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A Deepness in the Sky
A Deepness in the Sky
Vernor Vinge
Tor, 2000






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Es difícil aproximarse a la más reciente obra de Vernor Vinge, A Depness in the Sky, sin una gran expectación. Su novela anterior, la afamada Un fuego sobre el abismo, fue un gran éxito mundial entre el público aficionado, debido quizá a una excelente combinación de especulación de altos vuelos, exotismo sin límites, una escala grandiosa como pocas veces se ha visto y un argumento que, más allá de la anécdota intrascendente, sacudía no solo las emociones sino también los esquemas morales del lector desprevenido, rechazando soluciones facilonas y exigiendo tomas de postura comprometidas. La expectación es aún más inevitable debido a que Deepness comparte con la obra anterior no sólo universo, sino incluso uno de los personajes principales.

Quizá esas expectativas sean precisamente el mayor problema de Deepness. Y no porque sea un fracaso (por el contrario, es una gran novela por sus propios méritos), sino porque como es habitual en los grandes escritores, Vinge renuncia a la comodidad de reescribir Abismo o de darle una vuelta más de tuerca, y elige esta vez un más difícil todavía: retrotraerse varias decenas de miles de años al pasado, abandonando la elaborada parafernalia místico-científica con que justificó el viaje hiperlumínico en aquella obra, para embarcarnos en otra saga galáctica, ésta a escala relativista, menos vasta pero quizá infinitamente más humana y accesible. Las comparaciones son inevitables, y hasta cierto punto justificadas por un cierto paralelismo estructural y de desarrollo: dos subtramas, una de ellas protagonizada por humanos tecnológicamente avanzados, la otra por criaturas alienígenas con tecnología preespacial, de quienes dependerá de un modo u otro la salvación de los humanos; ambas tramas se desarrollan de forma casi completamente aislada hasta las últimas páginas del libro. No obstante, también hay grandes diferencias; en Abismo, por ejemplo, apenas media docena de personajes eran humanos, mientras que en Deepness una gran parte de la trama, y la más intensa en mi opinión, cae sobre los hombros de nuestros congéneres. Y mientras en Abismo el atractivo de sus criaturas alienígenas, los Púas, era precisamente su originalidad extraterrena, en las Arañas que pueblan las páginas de Deepness es la familiaridad, su humanidad apenas escondida tras una fachada repulsiva, la que nos los hace queridos.

Pero basta de comparaciones. A Deepness in the Sky narra dos historias de signos muy distintos. Por un lado, las Arañas, criaturas de un planeta cuya estrella, OnOff, pasa por motivos no aclarados por largos periodos de oscurecimiento total, hasta el punto de que los ciclos vitales de todas las criaturas del planeta están adaptados a vivir treinta o cuarenta años de luz y a continuación hibernar durante doscientos más. Las Arañas se hallan en las primeras fases de una revolucion industrial y tecnológica que los habrá de llevar, en unos pocos Ciclos, a la energía atómica, los ordenadores y el viaje espacial. Pero la aparición, en un momento crucial de su historia, de un genio con la visión de Leonardo, la capacidad teórica de Einstein y la inventiva inagotable de Edison, les permitirá saltarse algunos pasos justo a tiempo...

...Porque, por otro lado, las señales emitidas por la sociedad aracnoide han atraído a dos grupos humanos totalmente dispares, cuyo incómodo encuentro en ese sistema solar acabará trayendo consecuencias: los comerciantes espaciales Qeng Ho, deseosos de explorar el enigma de la estrella OnOff y de ser los primeros humanos en contactar con una raza extraterrestre no humana, y los esclavistas Emergentes, para los que el control y la manipulación de las mentes es la base de su estructura social y económica. Tras rostros impasibles y palabras corteses, y mientras la estrella OnOff se acerca a la fase luminosa de su ciclo, ambos grupos se vigilan atentamente. Quién consiga una posición dominante y en qué terminos, determinará por completo el destino de las Arañas.

Si el punto de partida es interesante, el desarrollo lo es aún más, y Vinge no decepciona en ningún momento, pero no voy a extenderme por miedo a cometer un desliz y estropearle a alguien la diversión. El gran fuerte de Vinge, aparte de la ambientación y la escala, es la creación de personajes y situaciones realmente angustiosos, y en esta novela no es la excepción. Mientras que los "buenos" no dejan de ser figurones más o menos tiernos, los personajes más oscuros (y créeme, lector, en esta novela hay personajes realmente oscuros) destacan con fuerza y llenan de horror muchas de las mejores páginas de Deepness; pero no del horror tomatero de una película gore, sino de aquel maligno que sobrecoge por su aparente inocuidad, por la fácil justificación de los actos más crueles.

Como en Abismo, también hay en este libro gran cantidad de material especulativo, y los lectores conocedores del mundo informático encontrarán divertida no sólo la idea de una sociedad que, sometida a la división constante, tiene números de versión y mecanismos de resincronización para permitir la reunificación de diversas ramas familiares, sino también las divagaciones entre utópicas e irónicas sobre el desarrollo de software y su mantenimiento a lo largo de, literalmente, millares de años. Para que luego hablen de los programas COBOL y el Síndrome del Año 2000.

Pero no todo es perfecto en la novela, claro. También hay puntos débiles, de los que citaré tres. El primero y más obvio es que las Arañas son quizá demasiado humanas, excesivamente similares a nosotros en opiniones, puntos de vista, esperanzas, deseos e incluso sentimientos, y aunque eso proporciona un buen anclaje para la empatía del lector (sería si no difícil simpatizar con una araña negra de más de dos metros de altura y aspecto amenazador y predatorio), a veces llega uno a preguntarse si no está leyendo una novelización algo ñoña de una película de Walt Disney.

El segundo aspecto negativo, reconozco que muy subjetivo, es la presencia de uno de esos personajes excesivos, casi divinos, literalmente omnipresentes y omnipotentes, que aunque sirvan de hilo conductor del relato, llegan a molestar porque es imposible, por muchos esfuerzos que se tome el autor, llegar a valorar seriamente la idea de que puedan fracasar. Naturalmente que Vinge sabe lo que se hace, y no olvida dotar a su creación de flaquezas e incluso aspectos odiosos... Pero aún así, el personaje tiene tanto peso no sólo en los hechos narrados sino en los que configuran el universo en que se desarrolla la acción, que los demás (al menos en el bando de los ángeles) no dejan de ser, como máximo, comparsas de lujo.

El tercer punto discordante de la novela es, en mi opinión, la aparición de un deus ex machina tecnológico, un dispositivo que posibilita la resolución final del conflicto y cuyo nivel y capacidades, sencillamente, no casan con el de la tecnología del resto de la novela. De acuerdo que hay un intento de justificación de su origen, pero la diferencia con todo lo visto anteriormente es tan abismal que a todos los efectos llega cierto punto del libro en el que uno piensa, "Ok, le han regalado al protagonista una varita mágica, ahora sentémonos a esperar a que la utilice", como en efecto ocurre.

Con todo, esos tres puntos negativos son apenas notas discordantes en una hermosa ópera, menos wagneriana y grandilocuente, pero más íntima y en ocasiones mucho más emocionante, que su ilustre predecesora.

Juanma Barranquero

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