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El fin de la infancia
El fin de la infancia
Arthur C. Clarke
Título original: Childhood's End
Trad. Luis Domènech
Minotauro, 2000

Las reediciones en formato de bolsillo, económicamente más asequible, suponen una excelente oportunidad para adquirir y revisitar aquellos clásicos que prestamos hace mucho tiempo y que nunca nos fueron devueltos. Cuando el clásico, además, es un Clarke de los 50, la gratificación suele estar asegurada. El fin de la infancia constituye una inmejorable ocasión para sumergirse en la cada vez menos frecuentada "literatura de ideas" a través de una obra en la que el fondo adquiere mayor importancia que la forma, a pesar de contar con un estilo en absoluto descuidado.

De popularizar su comienzo se han encargado décadas después la televisión y el cine. Al igual que en la serie V y la película Independence Day, una raza alienígena dispone sus colosales naves espaciales sobre las principales ciudades del mundo. Avanzando por las páginas del libro, lo que pareciera en un principio una invasión se convierte en un misterioso tutelaje cuyo resultado final será una utopía en la que el ser humano, exorcizado de y por sus demonios, conocerá sus mejores días. Finalmente, al igual que en la obra de Theodore Sturgeon Más que humano, casualmente publicada un año antes (una constante en el maestro Clarke digna de estudio), serán los niños quienes protagonicen el siguiente salto evolutivo del Hombre, aportando de paso una segunda lectura verdaderamente escalofriante al título de la novela. El triunfo definitivo del nuevo y todopoderoso flautista hameliniano, registrado por el último hombre sobre la Tierra, constituye por única vez un falso final "no feliz" en el que el género humano consigue las estrellas, aunque a un precio difícil de digerir para el lector. El viejo orden debe morir para que el nuevo tome su lugar.

Aunque el desarrollo, ejecutado a través de unos personajes de escaso interés, no es nada espectacular, sí logra mantener la atención hasta el final, sostenido principalmente sobre el impredecible destino de la raza humana. La conclusión es sin duda lo que convierte a El fin de la infancia en una pieza fundamental de la ciencia-ficción de todos los tiempos. Imaginativa, enorme en su planteamiento y sobre todo tajante, está impregnada de cierto lirismo y llama a la maravilla con vehemencia. Al cerrar el libro se tiene la inequívoca impresión de haber asistido a algo grande e importante.

Por encima de los diversos personajes y líneas argumentales que componen la historia, el verdadero espíritu de la novela se asienta sobre temas de mayor importancia. Arthur C. Clarke deja bien claro en esta novela que su bandera es el ateísmo. Señala con dedo acusador a la religión, la más común superstición del ser humano, como principal obstáculo para el avance de la especie, a la vez que propone a la ciencia como tabla salvadora de la humanidad, la cual no es más que un anónimo grano de arena sujeto a la irrevocabilidad de los grandes acontecimientos. Crecer es algo natural y ajeno a nuestras voluntades: el País de Nunca Jamás no existe.

Atacar a Arthur C. Clarke se ha convertido últimamente en deporte usual de los aficionados al género. Si bien es cierto que algunas de las últimas obras del genio británico alcanzan la categoría de infumables, de vez en cuando es muy recomendable volver a acercarse a sus obras fundamentales y percatarse de las razones que lo han colocado en la cima del género en la segunda mitad del siglo XX.

Santiago L. Moreno

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