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Las naves del tiempo
Las naves del tiempo
Stephen Baxter
Título original: The Time Ships
Trad. Pedro Jorge Romero
Col. Nova Éxito nº 11
Ediciones B, 1995

Hay novelas de las que uno espera mucho. Novelas que se comienzan a leer antes de empezar la primera página, en comentarios, críticas y alabanzas. Son ese tipo de novelas que vienen precedidas por fanfarrias y trompetas, y que aspiran, o al menos eso nos han hecho creer, a ser una de las grandes novelas del género en estos últimos años. Normalmente, y salvando contadas excepciones, la mayoría de ellas no alcanza las ilusiones creadas, siendo, a decir verdad, bastante mediocres. Este no es el caso de Las naves del tiempo. No estamos ante un libro malo y decepcionante; estamos, directamente y sin ambages, ante un libro muy malo y muy decepcionante.

El libro arranca en la mañana inmediatamente posterior a los últimos sucesos de la novela de H.G. Wells. El Viajero, pues Baxter sigue dejando innominado al protagonista, parte de nuevo hacia el futuro, donde comenzarán de nuevo sus andanzas. Pasará por sucesivos mundos (o mejor dicho, líneas de tiempo) alternativos, producto todos ellos de sus continuos viajes en el tiempo: un mundo futuro en que los Morlocks han construido una esfera de Dyson, una Inglaterra de 1938 que lleva veinticuatro años de guerra con Alemania, una Tierra en la que la humanidad es el resultado de la evolución de una colonia prehistórica de viajeros temporales... Después de estos viajes, que llenan (o mejor dicho, rellenan) la novela de algunas aventuras deslucidas y en mi opinión aburridas, es cuando la historia arranca e intenta tímidos vuelos fuera de los dominios de lo ya explorado y lo ya contado. En este último tramo los llamados Constructores (y luego los Observadores), y por ende el propio Baxter, se lanzan a aventuras y proyectos casi divinos, reformando y, en cierta formas, diseñando y construyendo universos enteros. Aun siendo con diferencia lo más interesante de la novela, uno no puedo dejar de recordar al maestro Stapledon, y cómo estos tímidos aleteos quedan en poca cosa ante las grandes aventuras trascendentes de sus novelas. Por ultimo, y por medio de juegos malabares y de algún bucle temporal que otro, el Viajero, después de ser inmortal, inmaterial y divino, acaba volviendo a los brazos inhumanos de la eloi Weena para descansar por fin de sus aventuras.

Estamos ante una novela morosa y lenta, en la que el ritmo brilla por su ausencia y que se ve lastrada por un exceso de páginas y aventuras intrascendentes. Los personajes están apenas dibujados y en ningún momento llega a importarle lo mas mínimo al lector lo que les pase. El estilo es frío y excesivamente distante, sobre todo para tratarse de una narración en primera persona. Es curioso cómo aun habiendo logrado captar la letra del estilo del Wells, Baxter no ha podido capturar el espíritu, eso que hacía que a pesar de la narrativa aparentemente falta de emotividad de La máquina del tiempo disfrutaras tanto y sufrieras y te alegraras con el protagonista, cosa que en ningún momento llega a ocurrir con la novela de Baxter.

En otro orden de cosas, los fallos de coherencia y lógicos de la novela son clamorosos, sobre todo en una novela presuntamente de ciencia-ficción hard. Dejando de lado la tendencia que tiene últimamente todo el mundo de tirar una bomba atómica sobre sus protagonistas y que éstos sobrevivan, ¿cómo hace un inglés del siglo XIX para comprender en pocos días, tal vez en pocas horas, teorías y conceptos como los de la relatividad, la mecánica cuántica... y a partir de ahí ser capaz de manejarlos con total soltura? ¿Cuál es el origen de las misteriosas propiedades de la plattnerita, el mineral que permite el viaje en el tiempo? ¿Por qué no hay cientos, miles o millones de viajeros del tiempo enredándolo todo? ¿Y por qué se reverencia al Viajero como el primer (precisamente) viajero del tiempo, cuando Baxter machaca una y otra vez que cuando hay por medio un viaje en el tiempo la ley causa-efecto no tiene sentido? ¿Y cómo saben los Constructores quién es él? Etcétera.

En fin, y resumiendo: los amantes de las aventuras sosas y aburridas, de las ideas simples y puras, de los personajes cliché, que corran a comprar este libro (y más ahora, que está de saldo). Los que prefieran leer una buena novela, por favor, que se abstengan. Vosotros, al contrario que yo, estáis avisados.

Rafael Muñoz Vega

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