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Los sueños de Lincoln
Los sueños de Lincoln
Connie Willis
Título original: Lincoln's Dreams
Trad. Rafael Marín
Col. Nova nº 130
Ediciones B, 2000

A Connie Willis le obsesionan los viajes en el tiempo. También es una de las autoras más inteligentes y sensibles en el panorama actual de la ciencia-ficción norteamericana. Ha dado buenas pruebas de ambas cosas en libros como El libro del día del juicio final, en el que una investigadora del futuro se ve atrapada en un pueblo de la Edad Media europea en mitad de la epidemia de la peste negra, o como Remake, donde en el Hollywood de pasado mañana, digitalizado e impersonal, una mujer sueña con bailar con Fred Astaire y, pese a la imposibilidad del hecho, termina consiguiéndolo.

Los sueños de Lincoln (1987) es su primera novela publicada en solitario (sus únicos trabajos largos anteriores eran tres novelas escritas en colaboración con Cynthia Felice) con lo que a primera vista estamos ante la obra primeriza de una autora prometedora.

Nada más lejos de la verdad. En Los sueños de Lincoln están presentes lo que serán las claves de toda la obra posterior de Willis (el viaje temporal, los personajes atrapados por la burocracia, la fina ironía con que se burla de muchas de las vacas sagradas de la sociedad actual norteamericana y, especialmente, la empatía hacia los personajes inadaptados -muchas veces porque se niegan a adaptarse-) y lo están sin la menor vacilación narrativa, como si la autora hubiera eclosionado de repente en una brillante madurez literaria que ha sabido mantener durante todos estos años.

Quizá lo que más distingue a la Connie Willis de esta novela de la de sus obras posteriores sea el ropaje con el que ha decidido revestir su historia. Al contrario que en las dos obras citadas anteriormente, no estamos en un futuro cercano lleno de avanzada tecnología, sino en nuestro presente, y el recurso utilizado para viajar en el tiempo no es una máquina reluciente, sino una mujer que no puede evitar soñar los sueños del general Robert E. Lee y darles forma a su pesar.

La propia Willis reconoce que la Guerra Civil americana es una de sus pasiones y a lo largo de esta novela, cuya trama se desliza de una manera tan suave como agridulce, demuestra ser una verdadera conocedora del tema. Pero más allá de una excelente documentación histórica, el verdadero mérito de la autora está en la forma en que nos ha sabido hacer cercanos, humanos, a personajes históricos como Lincoln o Lee.

No estamos, sin embargo, ante una novela histórica, aunque en ocasiones comparta algunas características con ese género. Estamos ante la historia de una obsesión (y es tarea del lector decidir si esa obsesión tiene base real o es fruto de una mente perturbada) y ante una historia de amor que, como las buenas historias de amor, no puede acabar bien.

El narrador, Jeff Johnston, se gana la vida investigando datos históricos para un novelista especializado en la Guerra de Secesión. Durante sus investigaciones conoce a Annie, una joven frágil y melancólica que sufre intensas pesadillas. Lentamente Jeff descubre que esas pesadillas hacen referencia a acontecimientos de la Guerra que él mismo investiga: comienza entonces una odisea por algunos de los campos de batalla más importantes de la Guerra de Secesión mientras Jeff empieza a enamorarse de Annie y, poco a poco, a poner en duda la misma realidad que le rodea: los sueños de Annie están poblados de demasiados datos, son demasiado precisos, coinciden demasiado con lo que pasó realmente para no ser otra cosa que pesadillas de una mente perturbada. Para Jeff no hay más salida que ayudar a Annie a exorcizar esos sueños terribles que pueblan sus noches y para la propia Annie no hay más salida que soñarlos. Ambos están atrapados en los pensamientos, atormentados y llenos de remordimientos, del general Lee, un hombre muerto hace más de cien años y que, parece, no ha sido capaz de encontrar descanso en todo ese tiempo. Su mente torturada contacta de algún modo con la de Annie y, a medida que esta va soñando sus pesadillas, es capaz, tal vez, de encontrar alguna paz en su fría tumba.

El humor parece ausente a primera vista de esta novela, pero a poco que escarbemos en su superficie nos damos cuenta de que no es así, que sin duda ésta es la Connie Willis que conocemos y que no puede evitar burlarse (siempre con inteligencia, siempre con una suavidad demoledora) de esos castillos de naipes sociales que hemos ido considerando fortalezas inexpugnables. En este caso le ha tocado al psicoanálisis: son impagables las distintas secuencias en las que el psiquiatra que ha tratado a Annie le va dejando mensajes en el contestador al protagonista, cambiando el diagnóstico de la paciente de un mensaje para otro y recorriendo prácticamente todas las escuelas psicoanalíticas que han ido haciendo furor (y aún lo hacen en los Estados Unidos) a lo largo de este siglo.

Dejo para los lectores averiguar por qué, si la novela se titula Los sueños de Lincoln, trata principalmente de los del general Lee. Estoy seguro de que las conclusiones a las que llegue, posiblemente distintas a las mías, serán muy interesantes.

No es extraño que Connie Willis se haya hecho acreedora en los últimos años de seis Premios Nebula (otorgados por la Asociación de Escritores Americanos de Ciencia Ficción) y otros tantos Premios Hugo (concedidos en las Convenciones Mundiales del género). Tampoco lo es que Harlan Ellison (el hombre que en los años sesenta sacudió la ciencia-ficción con su imprescindible antología Visiones peligrosas) haya dicho de ella: "De vez en cuando surge un talento que se anuncia como importante. Connie Willis es ese talento: una inteligencia magistral en acción. Disfrutar de la obra de la señora Willis es sólo cuestión de sentido común".

Y esta novela lo demuestra ampliamente.

Rodolfo Martínez

(Reseña publicada originalmente en La página de Rodolfo Martínez)
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