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Alberto García-TeresaCf sociopolítica
Mundo Espejo
Alberto García-Teresa

Especulando con la democracia:
Ensayo sobre la lucidez

José Saramago
Título original: Ensaio sobre a lucidez
Trad. Pilar del Río

Alfaguara, 2004

Poco se puede añadir a las manifiestas virtudes ya destacadas de un premio Nobel, de un escritor de la talla y obra de José Saramago. Igualmente, creo que es innecesario reivindicar el aparato fantástico y de ciencia-ficción que aparece constantemente en su narrativa (El año de la muerte de Ricardo Reis, La balsa de piedra, El hombre duplicado...), a pesar de, en mi opinión, la poca atención que se le sigue prestando en los espacios de literatura fantástica. Por tanto, nos sumergimos directamente en uno de sus últimos libros; una de esas novelas suyas que pretenden no dejarnos indiferentes ni que nuestro entorno nos resulte indiferente. Mira qué casualidad, qué cosa tan extraña, que se mueve en las aguas de la cf.

Ensayo sobre la lucidez es una brillante ficción especulativa sobre el sentido último de la democracia parlamentaria, un terreno poco explorado en nuestra narrativa. El libro cuenta, ubicado en un marco coetáneo, lo que ocurre cuando una ciudad obtiene más del ochenta por ciento de votos en blanco en unas elecciones municipales. De forma totalmente pacífica, casi silenciosa, los votantes han expresado su malestar, su "desilusión", de esta manera.

Sin embargo, los políticos profesionales, lejos de replantearse el significado de esta proclama popular espontánea, no dirigida por nadie, se aferran al poder, reniegan del resultado e inician una brutal represión. Se instaura el estado de excepción, a continuación el estado de sitio y más tarde el crimen de estado. Desde el primer momento, no se plantean el porqué del resultado. Niegan sistemáticamente la espontaneidad de los votantes, el resultado de las urnas, y emprenden una frenética, paranoica y desenfrenada búsqueda de unos culpables. O de unos cabezas de turco, tanto da, sobre los que descargar su rabia y frustración, que llega a resultar patética de no ser por la tragedia que origina.

Saramago, así, plantea la incompatibilidad de poder y democracia. Concluye que sólo abandonando el Poder puede uno posicionarse con el pueblo (como ocurre con el alcalde), y sólo de esa manera se puede mirar con perspectiva cómo el Poder abusa de su posición y privilegios y emplea sistemáticamente todo tipo de mecanismos para perpetuarse como pulsión prioritaria. En ese sentido es interesante la reproducción que hace del control de los medios de información, la manipulación y la censura, el juego que hacen con la retórica y el empleo de la violencia como forma de control. Pero el escritor no entra en condiciones económicas que justifiquen esa necesidad de permanencia. Tan sólo aborda planteamientos sociales y psicológicos del Poder, de su propia naturaleza, por lo que su crítica es tremendamente radical.

El narrador y los personajes, además, se encargan de especificar continuamente que lo ocurrido en las urnas, el voto en blanco, es un acto completamente legal, que no transgrede en ningún momento lo establecido en la Ley Electoral. De igual modo, Saramago, quien vuelve a presentar su enfoque humanista al situarse del lado de los desfavorecidos y los perjudicados, los que ven arrebatada su voluntad incluso en un sistema que se jacta de acatarla, ha explicado más tarde que este hecho no infiere desentendimiento o pasotismo, algo que sí daría como resultado la abstención, pero no el voto en blanco. El escritor no explora las grietas del sistema, sino que expone las contradicciones del mismo cuando sólo responde a los intereses del Poder y estudia cómo es manejado e instrumentalizado por éste.

El libro es una novela coral, donde los personajes entran y salen sin determinación excesiva en la trama, sin llegar a ser voces relevantes e independientes. De hecho, no existen ni nombres propios ni singularidades. Así Saramago, además de universalizar los hechos y las conclusiones, aumenta la sensación de colectividad, y el conjunto de votantes, el pueblo, se erige como un personaje colectivo. La serenidad con la que presenta el narrador a esa colectividad es notable. Además, ese apoyo en la colectividad provoca que la culpabilidad recaiga sobre todas las personas: todos somos los causantes de la crisis (pues la perspectiva, que es la de los políticos, considera la situación como tal). Todo el mundo es, no ya sólo sospechoso, sino directamente culpable; no hay nadie inocente. En la obra esto es literalmente así, pero también provoca una reflexión, extrapolándolo, sobre las derivas del sistema judicial y punitivo occidental, donde la criminalización de etnias y colectivos sociales se practica con creciente frecuencia y normalización.

En un segundo tramo, entrando en el tercer tercio de la novela, el libro hace referencia a Ensayo sobre la ceguera, la novela postapocalíptica de Saramago que presentaba a la ciencia-ficción como un sistema narrativo más a ojos de un buen número de lectores y críticos ajenos al género. Se establecen vínculos con los personajes de aquélla al tratar de encontrar a los inductores de los sucesos, y la narración se presenta como una especie de leve continuación. Si bien es cierto que es necesario haber leído la anterior obra para la completa y total comprensión de ésta, Ensayo sobre la lucidez funciona como un volumen autónomo, más aún porque su fuerte no es esa trama (de hecho, aparece bien avanzada la novela, con todas las reflexiones políticas y sociológicas ya planteadas), sino la especulación y el análisis de la democracia parlamentaria. Además, las diferencias entre las conclusiones políticas de ambas son notables: mientras que Ensayo sobre la ceguera manifiesta la necesidad de los líderes (de la vanguardia, acorde con su pensamiento marxista), Ensayo sobre la lucidez desarrolla un análisis con cierto tono de autocrítica sobre el funcionamiento de la democracia parlamentaria, pero sin llegar a plantear una propuesta.

Por otro lado, el libro, cómo no, al igual que el resto de sus novelas, está escrito con su singularísimo estilo, donde los diálogos, pensamientos y digresiones se incrustan sin diferenciación tipográfica en un ininterrumpido flujo de narración. Cuestiones formales aparte, este método otorga a la narración una gran densidad, pues el lector no consigue descansar la vista y debe permanecer sumergido en el texto, en los extensos párrafos del volumen. El autor fuerza, así, la creación de un clima reflexivo, de una atmósfera meditativa y atenta, aunque la narración avance con sorprendente fluidez. Su sobriedad retórica contrasta, por tanto, con la aparente sencillez narrativa, la hondura del relato y la cuidadísima estructura del texto.

También contribuye a esa fluidez la ironía y el sarcasmo que despliega el autor en la obra. Esa ironía parte del retrato ingenuo de los hechos, que pone de manifiesto cierto patetismo y ridiculiza ciertos sucesos, como, por ejemplo, el escrupuloso celo con el que se ejecutan los preparativos en un colegio electoral antes de su apertura para garantizar "la libre y soberana voluntad política de los ciudadanos". Hablamos de la página decimocuarta, antes de que sucediera nada.

De este modo, Saramago vuelve a componer una novela estéticamente deliciosa y atrevida a la vez que ideológica y filosóficamente indagadora. Y van...

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