oro que dejaron allí las misiones Apolo. Tan aparatosamente, por cierto, que de no saber que Trueno Rojo se publicó en el 2003 podría pensarse que el guión de televisión de esa serie estaba inspirado en esta novela. Pero claro, si la serie es muy anterior... ¿quién se inspiro en quién? Porque las semejanzas son mas que obvias.

Posibles plagios aparte, el problema de este segmento central de la novela es, sin duda, el hecho de que no hay quien se lo crea. El motor no hay quien se lo crea. El deus ex machina que permite convertir a ese motor en un propulsor espacial tres cuartos de lo mismo. El construir una nave en 60 días por un equipo de novatos y que además el resultado funcione sin un solo problema, menos. Y así sucesivamente. Cierto que, como dije antes, procediendo a una suspensión total de incredulidad (y subrayo lo de "total") el lector podrá pasar por este trago sin un escozor excesivo en ciertas partes. Pero la verdad, tampoco es una experiencia que recomiende a nadie.

Por comparación, la parte del viaje resulta casi una obra maestra. Una vez has coronado con éxito el esfuerzo de creer que la nave en cuestión existe, aferrarse a esa existencia y creerse de paso todo lo demás que te cuentan es una tarea trivial. Y como lo que te cuentan básicamente son aventurillas masturbatorias en la que los buenos se lo pasan en grande, todo les sale a pedir de boca y además humillan a los malos, a los que no creyeron en ellos y a todo bicho viviente a quien el autor considera oportuno, pues miel sobre hojuelas. Tan sólo destacar que las escenas en Marte no son exactamente para todos los públicos: el modo en que Varley trata determinados temas puede que sea, de nuevo, muy heinleniano, pero la verdad es que en algunos momentos resulta incluso grotesco. Por no hablar del homenaje que se marca en el final de la obra a otro gran relato de Heinlein como es "Solución insatisfactoria". Un préstamo muy oportuno, pero la verdad, en mi opinión, demasiado descarado.

En fin, poco más se puede decir. Trueno Rojo adolece, a mi juicio, de falta de originalidad, tanto en la propuesta central en la que se apoya (y que como ya he comentado recuerda demasiado a la de una vieja serie de televisión), como en las múltiples referencias a ciertas obras de Heinlein que se permite el autor y que en más de una ocasión y en más de dos superan ampliamente la frontera del homenaje para entrar en otros territorios mas escabrosos. El estilo resulta, por decirlo de algún modo, excesivamente juvenil para cualquier lector que ande buscando unos contenidos medianamente serios. Para un lector de cualquier punto del planeta Tierra que no corresponda a USA y su zona de influencia, buena parte de la ambientación peca de un localismo excesivo (por llamarlo de algún modo). Y la credibilidad de la propuesta no es que sea nula, es que resulta incluso negativa: si consigues evitar pensar en lo que estás leyendo, el libro medio se sostiene, pero si en alguna de sus paginas la incredulidad llega a encontrarte, simplemente estás perdido: jamás podrás recuperar la fe en las posibilidades de lo que Varley está intentando hacerte tragar.

Tras lo dicho, creo que se entiende que no piense que Trueno Rojo vaya a pasar a la historia como la mejor novela de ciencia-ficción de todos los tiempos, no...

Cristóbal Pérez-Castejón

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