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Criptonomicón
Criptonomicón
Neal Stephenson
Título original: Cryptonomicon
Trad. Pedro Jorge Romero
Col. Nova nºs 148, 151 y 154
Ediciones B, 2002

Reputada como la Biblia de los hackers y auténtica constatación del talento de Neal Stephenson, por si Snow Crash y La era del diamante no hubieran resultado suficientemente esclarecedoras, lo cierto es que Criptonomicón se presenta como una novela alargada en exceso cuyos méritos resultan ligeramente inferiores a los de las dos obras ya citadas. Stephenson contrapone dos tramas en apariencia inconexas que nos permiten seguir las andanzas de la familia Waterhouse en diferentes épocas.

Lawrence Pritchard Waterhouse es un brillante criptógrafo, compañero de estudios de Alan Turing (el padre de la inteligencia artificial y descifrador de la máquina Enigma), que protagoniza una línea temporal ambientada en la II Guerra Mundial. El ataque a Pearl Harbor le sorprende como músico militar, pero es enviado a Londres y la ficticia isla británica de Qwghlm para intentar descrifrar los códigos secretos de los nazis, a la par que participa en la redacción del Criptonomicón, piedra angular de la criptografía.

Sesenta años después, tenemos las aventuras de su nieto, Randy Lawrence, quien desde las Filipinas y el ficticio sultanato de Kinakuta intenta poner en marcha la utopía de cualquier hacker mínimamente concienciado: la Cripta.

Conforme nos adentramos en la lectura de la novela, la línea temporal protagonizada por Lawrence Pritchard termina por resultar mucho más interesante que la de Randy, cuyo futuro próximo no termina de funcionar. No es que las aventuras de Lawrence tengan un desarrollo demasiado original, pero Stephenson nos depara momentos de lectura imprescindible e inolvidable al abordar la caza y captura de los códigos utilizados por ambos bandos durante el conflicto bélico. Son esos detalles, decididamente humorísticos, los que hacen de Criptonomicón un título interesante y por encima de la media, aunque, ya hemos apuntado, no alcance el nivel de Snow Crash o La era del diamante. Resultan inolvidables las dudas, de un desdén casi cínico, de Rudy con respecto a las supuestas excelencias del código Enigma, o la hilarante relación entre los encuentros sexuales de uno de los protagonistas y su rendimiento como criptógrafo, por no hablar del personaje del marine Bobby Shaftoe y muy especialmente Goto Dengo, un soldado japonés cuyas desventuras constituyen de largo lo mejor de la novela, a la vez que el eje no declarado de la trama. Los momentos de “efecto Connery” están bien escogidos y sin abusar, y uno llega a simpatizar con Mac Arthur y Yamamoto.

Las líneas argumentales, si bien parecen independientes, interactúan en ciertos momentos, de modo que los paralelismos entre las manifestaciones de las (a su manera distintas) respectivas brillanteces de abuelo y nieto resultan muy interesantes, así como la contraposición entre la forma de actuar de un analista en medio de la II Guerra Mundial y un pirata informático carente de escrúpulos en la década global del “todo vale”. Cambian las motivaciones, tal vez los métodos, pero no la esencia misma del juego: el flujo de información y el placer de desencriptarla. Es el único elemento que añade interés a la trama “contemporánea” de Randy, que termina por convertirse en una típica búsqueda-del-tesoro-tras-múltiples-penalidades-en-culturas-no-occidentales.

Resultan evidentes los vínculos con otras novelas ciberpunk en las que la trama informática se mezcla con la alta política (el ejemplo más evidente resulta Islas en la red, de Bruce Sterling), y llega un momento en que lo que en principio fue concebido como ciencia-ficción termina por convertirse en relato costumbrista. Criptonomicón podría estar sucediendo aquí y ahora. Si no ha quedado superada por la realidad.

Así planteada, Criptonomicón se puede leer como un apasionante thriller ambientado en la II Guerra Mundial al mismo tiempo que como una sátira costumbrista del mundo de los (Stephenson dixit) criptofrikis linuxeros. La descompensación entre ambas mitades hace que se trate de una novela alargada e irregular, pero igualmente recomendable.

Juanma Santiago

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