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Alberto CairoLecturas extemporáneas
Fuera de onda
Alberto Cairo


Stephen E. Ambrose
Hermanos de sangre

La epopeya de los ciudadanos en armas

Lo peor de las guerras es que en ellas muere gente. Lo mejor, que son uno de los dos principales pretextos para grandes libros. El otro es el amor.

Hermanos de sangre

Un poco de historia: en el año 1944, los aliados planeaban caer sobre la fortaleza continental que Hitler había construido en Europa y, para ello, además de en el desembarco anfibio, confiaban en jugar la carta de las unidades aerotransportadas. Hermanos de sangre cuenta la historia de una de estas unidades, probablemente la más famosa, la Compañía E del 506 Regimiento de Infantería Paracaidista del Ejército de EEUU compuesta por “granjeros y mineros del carbón, montañeses e hijos del Profundo Sur. Algunos eran pobres de solemnidad, otros pertenecían a la clase media. Uno venía de Harvard, otro había estudiado en Yale, había dos de UCLA (...) Eran ciudadanos soldados”. Estos “ciudadanos soldados” son el hilo argumental de este relato de valor y muerte, pues la peripecia que Ambrose describe no es la de héroes-mártires contra el monstruo del fascismo, sino la de un grupo de hombres normales lanzados al cumplimiento del deber. Héroes puede, pero héroes anónimos en un ejército de iguales. Todo el libro está impregnado de la sensación de que, a pesar de que alguno de los individuos que lo protagonizan pueda descollar entre el resto, siempre será con el respaldo de sus compañeros, nunca por exclusivo mérito personal. En este sentido, Hermanos de sangre hace honor a su título: la camaradería primitiva es su tema central.

Ambrose nos guía desde los campos de entrenamiento en Estados Unidos hasta el Nido del Águila de Hitler. Por el medio, la Compañía E pasa por los principales campos de batalla desde el desembarco en Normandía hasta el final de la guerra. No es un libro antimilitarista -la idea de “guerra justa” planea sobre sus páginas-, pero sí coloca la guerra en su lugar exacto: los ciudadanos soldados luchan por una causa noble, pero ello no los acoraza contra las balas, no les impide sangrar cuando los hieren, sufrir ante la muerte atroz de un compañero o vomitar ante un enemigo destripado. Tampoco les impide comportarse en ocasiones de manera vil, olvidar los viejos códigos y lanzarse a la rapiña (antológicas son las escenas de saqueo en el Nido del Águila), ni aprovecharse cuando pueden de civiles incautos. Ambrose no justifica cualquier guerra, pero tampoco la condena en toda circunstancia, lo que resulta (sé que es impopular decirlo cuando dos payasos siniestros y su mascota jadeante nos han embarcado en una absurda) un soplo de aire fresco contra esta forma de totalitarismo ideológico de consigna que nos empapa (“con nosotros o contra nosotros”, “no a la guerra”, etc.).

Cada lector tendrá su momento de gloria preferido, hay muchos en este libro, imbricados con los de miseria moral, tan propios de cualquier situación en la que un grupo humano puede ejercer el poder absoluto sobre otro, sin que medie ningún tipo de regla o ley. Para mí, hay dos. El primero, obvio es decirlo, es el desembarco en Normandía, narrado con vigor y elegancia. Las anécdotas que salpican su desarrollo son interesantes: Ambrose se basó en un “soldado Ryan” real cuando asesoró a Spielberg para cierta maravilla del cine bélico. El otro es la lucha en la localidad de Bastogne. Después de describirnos el descalabro aliado en la Operación Market-Garden, explica con concisión maestra por qué (bueno, más bien se pregunta por qué) la defensa angloamericana en Europa central era tan débil en el momento en que los alemanes desencadenaron su última gran ofensiva de la II Guerra Mundial. La Compañía E -es una de las secuencias más sangrientas del libro- peleó en las proximidades de la citada ciudad belga: Ambrose nos habla de la dificultad de dormir en los pequeños fosos de tiradores (un metro por un metro y pico), en los que él único consuelo que tenían los hombres que los ocupaban durante días era “compartir el calor corporal”, de la dificultad de aquellos jóvenes (tanto alemanes como americanos) para luchar dentro de bosques espesos en los que sólo veías al enemigo cuando salía de la espesura frente a tus narices. Es difícil no hacerse partícipe del horror de aquella gente.

Ambrose sabe que hay un límite para la simplificación en cualquier obra que se pretenda seria. Por eso no renuncia a la contextualización histórica precisa, y cada vez que nos va a arrojar a uno de sus campos de batalla, nos pone en antecedentes. Nos muestra los hechos desde el punto de vista de la Compañía E, desde luego, pero no se olvida de que, alrededor de ellos, cientos de miles de soldados idénticos peleaban en circunstancias parecidas. Es muy de agradecer, pues en los últimos tiempos -tal vez algún día hablemos de ello- se ha puesto de moda una forma de escribir divulgación histórica cargada de diletantismo en la que aquel noble objetivo de tufo opusino de “enseñar deleitando”, corrompe los textos hasta el punto de hacerlos ilegibles para todo el que se haya educado con algo más que con fábulas para ejecutivos de intelecto infradesarrollado. Esta forma de escribir puede resultar cómoda para un historiador (e incluso para un periodista con conocimientos), pero es, en cierta manera, un engaño para los lectores que buscan, un suponer, un libro sobre los godos y se encuentran con un dietario de chismes y chuscas leyendas popularizadas por cronistas medievales narrado, además, con la tensión y la gracia del que enumera la lista de los susodichos reyes. Cuánto nos queda por aprender todavía...


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