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Alberto García-TeresaCf sociopolítica
Mundo Espejo
Alberto García-Teresa

Clima, ciencia, economía:
Señales de lluvia

Kim Stanley Robinson
Título original: Forty Sings of Rain

Traducción: Estela Gutiérrez
Minotauro, 2005

Ahora que la comunidad científica (que avanza muy despacio, pero asentando muy bien lo que afirma, como ella misma señala) ha ratificado que se está produciendo una alteración en el clima debido a la acción del ser humano, que el último Premio Nobel de la Paz ha recaído en el grupo de científicos de la ONU que estudian este fenómeno (y en el vicepresidente del gobierno de un país que se negó a firmar el insuficiente protocolo de Kyoto y que ahora obtiene una jugosa remuneración por difundir el mensaje ecologista), parece que la labor de concienciación que llevan años realizando tanto científicos a título individual como organizaciones sociales y ecologistas ha calado en la población.

En la ciencia-ficción, la denuncia de los problemas medioambientales ha sido un tema abordado de manera constante, aunque desde enfoques diversos y con distintas actitudes. Desde la denuncia abierta (pienso en algunos autores de la New Wave) a la creación de escenarios apocalípticos, especialmente post-nucleares, asumidos con resignación, las narraciones de cf han colocado como telón de fondo (a veces como puro centro) la destrucción de los ecosistemas de forma continua. La colonización de planetas por el forzado abandono de una arrasada Tierra es una postal conocida por el público del género.

Kim Stanley Robinson publicó esta novela en 2004, a pocos años de la "normalización" y asunción del problema del cambio climático (resultó, por tanto, una apuesta contracorriente y, afortunadamente, aún hoy especulativa), con la pretensión de provocar una respuesta que frenase las acciones contaminantes no sólo en los lectores sino, se deduce del texto, también en quienes tienen el poder de legislar.

El escritor no aborda este hecho, en principio, desde el catastrofismo (consciente, quizá, como se ha señalado en la actualidad, de que el alarmismo puede llevar a la resignación y, así, terminar provocando inacción, igual que el desconocimiento). Con una astuta y medida imprecisión temporal, la trama se desarrolla en algún momento superado el fin del siglo y cercano a nuestros días, pero sin llegar a determinarse cuán inminente es o ha sido. Consecuencias de las alteraciones climáticas de gravedad ya se están produciendo en la novela (deshielo, tornados, inundaciones), aunque se ubican en un trasfondo, con lo que, por otra parte, se ayuda a rebajar el dramatismo.

Sin embargo, una gran inundación de las zonas más famosas de Washington, descrita geográficamente con detalle, sirve para mostrar las consecuencias concretas, directas, claramente identificables para el lector estadounidense, del cambio climático, aunque emplea un discurso un tanto burdo (algo así como "y ahora que el desastre ha llegado y os afecta, políticos, ¿vais a actuar?") pero que cobra cada día una vigencia más y más preocupante porque parece ser la única vía posible para pedir sensatez.

En ese sentido, el autor plantea una serie de soluciones específicas; medidas que un país como Estados Unidos podría llevar a cabo manteniendo la coherencia de la actitud de sus dirigentes actuales (soberbia moral, control de la ONU, intervencionismo, ayudas a países menos industrializados que son deudas de inversión, etcétera).

Como contraprestación, esa relajación en el dibujo del desastre también sirve para poner en primer plano la labor de los científicos, personajes modélicos (y planos) cuyo perfil y aptitudes ayudarán a solucionar el problema o reducir sus daños. Pues, efectivamente, ése es el otro centro del libro, además de la denuncia del impacto ambiental.

Dos protagonistas (Frank y Anna) son investigadores científicos, y el otro (Charlie) es asesor político de un senador en auge. La visión del narrador, que se focaliza en ellos, es completamente cientificista. Contempla el mundo con los ojos de científicos, lo interpreta desde esa perspectiva. De hecho, Frank, algo antisocial, observa su ciudad y sus habitantes como una "sabana", insistiendo en el conjunto de animales homínidos que somos y en cómo se desenvolverían los primates de los que procedemos. Incluso el narrador utiliza esa perspectiva cientificista para presentarnos a los personajes: para hacerlo con Anna y Frank, por ejemplo, emplea una breve disertación sobre el dimorfismo sexual y lo aplica a ellos.

Además, cada uno de los diez capítulos que componen el volumen, salvo uno, se abre con una página o página y media con una explicación científica sobre aspectos de la novela (comportamiento de las mareas, acción de los rayos solares sobre el planeta, efectos de las emisiones de CO2, empobrecimiento de la biodiversidad...).

Frente a ellos, se erige el Poder, los intereses económicos. De esta manera, se plantea un postulado político de la ciencia, en pro de la praxis, de la investigación (el libro transcurre en gran parte dentro de una enorme organización científica) y radicalmente a favor de la independencia. Es más, la economía de mercado se presenta como un impedimento para la Ciencia. Así, la "ciencia privada", la promovida con fines comerciales, obliga a ocultar resultados, entorpece el conocimiento y, a la larga, pone trabas a la necesaria cooperación entre científicos para que unos avancen desde el trabajo de otros, en aras de proteger los réditos económicos de las empresas. No se mira el bien común, base de la ciencia, sino los beneficios, dice Robinson: 

"La ciencia no funcionaba como el capitalismo. Ése era el problema, uno de los problemas de la disfunción general del mundo. El capitalismo reinaba, pero el dinero era una medida demasiado simplista e inadecuada para el tipo de riqueza que generaba la ciencia".

Esa actitud es la que provoca también que no se tomen medidas efectivas contra los problemas ambientales. La economía prima sobre la salud del planeta y sus moradores (debo reseñar el ataque a los lobbies pro-contaminantes, contra los que lucha precisamente Charlie), aunque en la novela el autor muestra que es un beneficio a cortísimo plazo.

Robinson llega más allá en la crítica al sistema:

"Trabajas todos los días del año, salvo tres semanas de mierda. Ganas unos cien mil dólares. El jefe se queda con dos terceras partes, y te da un tercio, y tú le das un tercio de eso al gobierno. El gobierno usa su parte para construir carreteras y escuelas, pagar policías y pensiones, y tu jefe utiliza la suya para construirse una mansión en alguna isla de algún lugar. Así que te quejas de ese Gran Hermano pomposo e incompetente que tienes por gobierno, como es normal, y acabas votando invariablemente por el partido que favorece a los propietarios."

Y más concretamente al de EE.UU.:

"Aquello encajaba con la vigente tradición estadounidense de elegir un gobierno sin poder de maniobra en Washington, presumiblemente con la esperanza de que nunca ocurriera nada y la historia se congelara para siempre."

Además, realiza una denuncia en segundo plano brutal contra el empobrecimiento cultural y la idiotización de la población.

De este modo, el problema del cambio climático es, para Robinson, por tanto, fruto de una sociedad donde se antepone el lucro inmediato, tal y como manifiesta el ecologismo social; consecuencia de la ambición por el dinero y el poder por encima de todo.

Por otra parte, es curioso constatar que ambas líneas, la científica y la de política ambiental, planean en paralelo aunque sin llegar a tocarse salvo por un peculiar grupo de monjes budistas a los que no llego a encontrarles el verdadero sentido en la historia. Se trata de un conjunto de religiosos que se habían desplazado a una isla del Pacífico que se está hundiendo debido al deshielo. Pululan por la novela sin una dirección clara, entablan amistad con los personajes, se reproduce su pensamiento (incluso extensos fragmentos de conferencias) y se propone, finalmente, una fusión entre budismo y ciencia un tanto desubicada.

En el fondo, Kim Stanley Robinson regresa al concepto antropocentrista de la Naturaleza: si bien son los hombres y las mujeres los causantes del desastre ecológico, el ser humano igualmente es quien lo repara a través de la ciencia. Se extrae, por tanto, de la novela una fe en la Ciencia, en las posibilidades del ser humano de solventar todo mediante ella (uno de los peligros señalados ante el alarmismo actual: con la idea de "ya sabrán los científicos cómo solucionarlo" se deja en sus manos la acción y tampoco se ponen verdaderos medios a pie de calle para reducir los daños). Esa esperanza en la Ciencia está justificada en el texto por Robinson a través de los no poco frecuentes discursos y alabanzas en sus posibilidades. De hecho, es uno de los principios en los que se fundamenta la novela: frente a la Ciencia, buena, se anteponen los intereses económicos y políticos, negativos. En esencia, es la dicotomía Bien-Mal arquetípica, demasiado maniquea y previsible, ejemplificada en unos personajes positivos perfectos y raquíticos.

Aún así, el aspecto más negativo de la obra es un problema fundamental en su arquitectura. La narración posee bastantes pasajes con demasiada narración superflua, con excesivas anécdotas irrelevantes, que no aportan nada ni en sí mismas, ni para el concepto global ni para caracterizar a los personajes. No es una novela "hinchada", sino mal desarrollada: rompe toda planificación de clímax. Provoca distensión de manera continua.

De esta manera, trata de crear un entorno a los personajes, de darles vida más allá de su papel en la trama, a base de narrar hechos cotidianos, pero no funciona porque ni llegan a enriquecerlos ni provocan tensión o distensión, pues la hipotética tensión que debería relajar no ha llegado a producirse. Por tanto, el principal problema de Señales de lluvia es la creación y distribución de los nudos de tensión dramática.

A pesar de ello, a partir del segundo tercio del tomo, la narración gana en coherencia, sentido y algo de tensión, y, a pesar de que parece salvar in extremis en parte a la obra en ese aspecto, el resultado global es negativo.

Finalmente, debo indicar que la novela pertenece a la trilogía "Capital Code", que se ha completado con Fifty Degrees Below (2005), Sixty Days and Counting (2007), aún inéditas en castellano, donde parece incidir en los elementos catastrofistas del cambio climático y en la denuncia de la corrupción política. Esperemos que se haya conseguido en ellas un resultado artístico más destacado que en la presente; una mejor evolución de la trama y un elenco de personajes menos planos e idealizados.

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