Hablábamos de que
para encontrar un buen argumento hay que estrujarse las meninges. Porque vamos
a ver: ¿cómo se puede escribir algo que no
aburra al propio autor, para empezar?
Algunas veces he hojeado novelas patrias en la sección
de novedades una librería; he ido directamente a la sinopsis y casi siempre he
leído que Fulano o Mengana regresa a su pueblo al cabo de muchos años y
descubre que al marcharse dejó un puñado recuerdos y algún que otro amor
olvidado, y el tal o tala, tras rememorar su juventud, generalmente perdida, oh
detalle genial del autor o autora, brota del baúl de la abuelita un secreto
familiar más o menos vergonzoso, que al final del libro, al descubrirse, deja
frío al lector, porque no vale un pimiento, y porque no hay intriga ni sorpresa
y todo acaba de lo más vulgar, capaz de dejar sumido en los sueños al más
estoico de los lectores.
Novelas como ésta, a montones. Luego
va Pérez-Reverte y se harta de vender, y encima lo critican, dicen de él que es
un vulgar mercenario de las letras, un fabricante de best sellers, un jodido
pesetero. O eurotero. Qué mala es la envidia, oye.
O
sale una Ana Rosa al escenario, acompañada de un negro zumbón, y vende miles de
ejemplares hasta que se descubre el pastel. Entonces el personal se monda de
risa, generalmente con muy mala uva, porque piensa que la señora de los sabores
se lo tenía bien merecido por advenediza, por meterse a escritora y por no
tener ni puta idea a la hora de unir dos palabras seguidas. Anda que si el desfalco
literario lo hubiera cometido otra, la que hubiera largado la interfecta en su
programa; la madre de la hija de Jesulín, que a lo mejor no ha leído un libro
en su vida, habría ayudado a la Rosa a poner a partir a quien fuera, que para
eso le pagan y sirve para un zurcido y un descosido.
No crean que menosprecio una novela hecha con los
mimbres del socorrido regreso al terruño. Qué va. Todo lo contrario. Siento
admiración por la persona que se pone a teclear y le sale una novela así.
Pues si esto ocurre en la literatura en general, lo
mismo pasa en la ciencia-ficción, que allá por los setenta ya empezaban a
llamarla así, quizá cansado el personal por no encontrarle un título de mayor
raigambre hispana a la definición yanqui.
Tuve la suerte de descubrir a Robert Sheckley a
temprana edad en un especial de Nueva Dimensión. Habrá buenos
cuentistas, pero como este hombre ninguno. ¿Por qué Sheckley gustó a más de una
generación que se acercó a la cf para disfrutar de ella y no para confundirla?
Porque este hombre es original, para empezar. La originalidad en los cuentos y
en las novelas es algo que parece haberse perdido con el paso de los años. Qué
le vamos a hacer. No voy a extenderme más acerca del bueno de Sheckley, a quien
tuve el placer de conocer y de estrecharle la mano en Gijón 2000. Sempiterno
fumador, delgado y de mirada extraña, de sonrisa gruesa en sus labios, que se
hizo más amplia al decirle que yo era un admirador suyo de toda la vida y que
había disfrutado como un loco con sus cuentos. Silencié a propósito lo de sus
novelas. No es un buen novelista. ¿Y qué? Creo que en estos tiempos de confusos
criterios acerca de lo que es o no es la ciencia-ficción, muchos deberían dar
un repaso a los cuentos del amigo Sheckley, y de camino aprender a ejercitar la
imaginación, a buscarle tres pies al gato, a retorcer un poco el tópico y a
encontrar en esa esquina aún sin explorar un atisbo de toque mágico; a saber
darle la vuelta a la tortilla de lo manido, para que luzca su otra cara
mientras gira en el aire antes de caer desplomada en el sartén.
Ya casi nadie se atreve a escribir algo que
transcurra en un Venus de lujuriante selva, ni a desarrollar una tramita en los
desiertos de Marte, con los protagonistas, incluido el malo, respirando
tranquilamente el aire marciano, un poco viciado pero aún potable. ¿Para qué
desafiar a los sabios que dicen que Venus es una roca ardiente donde se funden
los plomos y en Marte no hay canales y hace un frio que pela? Desde hace unos
años para acá resulta más sencillo trasladarnos a Polux VIII con la imaginación
y crearnos nuestros propios mundos, el que necesitemos para encajar la historia
que se nos haya ocurrido.
Con las páginas que sobraron de Un mundo llamado
Badoom, una anécdota que inserté en el argumento, escribí el cuento "El
hombre de la esfera", publicado por Edhasa en 1967, en la Antología española
de ciencia ficción, con cuentos recopilados por Domingo Santos, a quien
todavía no conocía personalmente. No vayan a pensar que me costó un jamón
serrano que él lo seleccionara.
El asunto va de que las naciones de la Tierra, para
acabar con las guerras, instalan en la Luna una base de misiles, y al país que
se salga de madre y amenace con atacar al vecino, le advierten que si no da
marcha atrás lo hacen puré y aquí paz y allá gloria bendita. Vamos, la paz
impuesta a lo bestia, por cojones. Pero el sistema daba resultado hasta que un
miembro del equipo pierde el coco, y después de liquidar a sus compañeros dice
que si no lo nombran amo absoluto del mundo, se pone a disparar los misiles y
no deja títere con cabeza en la Tierra. El chico bueno lo arregla todo al
final, jugando con el malvado una partida de damas. El quid de la cuestión está
en que juegan con frascos conteniendo agua en lugar de fichas, pero uno de
ellos contiene veneno. Y al que le toque la china, que se joda. El bueno, que
en el fondo es un pérfido, tiene su plan, de lo más tonto, sobre todo para él,
porque eso de ser héroe abnegado es malísimo para la salud. Pues esta parida de
cuento, que incluí a vuelapluma en Un mundo llamado Badoom, se me
ocurrió viendo una fotografía con dos jugadores de ajedrez, miren que cosa.
Poco después, el argumento del relato "Centro de
Violencia Controlada", publicado en una selección de Acervo (mucho más tarde,
reescrito, también en El Fantasma vol.9), también recopilada por Domingo
Santos, y yo sin enviarle aún una pieza de cinco jotas, se me ocurrió leyendo
la bestialidad de un yanqui que se puso a disparar a todo el que se ponía en el
punto de mira de su rifle, con él encaramado lo alto de un campanario. Me dije
que qué brutos debían ser algunos. Cuando lo acribillaron a tiros los hombres
de Harrelson, los psiquiatras, ya a agua pasada, dijeron que el pobre estaba
loco, y que si lo hubieran pillado a tiempo le habrían curado, librándolo de
tanto trauma juvenil, o vaya usted a saber qué clase de complejo de Edipo lo
había impulsado a asesinar a una docena de pacíficos ciudadanos.
Con estos ligeros mimbres escribí "CVC", abreviatura
del título del cuento y de los centros donde el personal se desahogaba
destrozando robots con apariencia humana. Por estos lugares de desintoxicación
estaban obligados a pasar todos los ciudadanos de la América del Norte en un
futuro más o menos cercano. Como los ricos podían obtener el certificado de
haberse librado de la violencia soterrada en instalaciones de lujo, clubes
privados de alto standing, algunos le cogían el gusto a eso de matar
pseudohumanos. Como tenían dólares de sobra, se montaban cada dos por tres sus
numeritos particulares, y unas veces se cargaban a Julio César o mandaban al
otro mundo a un puñado de vietcongs. Todo era cuestión de pasta. No les
destripo el desenlace, pero seguro que lo adivinan.
Puedo apostar a que muchos estarán pensando que en
ese cuento plagié con descaro y alevosía la película Almas de metal, y
yo habría pensado lo mismo de un colega, no crean, porque en esto de la
ciencia-ficción y sus aledaños hay muy mala uva y se piensa la mar de mal del
prójimo, y se chismorrea más que en Tómbola, que a uno que yo me sé lo
conocen como la maruja de la fantasía y la cf y tiene muchos aprendices,
seguidores e imitadores. Lo malo es que lo malo se pega y a veces caigo en la
trampa y también me pongo a chismorrear. Como ahora.
Pero a lo que iba. No, no plagié lo que pasa en Almas
de metal, con el Yul Brinner haciendo de muñeco mecánico vestido de vaquero
como en Los siete magníficos, empecinado en matar, pero de verdad, a
quien había pagado para vencerlo en un remedo del duelo en O.K. Corral. La
antología de marras, en la que está publicado este cuento mío, salió al mercado
casi dos años antes de que se estrenara la película en España, que si no...
Vamos, que me ponen a parir. Y aun así...
Cuando en ND fue publicada mi novela "Dios de
Dhrule", unos meses después alguien escribió al director de la revista para dar
su opinión, y entre decir que estaba bien pero que tampoco le había parecido
una maravilla, el chico terminaba la carta comentando que para él lo mejor era
el hallazgo de Eva, el alma mater de la Esfera; pero no obstante tenía
la intención de repasar su biblioteca de cf, que debía ser una maravilla, para
ver si encontraba en qué novela, cuento o lo que fuera, la había plagiado el
autor.
Por cierto, aprovecho para recordarles que esta
novela, la primera de la trilogía de los Dioses, junto con "Dios de Kerlhe" y
la inédita "Dios de la Esfera", el trío, se publicará en la colección Aelita,
las tres por el precio de una. Si es que para entonces los chicos de
PulpMagazine siguen en la brecha, que como está el panorama cualquiera se
atrever a vaticinar el futuro inmediato.
No sé si el escribidor al director de ND
seguirá buscando a estas alturas, en su muy nutrida biblioteca, una pista que
le lleve a descubrir dónde demonios me inspiré para crear a Eva.
Y luego un yanqui publica Darwinia y nadie le
dice nada, oye. Pero salta un tal y grita que ya ha descubierto en qué parida
ajena saqué la idea para Las islas del infierno.
Mondo cane.
Archivo de La Memoria Estelar
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