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Ángel Torres QuesadaCuando a la cf no sabían cómo llamarla
La Memoria Estelar
Ángel Torres Quesada




La anticipación de Nueva Dimensión

A mediados de los sesenta un tal Domingo Santos y un tal Luis Vigil, convencieron a los mandamases de editorial Ferma, con sede en Barcelona y Buenos Aires, para que publicaran una revista de eso aún estaba por llamar ciencia-ficción. Fue la predecesora de Nueva Dimensión.

En la portada del primer número, en formato libro, en un recuadro rojo se podía leer: Selección de cuentos de fantasía y ANTICIPACIÓN. Así se llamaba la revista, porque por aquellos años aún no sabía nadie cómo definir al género. Pero faltaba poco.

Siempre me arrepentiré de no haberlos comprado todos. Sólo tengo dos, los números tres y siete, que adquirí un día que me sobraban unas pesetas. Creo que el siete fue el último que publicaron. Una vez más llegué tarde.

Domingo y Luis pusieron mucho entusiasmo en la aventura, y dando ejemplo a los que habrían de venir, dieron cuartelillo a los autores hispanos. Faltaría más. Ellos escribían y publicaban. Yo les envié algo, no recuerdo qué. Vaya memoria estelar la mía. Más tarde me enteraría que lo seleccionaron para un número, pero como ya he dicho la colección cerró antes de tan fausto acontecimiento para mí. No sería la primera vez. Ya contaré las siguientes, cuando les llegue su turno.

En el número tres leí La máquina del tiempo de Wells; creo que fue la segunda novela que cayó en mis manos del autor inglés. En el número siete los directores de la revista, Domingo y Luis, se desmelenaron y publicaron en cuatro partes a los autores precursores, a los pioneros, a los que formaban la segunda generación y a las "nuevas promesas". Todos españoles. Lean con atención los que figuraban en cada grupo. Los precursores: M.R. Blanco Belmonte, Coronel Ignotus y Jesús Aragón. Los pioneros: Eduardo Texeira, Antonio Ribera, Francisco Valderde Torné y Domingo Santos. La segunda generacion: Juan G. Atienza, Carlos Buiza, P.G.M. Calín, Francisco Lezcano y Alfonso Álvarez Villar. Las nuevas promesas: Juan Tébar y José Luis Garci. De Garci, que entonces tenía 24 años, decían en la presentación de su cuento "Un olor a mundo" que el chico prometía y hacía esperar de él un gran futuro. Como las buenas profecías, no especificaba más para tener más probabilidades de acierto. Quien escribiera esto tenía ciertas dotes adivinatorias.

Pero no voy a hablar sólo de Anticipación, sino de esa otra revista, Nueva Dimensión, que surgió a raíz de que Ferma dijera hasta aquí hemos llegado porque esto de la fantasía tiene menos porvenir en este país que eso que un día, dicen algunos locos, se llamará ciencia-ficción. Pero los dos responsables del experimento, sin duda inspirados por la revista argentina Más Allá, no desistieron y convencieron a un tal Sebastián Martínez para sacar adelante un nuevo proyecto. Con la ayuda de otros amigos, entre ellos Agustín Jaureguízar, que ya me dirá algún día cuáles son los errores históricos que estoy cometiendo, se lanzaron a la aventura fundar una editorial y, liándose la manta a la cabeza, decidieron publicar otra revista. Así nació Nueva Dimensión. Al principio se iba a llamar Sol Tres, pero a la hora de inscribirla se encontraron que un diario llamado El Sol estaba registrado y el funcionario, muy probo él, les dijo que nada de nada, que se buscaran otro título para aquello tan rato que querían editar. Eligieron Nueva Dimensión y el funcionario se encogió de hombros y pensó que Franco estaba abriendo la mano demasiado. Lo más gracioso es que a ninguno de los tres mosqueteros de la cf hispana le gustó el nombre. Aquí no acertaron.

Tuve conocimiento de ND porque un par de tipos me visitaron un día para ver los tebeos que aún conservaba. Cuando descubrieron, pobre de mí, que yo tenía afición por las novelas de ciencia-ficción, me hablaron de una revista que ya andaba por el número cinco o seis. Y es que en Cádiz no se distribuía. El distribuidor, como siempre, convertido en uno de los tres enemigos del autor.

Finalmente las conseguí, incluso me atreví a suscribirme. Lo de suscribirse a una revista de cf en aquellos tiempos, y creo que hoy también, es como matricularse en una escuela de Opening, que de pronto cierra y te quedas a la cuarta pregunta; es decir, que encima tienes que pagar. O como pasa ahora, que algunas revistas se llaman bimestrales y aparecen cada medio año. Si aparecen. Como tenía un par de ajados ejemplares de Más Allá, la revista argentina, no la de ahora, que pone unas cosas raras, me dije que ND podía ser un digno sucesor de ella, incluso superarla. Me hice la ilusión de publicar algo en ella, y como acababa de leer el Cántico por San Leibowitz y en aquella época había que inspirarse en los autores extranjeros, escribí el relato "Un novicio para su Grandeza", que envié a la calle Merced, situada en un típico barrio barcelonés. Durante muchos años estuvo allí la sede de Ediciones Dronte, un entresuelo de bajo techo y aroma a fantasía. Tenía su encanto, de veras, todo en medio de tanta anarquía organizada; cerca de allí, en una tasca oscura llena de botellas ya sin etiqueta, se comía unos chorizos a la brasa que... Pero dejemos esto.

Pues los responsables de ND, que debían estar faltos de material, publicaron mi relato en el número dieciséis, y yo tan contento, y no sólo porque encima me pagaron, sino porque lo consideré un honor.

Pues sí. Cobré por el cuento, de veras. Dos mil pelas. En 1970 no estaba mal. Me acerqué a Barcelona al año siguiente. Ya conocía de otra visita a Luis Vigil, y la mañana que me llevó a conocer la editorial, que llamaban el cuchitril o así, estaba Domingo Santos corriendo unas galeradas. Nos dimos la mano y hablamos un poco. Luego Luis me llevó a comer esos chorizos a la brasa que estaban para chuparse los dedos. A mi mujer la había dejado en el Corte Inglés y luego me echó la bronca cuando fuimos a comer a casa de unos amigos y a mí se me había quitado el apetito por culpa de las tapas que Luis y yo nos zampamos.

En los comienzos de Dronte los tres mosqueteros querían funcionar como una editorial de verdad, y pagaban las colaboraciones. Al poco se dieron cuenta de que éramos tantos los que queríamos publicar en ND que montaron el precedente, que hoy día no sólo perdura sino que se ha incrementado, de no dar un chavo a los autores. Creo que algunos deberían levantarles un monumento, porque mira que les han salido imitadores.

ND seguía su andadura. Como cada dos por tres yo convencía a mi santa para que durante las vacaciones pasáramos unos días en Barcelona, bien de camino a Francia o porque nos habíamos acercado a Valencia y las Ramblas quedaban a dos pasos, y además porque entonces existían los viajantes de comercio y en la confitería iban muchos a vender cartonajes, bombones, caramelos o un horno eléctrico o una batidora, con los años nos habíamos hecho amigos, pero amigos de verdad. Con decir que el viaje de novios, como por entonces no se iba a Cancún, lo hicimos visitando Madrid, el Valle de los Caídos y el Escorial, y a Barcelona a ver Montjuic, el Tibidabo, subir a Colón y patearnos las Ramblas, de paso me escapaba a esta o aquella editorial, a ver si me colaba como dibujante de historietas, mientras mi mujer se iba de compras con la esposa de un amigo, lo que era peligroso. Pero al menos me dejaba que indagara por ahí.

Como la demanda de dibujantes sin experiencia no estaba en buen momento, y para uno que vivía tan lejos era difícil de aprender el oficio, pues por muchos dibujos que llevara como muestra no conseguí entrar en la nómina de ninguna editorial. Incluso estuve en Bruguera. Cuando expliqué al portero para qué estaba allí, me pidió ver los dibujos que llevaba. Me costó entender que era el primer filtro de la casa por el que tenía que pasar. No debió parecerle muy malo lo que contenía mi carpeta, o aquella mañana se había dejado las gafas en casa. El caso es que fui recibido por un relaciones públicas. Vio mis dibujos y me dijo que tal vez más adelante. No sé si se refirió por si más adelante yo había aprendido a dibujar mejor o si dentro de unos meses o unos años quedaba una vacante. Mereció la pena visitar la editorial donde publicaban Pulgarcito y el Capitán Trueno, y el Jabato y otros tantos personajes. Había la mar de gente de un lado para otro, con despachos por todas partes. Yo intenté ver a Ambrós o a algún otro dibujante, pero no estaban por allí. Salí convencido de que nunca sería dibujante, no sé por qué. Pero esa fue la sensación que obtuve.

No sabía que cinco años más tarde el mismo portero que examinó mis dibujos me hizo pasar enseguida, cuando le di mi nombre y le expliqué que escribía para La Conquista del Espacio. Pero lo de Bruguera otro día lo explicaré, que ahora estoy con Nueva Dimensión y no conviene mezclar las cosas.

Como lo del "Novicio" no salió mal, cada vez que recalaba por Barcelona iba a ver a Domingo, y salimos los matrimonios a cenar, y conocí a sus hijos, que hay que ver cómo están de altos ahora. Pues fue naciendo una amistad entre viaje y viaje. Pedro se había enterado de que yo había retirado de Edhasa un original, porque la colección Nebulae había vuelto a entrar en stand by, como dicen ahora. La había leído por encima y me propuso publicarla en ND. Yo ya era un veterano de Bruguera, llevaba publicadas más de cuarenta novelas en La Conquista y me consideraba un profesional como la copa de un pino. Pero quería algo más, escribir novelas largas, y lo intenté con Edhasa. Total, que Pedro se leyó "Dios de Dhrule" y quiso hacer la experiencia de los yanquis, publicar por entregas una novela larga, a ver el resultado que daba.

De esta manera volví a entrar en ND. Y cobré. Poco pero cobré. Unas pesetas más de lo que me pagaba Bruguera por una novelita de ochenta folios. "Dios de Dhrule" tenía más de doscientas. Vamos, que hice el capullo; pero publicar en ND era una cosa seria y no me importó tener que sacrificarme. Aunque les cueste creerlo, soy así de desprendido. A veces.

Según las críticas, "Dios de Dhrule" fue bien acogida.

Me animé, y alternando las escrituras de las novelas a duro, me lancé a escribir "Dios de Kerlhe", porque me había dicho a mí mismo que allí había tela marinera que cortar, lo que quiere decir que había mucho que contar. Como en Bruguera ya me habían advertido que me dejara de zarandajas y aparcara a un lado a Alice Cooper y el Orden Estelar, pues me propuse hacer una serie a mi aire.

Creo que cometí varios errores en la segunda parte, pero el más gordo fue que me salí demasiado de la línea de las novelitas de a duro y quise emular a otros escritores allende los mares. Craso error. Se me fue la olla, creí que dándole vueltas al argumento la novela tendría más enjundia, que escribiendo más palabras de las necesarias, y más rebuscadas, elevaría la calidad.

Aprendí. Sobre todo aprendí que a un editor profesional había que tenerlo en cuanta a la hora de escuchar sus juicios. Domingo Santos leyó la novela, como estaba mandado, y me dijo que la publicaría, pero le había encontrado algunos detalles que no acababan de convencerle, y entre ellos estaba la muerte de un personaje al que yo no debí quitar de en medio tan pronto. Terco de mí, no le hice caso, quizá porque en aquellos tiempos había que darle a la Olivetti y andaba un poco flojo.

Pues "Dios de Kerlhe" levantó airadas protestas. No es que a la redacción de ND llegaran cientos de cartas al director, que va. El lector español es flojo por antonomasia, o es listo y sabe de sobra que sus opiniones no serán tenidas en cuenta. Pero siempre hay algunos que escriben al director, y los hay de tres clases: los que ponen a parir a un autor o a la línea editorial, lo que se decantan por tratar de joder a uno o a la otra y, los terceros, los que se rompen el espinazo asintiendo a todo, diciendo que la revista es cojonuda. Pues dos o tres de los primeros, o de los segundos, pusieron el grito en el cielo: que si la segunda entrega era chunga, que si había acaparado un montón de páginas, forzando a que ellos, los mejores cuentistas del orbe, vieran postergadas sus obras unos números, lo que suponía varios meses de insoportable espera.

Sin embargo, hubo uno que salió en mi defensa, cuyo nombre no voy a citar por modestia mía y suya, pero hoy día sigue en la brecha, escribiendo y cosechando éxitos, y el tal dijo que había que darle chance al autor, que nadie nace sabiendo y que incluso Balzac reescribió varias de sus obras. Pues algo de eso he hecho con "Kerlhe", que para no seguir dando la lata no voy a insistir en que ésta, junto con la primera, "Dios de Dhrule", y la inédita "Dios de la Esfera", pronto verán la luz. Así que los antagonistas de muá pueden ir afilando la pluma. O sus garras. A mí plim.

ND siguió adelante en su andadura, con problemas todas clases, que si el distribuidor, que si la crisis sudamericana, que si el tipo que les había distribuido no sé cuántos números se había largado sin pagar un duro, etc. Domingo Santos terminó siendo el único responsable, se cansaron Sebastián Martínez y Luis Vigil, que dijeron que con un Quijote ya había bastante y le endilgaron a él el muerto. Domingo resistió lo que pudo, hasta que un día se puso a reflexionar y, mirándose al espejo, se dijo que hasta ahí había llegado y lo dejó todo. Pero como el gusanillo anidaba todavía en su alma, cuando volvió al ruedo el año pasado con Asimov le tocó lidiar con un editor que se tomaba el asunto a su manera y la revista sólo duró cuatro números, tres bajo su responsabilidad compartida con Luis Vigil, que volvió a las andadas.

146 números de Nueva Dimensión, señores.

A ver quién los emula, je.

No están los tiempos presentes, ni creo que lo estén los venideros, para superar el récord establecido por Nueva Dimensión. Además, harían falta como unos treinta años para que las revistas "bimestrales" lo lograran, y las otras, imitadoras del Guadiana, que hoy sale una, y ponte a esperar la próxima sentado en una silla, para qué comentarlo.

Como ND merece más de una mirada al pasado a través de esta Memoria, creo que volveré a hablar de ella. Esperaré a hablar con Domingo Santos en la HispaCon de Barcelona para que me refresque la memoria, porque esto de levantarse uno de delante del ordenador a cada momento y comprobar los datos en la biblioteca es una lata.

Además, él conoce muchas anécdotas. Algunas tendrá que contarme, digo yo. Si no, paso a otro tema.


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