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Ángel Torres QuesadaCuando a la cf no sabían cómo llamarla
La Memoria Estelar
Ángel Torres Quesada




Pongamos un poco de orden

Un día Luis García Prado me preguntó si quería colaborar en la página de Bibliópolis. Sin pensármelo le dije que sí, que para mí sería un honor. El problema estaba en que no me gusta hacer críticas de libros, y hablar de cómics no me parecía bien cuando mi paisano Rafa Marín ya se encargaba de ello, y a él le apasionan los superhéroes y en cambio a mí hace tiempo que los considero más falsos que la sonrisa de un político con un niño en brazos. Comentar pelis tampoco me seducía, porque nunca me acuerdo de los nombres de los protagonistas, ni del director ni del guionista, y decir que el Keanu Reeves ése, en su papel de El Elegido, porque a lo peor tampoco me acordaba que se llamaba Neo, hace esto o lo otro queda muy poco profesional.

Pues habla de los tiempos del cuplé, hombre, dijo Luis, queriendo decir que hiciera historia de los lejanos tiempos en que eso de la ficción empezó a hacerme tilín. Y como Rafa estaba presente, pues apoyó al jefe, como estaba mandado. Debo reconocer que la idea empezó a gustarme, y más cuando a mi paisano se le ocurrió el título: La Memoria Estelar, en referencia al Orden Estelar. Por aquellos días yo ya había perdido la esperanza de que Ediciones B continuara publicando las novelitas que conformaban la segunda saga de la ciencia-ficción española, casi codeándose con la que todo el mundo conoce como la Saga, con mayúscula, que no es otra que la de don Pascual Enguídanos.

Dicho y hecho, empecé al escribir los primeros artículos de La Memoria Estelar. En ello sigo casi dos años después. Juro que nunca creí que durara tanto, pero mira... Me costó un poco empezar, de veras, como con casi todas las cosas; pero ocurrió como con las novelitas de a duro, que al principio me dolía parir una, más que a una mujer un bebé; pero como dice el dicho, quien hace un cesto hace ciento, y cuando se le coge el tranquillo al asunto todo es como correr cuesta abajo. Claro que hay que saber echar el freno a tiempo.

Con La Memoria Estelar he descubierto que no hay nadie más mentiroso que aquél que escribe sobre sí mismo. A explicarse. No es que uno mienta a propósito, sino que no puede acordarse de todo, que la memoria no es estelar, sino corrientita, falla a veces y las lagunas que surgen hay que rellenarlas como uno mejor sepa, es decir con una miaja de imaginación. Vamos, que hay que mentir pero con elegancia, que no se note. O se note lo menos posible.

Regresemos al 95 del pasado siglo. Estábamos preparando Rafa Marín, Ángel Olivera y yo la segunda HispaCon en Cádiz. Cansado de esperar la respuesta de cierto editor, al que le había enviado Los vientos del olvido, decidí editarla a mi costa y presentarla en Gadir 95. Al mismo tiempo lancé la idea de reeditar la saga del Orden Estelar, y repartí unos cuestionarios entre los asistentes. Aunque parezca mentira, hubo más de veinte personas que se molestaron en rellenarlos para exponer sus puntos de vista. El proyecto estaba en el aire. Un par de años antes lo había presentado a Ediciones B, pero como respuesta, recibí las esperadas evasivas y silencios. Al poco, unos meses después, Miquel Barceló me llamó para decirme que B estaba dispuesta a reeditar las novelitas en la colección VIB, a razón de cuatro títulos por volumen, y se empezaría con dos libros, ocho títulos en total, y a esperar a ver cómo respondía el mercado. Yo sugerí que se empezara por el Imperio, tal como por esa la fecha Cidoncha había estructurado la serie. Pero los jefes opinaron que en los dos primeros volúmenes se recogieran las aventuras del Orden con Alice Cooper y Adan Villagran como protagonistas. También pedí que se me permitiera someter a las novelitas a una corrección. Ni me dijeron ni sí ni no. No me dijeron nada.

Un día recibí el contrato y el anticipo. Al año siguiente aparecieron de una sola tacada los dos libros. Cuando los recibí, me sentí satisfecho, como no podía ser menos. A esperar que se vendan, los editores no se rajen y el asunto continúe, pensé parodiando una vez más el cuento de la lechera, que me lo sabía de memoria. Todavía no se cantaba eso de que iluso es quien tiene una ilusión y no es un gilipollas.

Aquel año se celebró una de las convenciones en Burjassot. Un chico de Barcelona me comunicó que los dos títulos del Orden Estelar habían alcanzado los primeros puestos de ventas de la librería Gigamesh. Para comprobarlo compré la revista. Era cierto. Entonces no caí en la cuenta de que esos dos volúmenes con ocho novelitas de a duro habían llegado donde aún no habían llegado otras novelas de autores españoles; si no me equivoco hasta la fecha no lo hemos conseguido ningún otro autor. Si estoy equivocado, pido disculpas. Cosas.

Como los rumores que recibía afirmaban que se vendían bastante decorosamente, y lo confirmaban las notificaciones de venta que me enviaba la editorial, pues me puse en contacto con el responsable de la colección para que la publicación continuara. Pasaron dos años.

En el 98 salieron los libros 3 y 4. Y hasta ahí llegaron. Luego pasó lo que pasó, que el día que lo cuente se va a hartar de reír más de uno, pues si lo contara ahora, como estamos en el año de Matrix, se preguntará si vivimos en un mundo virtual incluido Sión y lo que cuelgue en la tercera entrega.

No he dejado de proponer durante los últimos años, a algunos editores, creo que a cuatro o cinco, la publicación de la serie, aunque debo reconocer que sin demasiado entusiasmo por mi parte, quizá porque conozco un poco el cotarro y ya nada es capaz de sorprenderme.

A raíz de la publicación del libro La ciencia ficción española tuve el placer, en la HispaCon de Barcelona, de conocer personalmente a su editor, Jesús Fernández Beltrán, y hablamos de muchas cosas. En diciembre me llamó porque iba a pasar por Cádiz, y volvimos a encontrarnos. Antes, durante y después de la cena, me habló de que le gustaría publicar el Orden Estelar y me expuso proyectos, que no eran otros que quería lanzar al mercado un producto digno. Me pregunté si él pensaba en el continente y no en le contenido, pero no tardé en darme cuenta de mi error tan cargado de pesimismo. Por suerte para mí.

Como era de esperar, una propuesta semejante me llenó de alegría. ¿Y a quién no? Confieso que más tarde empecé a tener mis dudas, que el proyecto no se llevaría a cabo. Pero Jesús no tardó en convencerse, quizá porque me dio la impresión de que estaba más entusiasmado que yo, de que la cosa iba en serio. Y lo demostró.

Cada cual aportó sus ideas, discutimos si en cada libro debía ser publicadas dos, tres o cuatro novelitas. Domingo Santos también aportó sus opiniones, quien como buen profesional siempre deben ser tomadas en consideración.

Han sido seis meses de intenso trabajo, por parte del editor y por la mía. Hemos confeccionado la lista de los títulos empezando con el período imperial hasta la Liga y la Sede Terrestre, por supuesto pasando por el Orden Estelar, barajando los temas de cada título para conseguir una mejor distribución en cada libro; rescaté una novela del disco duro que encajaba perfectamente en el período de transición imperial a estelar, y por si no era bastante propuse al editor escribir la novela que siempre ha faltado, la que habría escrito en su día después de Un planeta llamado Khrisdal para cubrir el hueco que no pude llenar cuando Bruguera me prohibió continuar con la serie. Me refiero a la aventura en que Alice y Adan se dan cuenta de que no pueden vivir el uno sin el otro y echan el polvo de su vida. Bueno, no será exactamente así, porque tampoco vamos a romper de forma tan brusca la línea de las novelitas de a duro. Pero en La odisea del Silente, como se titula esta otra novela inédita -la anterior es Los guerreros del tiempo-, ocurren cosas y espero que algunas de ellas sorprendan un poquito al lector, que de eso se trata. En ello estamos. Hablo en plural porque el proyecto pertenece tanto al editor como a mí, aunque los fracasos sean de mi incumbencia. Repito que ha veces me siento cohibido porque percibo en Jesús Rodríguez más entusiasmo del que yo debería tener a estas alturas. Si aquella tarde de diciembre del año pasado me hubiera dicho que el proyecto estaría preparado para julio, lo habría puesto en tela de juicio. Han sido seis meses de intenso trabajo por ambas partes, porque había que escanear una serie de novelitas, volver a leer lo que escribí hace tantos años, a veces sonrojándome, a veces sorprendiéndome de que no recordara nada de lo que puse en esta o aquella entrega, enviándola a Robel vía internet, recibiéndola al cabo de unos días con anotaciones del mismo Jesús, advirtiéndome de este o de aquel fallito o dándome sugerencias. Ha sido un trabajo contrarreloj, sin prisas pero sin pausa, siempre tratando de cumplir los plazos que nos habíamos fijado.

El Orden Estelar

Para la serie se ha elegido un formato original y unas portadas magníficas, todas de Luis Royo. La que aparece en este artículo no responde en calidad a la realidad, pero cuando escribo esta Memoria aún faltan unas semanas para la aparición en el mercado del número 1 de la colección El Orden Estelar, cuyo subtítulo es “La epopeya galáctica de A.Thorkent”, y la portada que tengo a mano es sólo una prueba que me envió el editor para que me estremeciera de impaciencia. Por lo tanto, multipliquen por diez o por cien en mejoría y tendrán una idea de como la verán en la librería, y no la multipliquen por cero, como dice Bart Simpson. No aparece mi nombre en la portada, sino mi pseudónimo, aquél que tuve que pensar a toda prisa porque el que sugerí primero se parecía un poco a un autor de la casa, y Bruguera me apremió lo suyo a la hora de buscar otro. A Domingo Santos quiero agradecer públicamente el prólogo que ha escrito para este libro, que tuvo el detalle de enviarme por si yo quería cambiar algo. No cambié nada, ni siquiera las lisonjas que considero en exceso, pero que tampoco molestan, qué demonios. Si no da tiempo de que aparezca en el libro, porque se me acaba de ocurrir, con el corazón quiero dedicar la colección, hasta el número que dure, a todos los lectores y autores de novelas de a duro, y a cuantos han escrito sobre este fenómeno que los tiempos han hecho desaparecer tan bruscamente. Con este renacido Orden Estelar no pretendemos resucitar un modo de concebir la ciencia-ficción, pero sí recordarlo. Al fin y al cabo ha tenido parte de culpa, o de mérito, de acercarnos un poco al más puro sentido de la maravilla de este género que, por fin, ya todos sabemos cómo llamarlo.

Espero que dentro de dos años y cuatro meses, y no es la sentencia a una condena que pretendemos imponer a nadie, sino el tiempo que ha de pasar para que toda la serie proyectada vea la luz, sigamos hablando de esto o de cualquier cosa, incluso del Orden Estelar. Para esa fecha, allá por el 2005, ya sabremos si la aventura continúa.

¿Que si el proyecto colma mis ilusiones? Mentiría si dijera que no. Pero no todos mis sueños. Otros muchos, por fortuna, aún siguen vivos.

Que ustedes lo vean. Y yo también.


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