No quiero sonar belicista (y es
que de entrada lo he puesto complicado, titulando así esta sección), pero es
cosa sabida que las guerras de verdad no se ganan en el campo de batalla, ni
siquiera en los cuarteles, sino que lo hacen en las calles del territorio
invadido. La resistencia pasiva, o incluso activa, de los ciudadanos puede
llegar a desequilibrar el resultado de una contienda en la que la lógica
dictaba otro final. Cuando Queipo de Llano acuñó el término "quinta
columna",
lo hizo a conciencia: las cuatro columnas del ejército golpista resultaron
menos eficientes que la resistencia civil, esa columna urbana que minaba los
cimientos del enemigo, mediante actos de sabotaje (o heroísmo, según el color
del espejo con que se viera). Lo sabe cualquier combatiente, sea cual sea su
bando.
Otra cosa es que el término "quintacolumnista"
posea características peyorativas, que asumo plenamente, como condición
necesaria para entrar al trapo que esta sección requiere. Tal vez las obras que
veremos en esta quinta columna carezcan de la heroicidad y la grandeza
necesarias; acaso haya quien las tilde de cobardes. El caso es que son
necesarias, no para ganar una guerra (y aquí habría que entrar en
consideraciones tan estériles como definir los bandos contendientes, o incluso
la misma existencia de conflicto), sino para algo mucho más prosaico:
constituyen lecturas muy provechosas, por no decir obligatorias.
Pero son víctimas de su quintacolumnismo. De un término que las encasilla inmediatamente como traidoras
a la patria. Del escarnio o, peor aún, el olvido. El ostracismo.
Muchas de ellas han pagado cara
su osadía: nadie las recuerda. Pocos saben que están disponibles en catálogo.
Y cuando digo pocos, me refiero incluso a estudiosos del género,
bibliotecarios, libreros o editores.
Las obras que veremos en esta
sección son, salvo excepciones, novelas o ensayos que la crítica suele
considerar entre lo menos destacable de la producción de sus autores. Todas
ellas cometieron el mismo delito: son difíciles de encasillar. O, peor aún
(para ellas), están encasilladas en el lugar equivocado. Todas ellas son obras
escritas por autores conocidos sobre todo por su faceta de escritores de género
fantástico.
Pero no son obras de género
fantástico.
Y, por ello, han sido relegadas
al olvido, ninguneadas, maltratadas.
Son consideradas traidoras. De
manera injusta, además: todas ellas son tan fieles al espíritu y la poética
de sus autores como la obra más representativa que se os venga a la cabeza. Es
más, algunas de estas obras son más auténticas y definitorias que las obras
que tradicionalmente hemos considerado auténticas y definitorias de esos Brian
W. Aldiss, J.G. Ballard, Elia Barceló, Philip K. Dick o Stanislaw Lem. Nos
permiten entender mejor las inquietudes de sus autores.
Pero las olvidamos, porque no
son obras de género fantástico.
Y nosotros sólo leemos obras de
género fantástico; o leemos más obras fantásticas que de otros géneros.
O bien no leemos género fantástico,
hemos accedido a esta página por no se sabe qué extraño capricho de Google e
ignoramos que, detrás de esta obra puntual de un autor de quien nada sabíamos
y a quien hemos llegado por casualidad, late un corpus ingente, un mundo que se
nos había pasado por alto y pone en evidencia nuestros conocimientos
literarios.
Por este motivo, tendemos a
ningunear y odiar las obras de esta quinta columna literaria: no deberían estar
ahí. Nos rompen los esquemas. No podemos aceptarlas: son demasiado buenas para
integrarlas en el pim-pam-pum de
nuestros listados favoritos de las cien (o doscientas treinta y siete) grandes
obras de la ciencia-ficción de todos los tiempos, o bien demasiado buenas para un autor con
fama de cultivar subliteratura de género.
Y, como resultado, nadie las
aprecia. Nadie las quiere. Y todos las entierran.
Ni siquiera pertenecen a ese
subgénero llamado slipstream, esas
obras de género fantástico que aparecen en colecciones de literatura general y
están haciendo más por el crecimiento y engrandecimiento de nuestros ciencia
ficción, fantasía y terror. Una forma distinta de traición, porque proviene
de recién llegados: nos parece más admisible que Kazuo Ishiguro o Philip Roth
se adentren en la ciencia ficción que permitirle a Brian W. Aldiss o Stanislaw
Lem que abandonen el género... ¡y encima lo borden!
Esta sección nace con el propósito
de reivindicar esas obras. No como esnobismo ("¡Oye! ¡Furia
feroz es una de las mejores novelas de Ballard, que te lo digo yo!") ni
como penitencia ("¿Cómo no he sabido ver que In
Milton Lumky Territory es tan dickiana como Tiempo
desarticulado?"), sino porque son buena literatura.
O buenos ensayos.
O buenos poemarios.
Buenas obras, al margen de otras
consideraciones.
Generalmente, de lectura
obligada. Que todo el mundo lee, excepto nosotros: nos pesan mucho los
prejuicios.
¿A qué estáis esperando para
descubrirlas? Están aquí, en esta quinta columna. Venid a combatir con ellas:
merece la pena. No para ganar la guerra en la que creéis que estáis embarcados
(ciencia-ficción versus todo lo demás), sino para ganar la auténtica
guerra, la que de verdad importa: buena literatura versus mala literatura.
Archivo de
La Quinta Columna
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