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Ángel Torres QuesadaCuando a la cf no sabían cómo llamarla
La Memoria Estelar
Ángel Torres Quesada



Rememorando la memoria 

La idea de reanudar mi columna La Memoria Estelar, suspendida sine die hace unos meses, tal vez un año o más, con la sana excusa por mi parte de tomarme un descanso, no sé si merecido o no, me complació cuando me fue propuesta por la actual responsable, es un decir, de la página de Bibliópolis: Crítica en la Red. Es la verdad.

Durante el largo año sabático transcurrido han ocurrido muchas cosas en este mundo, demasiadas a mi entender para explicarlas en pocas líneas. Sería una empresa imposible de llevar a buen término por mi parte intentar enumerarlas todas. Además, ¿para qué? Es agua pasada, que dicen no mueve molino, si es que queda alguno en activo por la geografía de este mi país que todavía me empeño en llamarlo España. Yo y algunos más.

Algo ha cambiado desde entonces, desde que escribí esa cosa tonta que titule A conspirar, que está de moda, en la que comentaba conspiraciones pasadas, perdidas en el tiempo, no las que corren ahora por los mentideros blogueros y por la prensa escrita y virtual, que de éstas hay para dar y regalar. No. Me referí entonces a temas del siglo pasado, así por encima, sin hacer hincapié en hechos determinados, sólo de refilón, a vuelapluma.

Desde aquel artículo mío el mundo ha cambiado un poco más, tal vez más de la cuenta, para bien y para mal. Juzguen ustedes, que yo no tengo demasiada alma de Garzón. Por ejemplo, ha surgido la moda del blog, que dicen que ha matado, o casi, las listas de correo, sumiéndolas en el olvido. Ley de vida. Todo es efímero. Algún día lo serán los blogs.

Hace tiempo, unos amigos me tentaron diciéndome que debía crear mi blog, que era el porvenir de la opinión personal, que aglutinaba las críticas de lo que a uno le diera por escribir. O sea, era el futuro del librepensamiento. Era bonito en un principio. Como todo.

Al principio me atrajo la idea, pero acababa de aparcar mi quebrantada Memoria Estelar y, la verdad, no me apetecía embarcarme en tal aventura, en otro rollo. Eché alguna que otra mirada a algunos blogs, entonces incipientes, y el proyecto volvió a tentarme, lo confieso. Pero lo aparqué. Y no digo que me alegro de haberlo hecho ni digo que me arrepiento de no haberme metido en semejante berenjenal, si es que lo es. Nada de eso. Sigo en ese limbo que es la duda justificada.

Vamos a ver. Para ilustrarme, he repasado estos días algunos de los blogs más visitados, y también los que no muestran un solo comentario al pie. Me refiero a las columnas personales relacionadas con este género nuestro al que aún nos atrevemos a llamarlo ciencia-ficción, del que también dicen que está de capa caída por culpa de tantos dragones escupiendo fuego, y cuyas siglas, con sólo pronunciarlas en público, atraen miradas desaprobadoras. Qué le vamos a hacer. Ah, también osé visitar blogs de periodistas poco imparciales, de ésos que corren por ahí. Ya me entienden. De las dos tendencias, incluso de las terceras tendencias, que seguro las hay. Es que si no los veo, ¿cómo voy a opinar de ellos? Porque ocurren milagros hoy en día, dignos de estar firmados por Fátima o Lourdes. ¿Cuántas veces han oído a alguien, político o no, que fulano de tal debería recibir un correctivo por las tonterías que larga desde su emisora, blog o periódico u otros elementos de información que por supuesto no escucha ni ve ni lee porque le revolvería las tripas llevar a cabo semejante ejercicio? ¿Para qué perder el tiempo preguntándose uno cómo demonios sabe que el andoba es un mamarracho, él y sus paridas habladas o escritas? Misterio.

Volvamos a los blogs. En algunos he encontrado cosas curiosas, y también inteligentes, porque sus responsables son personas curtidas en la tarea de reflejar con palabras sus pensamientos más o menos sinceros, que de todo hay en esta viña que pertenece al Señor en exclusiva.

Sentí cierto repelús después de leer la opinión del bloguero -¿se dice así?- de turno, y más cuando repasé algunos comentarios que generó su trabajo. Llegué a la conclusión de que en este país el tema de la política sigue siendo un arma de doble o de triple filo. Como ejemplo sólo pondré uno, y creo que mi edad, por haber nacido, crecido y haberme hecho casi un hombre durante el largo periodo de la dictadura, me da cierto derecho a opinar porque hablo de primera mano, tal vez desde la visión subjetiva que uno tiene pero auténtica y sincera.

Y vamos al ejemplo, que pretendo sea cortito para no cansar.

Va un bloguero y dice que ese día es de fiesta, más o menos, porque acaba de espicharla el dictador Pinochet. Pues muy bien, un joputa menos, pienso, y añado a mi pensamiento que lástima que haya muerto en la cama, que no haya pagado en vida sus crímenes y desafueros. Hasta aquí todo correcto, a mi criterio. Pero interviene un adicto al mundo bloguero y dice algo que no sienta bien a algunos y se arma la marimorena. Ya está liada, me pasa por la cabeza. Nada ha cambiado durante este año y pico en el que he estado sin dar mi opinión del pasado, del presente y a veces del futuro que nos aguarda, que dicen, y estoy de acuerdo, en que no puede ser más desalentador. Estuve a punto de enviar mi opinión, pero no lo hice porque tuve un destello de prudencia, que ahora tal vez no tengo, y me abstuve de hablar de política, esa ciencia que dicen que lo es y a mí me parece que no, que no es tiene nada científico sino más de entelequia porque pertenece al oscuro mundo del maquiavelismo y la desfachatez. Por no añadir más sinónimos de latrocinio.

Mi opinión no dada se habría limitado a opinar que no había muerto un dictador, sino un ex-dictador, porque ya no lo era a la hora de irse al otro mundo, si es que lo hay. No escribí esto porque pensé que tal vez más de uno me habría tildado de facha o de algo peor por intentar defender al muerto, sin pararse a meditar sobre lo escrito por mí. Por eso no envié mi comentario y a la vez me dije que me cuidaría muy mucho de dar mis opiniones en el futuro. Y es que uno ya sólo aspira a vivir tranquilo.

Pero como el ser humano es imperfecto, y yo el primero, al reanudar mi columna rompo mi promesa y comento esto, que no lo considero una crítica política, ni lo hago con ánimo de polemizar, sino para resaltar que esta sociedad aún no ha aprendido a ser tolerante y nos empecinamos en crear problemas donde no debería haberlos. Yo el primero, claro está, porque debí haber empezado hablando de ciencia-ficción, con perdón.

Antes de salirme del tema, me pregunto si dentro de unas semanas o años, según lo que llegue a vivir el dictador vigente, que aún lo es, don Fidel Castro, los mismos que brindaron con champaña o cava, que la diferencia sólo está en el precio y en las manías de cada cual, celebrarán la marcha al infierno o al cielo del tío de la barba, que a mí me da igual su destino, y elevarán su copa para desearle al camarada caribeño lo mismo, que el tío también se las trae. Confío en que por ahí aún anda la vara de medir a todos por igual. O sea, que cuando un político mangue, que bien que mangan todos, lo pongamos como los trapos, cualquiera que sea su afiliación. Espero que me hayan comprendido.

Y también espero no haber cometido el pecado de provocar a nadie.

Y para que vean que tengo el firme propósito de hablarles en otros próximos recuerdos del pasado, del presente y del futuro, de naves espaciales y aventuras por las estrellas, para no pasar por inmodesto, que a veces es un lastre hoy en día, quizás ya sepan -y si no lo saben me permito recordárselo, porque entre otros sitios, la noticia apareció en la cabecera de esta web- que en enero aparecerá en las librerías la reedición de una novela por la que siento cierta debilidad, Los vientos del olvido, anunciada como novedad para el año entrante, que deseo como ustedes sea un poquito mejor que éste para todos. Sin excepción.

Y hasta aquí hemos llegado -yo escribiendo y ustedes, espero, leyendo hasta el final esta parida que he pergeñado en plan rodaje- y ya sólo me queda añadir que rebuscaré en el disco duro de mi memoria aquellas cosas que puedan divertirles o distraerles al menos una vez al mes con comentarios más coherentes y más políticamente correctos que el presente. Aunque nunca se puede asegurar, que bien saben también que solemos tropezar demasiado a menudo con la dichosa piedra ésa.

Me alegro de haber vuelto, de veras.

Y que ustedes me hayan echado un poquito de menos.


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