Poco se puede añadir a las manifiestas
virtudes ya destacadas de un premio Nobel, de un escritor de la talla y obra de
José Saramago. Igualmente, creo que es innecesario reivindicar el aparato fantástico
y de ciencia-ficción que aparece constantemente en su narrativa (El año de
la muerte de Ricardo Reis, La balsa de piedra, El hombre duplicado...), a pesar de, en mi opinión, la poca atención que se le sigue
prestando en los espacios de literatura fantástica. Por tanto, nos sumergimos
directamente en uno de sus últimos libros; una de esas novelas suyas que
pretenden no dejarnos indiferentes ni que nuestro entorno nos resulte
indiferente. Mira qué casualidad, qué cosa tan extraña, que se mueve en las
aguas de la cf.
Ensayo
sobre la lucidez es
una brillante ficción especulativa sobre el sentido último de la democracia
parlamentaria, un terreno poco explorado en nuestra narrativa. El libro cuenta,
ubicado en un marco coetáneo, lo que ocurre cuando una ciudad obtiene más del
ochenta por ciento de votos en blanco en unas elecciones municipales. De forma totalmente pacífica,
casi silenciosa, los votantes han expresado su malestar, su "desilusión", de
esta manera.
Sin
embargo, los políticos profesionales, lejos de replantearse el significado de
esta proclama popular espontánea, no dirigida por nadie, se aferran al poder,
reniegan del resultado e inician una brutal represión. Se instaura el estado de
excepción, a continuación el estado de sitio y más tarde el crimen de estado.
Desde el primer momento, no se plantean el porqué del resultado. Niegan sistemáticamente
la espontaneidad de los votantes, el resultado de las urnas, y emprenden una
frenética, paranoica y desenfrenada búsqueda de unos culpables. O de unos
cabezas de turco, tanto da, sobre los que descargar su rabia y frustración, que
llega a resultar patética de no ser por la tragedia que origina.
Saramago,
así, plantea la incompatibilidad de poder y democracia. Concluye que sólo
abandonando el Poder puede uno posicionarse con el pueblo (como ocurre con el
alcalde), y sólo de esa manera se puede mirar con perspectiva cómo el Poder
abusa de su posición y privilegios y emplea sistemáticamente todo tipo de
mecanismos para perpetuarse como pulsión prioritaria. En ese sentido es
interesante la reproducción que hace del control de los medios de información,
la manipulación y la censura, el juego que hacen con la retórica y el empleo
de la violencia como forma de control. Pero el escritor no entra en condiciones
económicas que justifiquen esa necesidad de permanencia. Tan sólo aborda
planteamientos sociales y psicológicos del Poder, de su propia naturaleza, por
lo que su crítica es tremendamente radical.
El narrador y los personajes, además, se
encargan de especificar continuamente que lo ocurrido en las urnas, el voto en
blanco, es un acto completamente legal, que no transgrede en ningún momento lo
establecido en la Ley Electoral. De igual modo, Saramago, quien vuelve a
presentar su enfoque humanista al situarse del lado de los desfavorecidos y los
perjudicados, los que ven arrebatada su voluntad incluso en un sistema que se
jacta de acatarla, ha explicado más tarde que este hecho no infiere
desentendimiento o pasotismo, algo que sí daría como resultado la abstención,
pero no el voto en blanco. El escritor no explora las grietas del sistema, sino
que expone las contradicciones del mismo cuando sólo responde a los intereses
del Poder y estudia cómo es manejado e instrumentalizado por éste.
El
libro es una novela coral, donde los personajes entran y salen sin determinación
excesiva en la trama, sin llegar a ser voces relevantes e independientes. De
hecho, no existen ni nombres propios ni singularidades. Así Saramago, además
de universalizar los hechos y las conclusiones, aumenta la sensación de
colectividad, y el conjunto de votantes, el pueblo, se erige como un personaje
colectivo. La serenidad con la que presenta el narrador a esa colectividad es
notable. Además, ese apoyo en la colectividad provoca que la culpabilidad
recaiga sobre todas las personas: todos somos los causantes de la crisis (pues
la perspectiva, que es la de los políticos, considera la situación como tal).
Todo el mundo es, no ya sólo sospechoso, sino directamente culpable; no hay
nadie inocente. En la obra esto es literalmente así, pero también provoca una
reflexión, extrapolándolo, sobre las derivas del sistema judicial y punitivo
occidental, donde la criminalización de etnias y colectivos sociales se
practica con creciente frecuencia y normalización.
En
un segundo tramo, entrando en el tercer tercio de la novela, el libro hace
referencia a Ensayo sobre la ceguera, la novela postapocalíptica de
Saramago que presentaba a la ciencia-ficción como un sistema narrativo más a
ojos de un buen número de lectores y críticos ajenos al género. Se establecen
vínculos con los personajes de aquélla al tratar de encontrar a los inductores
de los sucesos, y la narración se presenta como una especie de leve continuación.
Si bien es cierto que es necesario haber leído la anterior obra para la
completa y total comprensión de ésta, Ensayo sobre la lucidez funciona
como un volumen autónomo, más aún porque su fuerte no es esa trama (de hecho,
aparece bien avanzada la novela, con todas las reflexiones políticas y sociológicas
ya planteadas), sino la especulación y el análisis de la democracia
parlamentaria. Además, las diferencias entre las conclusiones políticas de
ambas son notables: mientras que Ensayo sobre la ceguera manifiesta la
necesidad de los líderes (de la vanguardia, acorde con su pensamiento
marxista), Ensayo sobre la lucidez desarrolla un análisis con cierto
tono de autocrítica sobre el funcionamiento de la democracia parlamentaria,
pero sin llegar a plantear una propuesta.
Por
otro lado, el libro, cómo no, al igual que el resto de sus novelas, está
escrito con su singularísimo estilo, donde los diálogos, pensamientos y
digresiones se incrustan sin diferenciación tipográfica en un ininterrumpido
flujo de narración. Cuestiones formales aparte, este método otorga a la
narración una gran densidad, pues el lector no consigue descansar la vista y
debe permanecer sumergido en el texto, en los extensos párrafos del volumen. El
autor fuerza, así, la creación de un clima reflexivo, de una atmósfera
meditativa y atenta, aunque la narración avance con sorprendente fluidez. Su
sobriedad retórica contrasta, por tanto, con la aparente sencillez narrativa,
la hondura del relato y la cuidadísima estructura del texto.
También
contribuye a esa fluidez la ironía y el sarcasmo que despliega el autor en la
obra. Esa ironía parte del retrato ingenuo de los hechos, que pone de
manifiesto cierto patetismo y ridiculiza ciertos sucesos, como, por ejemplo, el
escrupuloso celo con el que se ejecutan los preparativos en un colegio electoral
antes de su apertura para garantizar "la libre y soberana voluntad política de
los ciudadanos". Hablamos de la página decimocuarta, antes de que sucediera
nada.
De este modo, Saramago vuelve a componer una novela estéticamente
deliciosa y atrevida a la vez que ideológica y filosóficamente indagadora. Y
van...
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