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Culto secreto y otros relatos
Culto secreto y otros relatos
Algernon Blackwood
Trad. Borja García Bercero
Col. Biblioteca Temática (Fantasía y Terror) nº 1858
Alianza Editorial, 2000

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Aunque siempre haya otros nombres que estén más en el candelero, la valía de Algernon Blackwood difícilmente puede pasar inadvertida. ¿Acaso no destacaba su relato "El Wendigo" como uno de los más satisfactorios de la afamada recopilación Los mitos de Cthulhu que realizase Rafael Llopis para Alianza? ¿No fue The Blair Witch Project poco menos que una versión cinema verité del citado y mítico cuento? Ciertamente, la sombra de Blackwood es alargada; su influjo en los escritores de la revista Weird Tales es innegable y su lectura es obligatoria para cualquier escritor en ciernes interesado por el fantástico.

Como corresponde a los grandes, la edición de Culto secreto y otros relatos representa un pequeño acontecimiento editorial, ilustrada por una portada que sintetiza a la perfección el universo de Blackwood: unos árboles crecen bajo un rostro sereno que sugiere una realidad última agazapada tras la faz de la tierra. Es, como bien indica en el prólogo Borja García, "el signo inequívoco de que se ha entrado en el territorio narrativo de Algernon Blackwood (...) La percepción del mundo que nos rodea va sufriendo una transformación hasta desvelar la existencia de un universo paralelo a aquel con el que estamos familiarizados".

La novela corta que abre el volumen, "El hombre al que amaban los árboles", es un paradigma de esa comunión entre naturaleza y terror, preocupación compartida por su colega y compañero de andanzas ocultistas Arthur Machen que se ha convertido a la postre en el sello de Blackwood. Las primeras páginas, que narran la obsesión de un pintor por los árboles, de los que se diría que retrata en todo su ser y su viveza, rozan los lindes de la metafísica, motivo de discusión de unas tertulias de salón progresivamente insanas. Como es norma en el autor, se suceden las imágenes e invocaciones a las fuerzas de la naturaleza en su máxima expresión, el indómito mar, y así el murmullo y el espantoso rumor del reino vegetal, el bosque al cual dota de una poderosa personalidad mediante personificaciones y alusiones varias, se convierte en "una marea, en un océano que avanza" y los claros no son sino "playas" prestas a ser anegadas. La maestría de Blackwood no reside en la acción física o en la descripción de la peripecia argumental: su estilo descansa en el diálogo interior de sus personajes; y es por ello que las charlas distendidas acerca de la grandeza del bosque son finalmente sobrepasadas por la aprensión y el resquemor hacia un entorno hostil. Realizando un envidiable tour de force, Blackwood, al que no le interesa para sus fines el narrador omnisciente, puesto que se apoya en la estratégica ocultación de información relevante, llega a cambiar el punto de vista a medida que pasan las páginas, y los diferentes protagonistas van recogiendo el testigo y el peso de la narración.

La otra novela corta que se incluye en el volumen, "Descenso a Egipto", también presidida por la metafísica, trata sobre mundos y ritos arcanos a la espera de ser desempolvados. En cierto modo prefigura los más alucinógenos relatos de la mitología de Cthulhu y de la cosmología de Lovecraft.

En "Culto secreto", Blackwood rememora el internado en el que estudió, pero escora el tono hacia el terror. Aunque no se distinga por su originalidad y su argumento pueda haberse repetido después hasta la extenuación, no defrauda y esgrime la particularidad de ser uno de los relatos dedicados a una de sus más afamadas creaciones, el investigador de lo paranormal John Silence.

Por último, en los breves "Complicidad previa al hecho" y "El ocupante de la habitación", Blackwood pone a prueba su oficio: lo que pierden en desarrollo lo ganan en pavorosa intensidad. Y es que la narrativa de Blackwood mantiene siempre en vilo al lector, sumiéndole en un "estado de alarma" al plantearle la resolución de un enigma inefable que se salda con una revelación y que suele incluir otra recompensa, un halo poético, una mirada enriquecedora, la ansiada y esquiva catarsis que confirma la perenne actualidad del autor británico.

Pablo Herranz

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