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Ángel Torres QuesadaCuando a la cf no sabían cómo llamarla
La Memoria Estelar
Ángel Torres Quesada



Mars Attacks! 

No acostumbro a hablar de pelis en esta columna pero por una vez, y porque considero que el guión lo exige y a mí me apetece, voy a hacer una excepción.

He de avisar que el argumento va a ser destripado a conciencia. Así pues, quien aún no la haya visto y espere verla algún día, que pase de largo si le incomoda conocer algunas de sus triquiñuelas. Quien avisa no es traidor.

Para aclarar el motivo del título que campea, retrocedo al pasado más lejano posible para comentar que en mi niñez la oferta de pelis de ciencia-ficción era escasísima, por no decir prácticamente nula. Recuerdo haber visto una de Flash Gordon allá por los cuarenta, que me llevó a ver mi hermana, porque yo era muy pequeño y entonces los niños no podían ir solos al cine. Igualito que ahora. Ni del título me acuerdo, pero sí que Flash no iba a Mongo en la versión española, sino a Marte. Yo ya conocía al héroe rubio por los tebeos, y en éstos, por aquellos años, Ming era el planeta, Mongo el malo amarillo y el doctor Zarkov aparecía como Zarro. A Dale Arden no la rebautizaron, la dejaron tal cual, aunque sí censuraron sus minifaldas. Lo de los nombres no creo que fuera cosa de la censura, sino despistes de los traductores.

Como más tarde me enteraría de que todas las invasiones que se precien debían venir de Marte, acepté esa premisa cuando hice mis primeros pinitos en esto de pergeñar aventuras espaciales, cuando apenas había cumplido quince años y por fin tuve acceso a una de las prehistóricas máquinas de escribir de las que había en la clase de Gramática. Pero ésta es otra historia.

Como a este país no llegaron todas las pelis americanas de clase B de los cincuenta y sesenta, que eran muchas y variadas, tuve que esperar para enterarme de que la maldad provenía de Marte cuando estrenaron La guerra de los mundos, que dirigió Byron Haskin, trasladando la invasión de Inglaterra a Estados Unidos. Aquella película me fascinó, claro, y además reafirmó mi convicción de que en el planeta rojo estaban los malos, pero malos de verdad, y además eran feos con ganas.

Esto viene a cuento porque el otro día, después de haberme quedado dormido viendo el telediario, como me ocurre todas las tardes, al despertar, una vez pasado el trance de escuchar entre sueños a políticos y entrenadores de fútbol, hice zapping, mi distracción favorita, y recorrí todos los canales a mi alcance. No encontré nada que me quitara el resto de morriña hasta que me encontré con una peli que había visto como tres veces, la última hacía unos dos años, tal vez más.

En Canal Hollywood acababa de empezar Mars Attacks!, la peli de Tim Burton rodada en 1996, basada en una historieta publicada en cromos que regalaba la marca de chicle Bubbles Inc, allá por el sesenta y dos, que tuvieron mucho éxito entre los chavales. Los autores del guión fueron Len Brown y Woody Gelman. Con esta idea Burton, no sé si para contrarrestar la peli Independence Day, que se estrenó meses antes, o  porque le dio la gana invertir en la aventura setenta millones de dólares, se lanzó a parodiar y homenajear los filmes B de su juventud y de paso poner en solfa a la política y al American way of life, ese modo de tomarse la vida de los yanquis, que unos aman y otros odian.

Viendo los minutos iniciales de la peli, y sin ganas de buscar en otro canal un título que no hubiera visto, tarea imposible a veces, me resigné a soportarla un ratito más. Pero miren, de pronto me sentí interesado por ella. Pues sí.

Aunque uno haya visto una película varias veces, siempre hay escenas que desaparecen de la memoria, que no las recuerda ni siquiera cuando las está revisando. Si el día que fui a ver Mars Attacks! salí de la sala diciéndome que me había parecido ni fu ni fa, esa tarde, sentado frente al televisor, experimenté una sensación distinta escuchando los diálogos, observando las expresiones de Jack Nicholson en su papel de presidente made in USA, al general con ganas de bronca y Glenn Close como la primera dama en su papel de despistada de siempre, y al asesor de la Casa Blanca interpretado por Pierce Brosnan, dando la tabarra pseudo-científica y su particular versión de la invasión en ciernes.

Como estoy seguro de que todo el mundo habrá visto esta peli, no me reprimo a la hora de contar así por encima su argumento, que a primera vista es de lo más tópico. Porque el guionista, Jonathan Germ, parece que se sumergió en el túnel del tiempo, viajó al futuro no muy lejano, sólo a una década, se dio un garbeo por Europa, por un país del sur, tomó nota de lo que allí pasaba y regresó a su tiempo, olvidando que había hecho una incursión temporal, y se puso a escribir un guión con más mala leche de lo que parece a primera vista. Al menos a mí me dio esa impresión, oigan.

Pues como ustedes ya saben, en la peli de Tim Burton los marcianos deciden invadir la Tierra, que es lo suyo. Bueno, al principio sólo parece que bajan a visitarnos, su propósito no está definido. Eso es lo que creen Brosnan y el asesor de prensa del primer mandatario americano, aunque los espectadores no necesitan hacer ningún esfuerzo para llegar a la conclusión de que esos bichos con un cerebro la mar de gordo y cara cadavérica, escuchimizados y patizambos, verdes como el perejil y con ojos saltones sólo quieren joderles la marrana a los terrícolas, como está mandado.

El general de las gafas oscuras, el de la mala uva, el que sólo piensa en misiles y en batallitas, le dice al presi que no se fíe de los marcianos, que seguro que han venido para acabar con la humanidad; el Brosnan, con aire de suficiencia y con su pipa bien sujeta entre los dientes, opina que una civilización desarrollada no puede ser violenta y por lo tanto hay que esperar a ver qué intenciones traen los marcianos a bordo de esos platillos volantes que se han apostado alrededor de la Tierra, tesis que apoya el periodista-asesor. La primera dama, que anda un tanto asustada, se apoya en su esposo el presidente para sobrellevar el susto con dignidad.

A todo esto, como la noticia ya se ha difundido por todo el mundo, la gente, cuando se entera que el primer disco volante va a aterrizar como es de rigor en el desierto de Nevada o por ahí, acude allí a ver qué pasa mientras se come una hamburguesa. Hay más personajes, todos muy bien definidos para que representen los tópicos de la sociedad americana, interpretados por actores como Michael J. Fox, Natalie Portman y Danny de Vito, como el chico que es soldado y está rabiando por pegar tiros y lo envían con la tropa al punto de encuentro con los marcianos, pero no en plan héroe, sino a currar acarreando sacos de arena y vallas para contener a los curiosos y para levantar ridículas defensas que protejan a los marines, a los que el director de la peli ha tenido el acierto de vestir como vestían los chicos del Tío Sam antes de que les cambiaran el casco, que es como deben vestir en una peli cuando se enfrentan a los invasores venidos de un mundo rojo pero no extremista, porque es de los planetas menores y está muy cerquita del nuestro. El chaval es un gilipollas, pero con dos cojones, como ya verán.

Pues aterriza el platillo y ante la expectación del público y la tropa, que no la manda el general que rabia por emprenderla a tiros con los marcianos porque se le ha metido entre ceja y ceja que no vienen en son de paz, sino un general negro que es tan pacifista como su presidente, el Brosnan y el asesor. Del disco, como es de esperar, no sale Michael Rennie en plan de advertidor del oscuro futuro que nos espera como sigamos jugando con bombas nucleares, sino el jefe de los repelentes marcianos, escoltado por media docena de paisanos armados con armas de rayos que parecen compradas en una tienda de veinte duros. Otro detalle más de Burton, no crean que es un despiste ni que el presupuesto para la película se acabó antes de tiempo.

Como era necesario para el guión, un científico se saca de la manga un chisme traductor, porque si no se cuenta con él el guión se viene abajo si los humanos no se pueden entender con los marcianos. El general buenazo da la bienvenida a los recién llegados, y cuando el líder de estos larga unas palabrotas que el aparato traduce como que vienen en plan amistoso, el público y los soldados que se encuentran en el lugar de la cita, y toda la gente que espera en la Casa Blanca, el presidente, su mujer, el Brosnan y demás ayudantes presidenciales aplauden a rabiar la mar de aliviados. Todos aplauden menos el general cascarrabias, que no se lo cree. Entonces llega la escena de la paloma, que alguien echa a volar, y cuando el pajarraco aletea sobre la cabeza del jefe marciano y éste saca su arma, por supuesto de rayos, y la pulveriza, se forma la marimorena, los escoltas del líder alienígena la emprenden a tiros contra todo el mundo, y el chaval que quiere ser un héroe se lanza al ataque primero armado con una metralleta que encontró en el suelo, que había pertenecido a un compañero convertido en un esqueleto por el efecto mortal del arma de un pérfido marciano, pero el muy gili no la maneja como debe y no pega un tiro, y en lugar de salir pitando y esconder el culo, agarra la bandera barrada y estrellada y se lanza en plan kamikaze contra el enemigo. Ni tres pasos da el pobre, y acaba pulverizado.

Pues llegado a este punto de la peli vemos cómo el presidente se ha quedado con la boca abierta porque ha visto por la tele el desenlace del encuentro entre las dos civilizaciones y no se puede creer lo que está pasando. El Brosnan carraspea y dice que ha debido de haber un malentendido, opinión que apoya el asesor de prensa ante la desesperación del general de armas tomar, que exige al Nicholson que se deje de zarandajas y le autorice a repeler la agresión, que ya le advirtió que no se debían fiar de una gente tan rara, que ya lo avisó Wells. Pero nada de nada, se impone la vía pacífica, el presidente no da su brazo a torcer, venga a insistir en que hay que dar otra oportunidad a los escuchimizados marcianos y se le ocurre otra cosa que enviarles un mensaje comunicándole que por él todo sigue igual, que no han muerto suficientes americanos para romper nada y viva la paz, y para refrendar su oferta de continuar por el sendero del buen entendimiento los invita a visitar Congreso de los Estados Unidos, que es como invitarlos a la ONU y al Parlamento Europeo juntos, que para eso los yanquis son muy suyos.

El dentudo y birrioso líder del rojo planeta se presenta en el Congreso, acto al que asiste el Brosnan, y cuando va a tomar la palabra, en vez de largar el discurso pacifista que espera escuchar el presidente americano y cantar el mea culpa, empuña su pistola de rayos y, en compañía de sus guardaespaldas, se carga a todos los políticos allí presentes, pone hecho un asco el edificio y se larga como si no hubiera pasado nada. Ante esto, el abatido presidente, con su mirada ya ausente de buen talante, accede a que el general lance el armamento nuclear contra la armada invasora. Como era de prever, los misiles no sirven, los marcianos se cachondean de ellos y empieza la invasión en regla. Para demostrar que la estupidez no es privativa de un solo gobernante, el presi de Francia llama al Nicholson para comunicarle, muy contento, que ha pactado con los marcianos y todo está arreglado, que ha habido una cierta confusión y pelillos a la mar. Su colega americano no tiene tiempo de advertir al gabacho que no se deje engañar, y la prueba de que esta vez tiene razón podemos verla por la ventana del despacho del franchute cuando cae la torre Eiffel y París arde por los cuatro costados. Ya es tarde para la defensa de la Tierra y todo se derrumba. El general de armas tomar, por una vez, tenía razón.

Pasan más cosas en la peli, algunas divertidas y ocurrentes, como el cambio de imagen del monte Rushmore y la caída de las torres de un casino de las Vegas, que Burton aprovechó de un derribo real. Me recordó el desmoronamiento de las Torres Gemelas. Qué tío, qué inspirado estaba en el arte de vaticinar cuando rodó Mars Attacks! O casualidad, vete a saber.

Queda poco, queda la escena en la que el presidente americano, que enviudó porque su mujer quedó aplastada al caer sobre ella la lámpara del techo que mandó poner otro inquilino de la Casa Blanca cuando los marcianos atacaron la sede presidencial, se ha refugiado en un búnker o algo parecido, rodeado de técnicos, militares y, por supuesto, del general con ganas de bronca pero patriótico y lúcido él. A veces ocurre, sí. Pero el refugio, a pesar de su lujo, no vale un pito como tal y pronto demuestra su debilidad, cuando la puerta de acero de dos palmos de grueso cae ante los disparos de rayos de los marcianos. Por el agujero que hacen en ella entra el líder, que es muy jartible, seguido de una pareja de sus sicarios, que la emprenden a tiros contra todo lo que se mueve. A estos tíos de verde sólo se les enfrenta el general desconfiado, disparando su pistola, pero sus balas no hacen mella en ningún miembro del trío de mamarrachos marcianos. El jefe de los invasores es quien lanza al general un dardo, lo reduce al tamaño de una cucaracha y lo aplasta con su bota, no recuerdo si utilizando la derecha o la izquierda. Como en la enorme sala del búnker sólo queda vivo el presi, que se había parapetado tras una silla, cuando sobreviene el silencio ese que siempre irrumpe en el momento crucial de toda escena que se precie, el Nicholson, inspirado el tío, sale a pecho descubierto y se dirige a su colega marciano largando un discursito que no está nada mal, un bello alegato al entendimiento, a la alianza entre las razas, proponiéndole que todavía están a tiempo de entenderse y alcanzar la paz. Y para demostrárselo le tiende la mano, al ver que al bicho verde se le escapan unos lagrimones de sus redondos ojos. El Nicholson respira aliviado, piensa que sus sinceras palabras han llegado al corazón de su oponente y todo se va a arreglar. El plano en el que aparecen los dos líderes no está mal, y mejora cuando el caudillo invasor estrecha la mano de Nicholson, el cual sonríe complacido, contento de salirse con la suya, es decir por fortalecer los lazos de amistad entre la Tierra y Marte. Pero ocurre que la mano del marciano no es tal, sino un bicho mecánico que salta sobre el presidente y recorre su cuerpo, y no para hacerle cosquillas, sino para buscar un agujero natural de su anatomía lo bastante grande como para permitirle colarse en sus entrañas una vez que ha terminado de transformarse en serpiente metálica con forma de hacha. Cuando el bicho encuentra lo busca, se retuerce entre las tripas del presi y sale por su pecho a lo bestia y lo deja frito.

El resto de la peli ya lo conocen, ya saben que, parodiando una vez más La guerra de los mundos, de la que Burton pide prestados algunos de sus sonidos para incluirlos en determinados momentos, aquí los marcianos no la palman a causa de los microbios terrícolas, sino al oír la música de Indian love call, de Slim Withman, una apagada y deliciosa melodía que hace estallar sus cráneos. Y llega el fin, y el veterano pugilista negro regresa con su familia, y en la escalinata del monumento a Lincoln la hija del fallecido presidente condecora al chico que con su música ha salvado a los Estados Unidos. Como siempre pasa en las producciones americanas, no nos enteramos de lo que ha ocurrido en el resto del mundo. Ah, la chica le pregunta al chico si tiene novia, mientras unos mariachis tocan el himno americano. Tan genial como esperpéntico.

Mars Attacks! no es una obra maestra, qué va a serlo. Pero me divirtió el otro día mucho más que cuando la vi por primera vez, hace una década. Véanla si les apetece, que Canal Hollywood la pone a menudo, y tal vez, fijándose en sus diálogos, comprendan por qué me arrancó una sonrisa que tenía poco de regodeo. Más bien de tristeza resignada.

Por supuesto, Tim Burton sólo pretendía al dirigirla divertirse un poco y de paso ganar alguna pasta. Seguro que no se le pasó por la cabeza lanzar un aviso a los navegantes, seguro que no. Pero miren, más de uno debió haberla visto en su momento, y si se hubiera aplicado la posible moraleja que contiene tal vez habría aprendido algo de la vida. Pero esto, lamentablemente, es pedir demasiado.


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