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José Joaquín RodríguezJuegos de mesa y rol
Ludoteca
José Joaquín Rodríguez


 

 

Jornadas

Jornadas, salones y convenciones de rol son lugares idóneos para que los aficionados se relacionen, conozcan otros juegos y compren todo tipo de merchandising, desde el marcapáginas al peluche de nuestro monstruo favorito.    

Pero si hoy día suelen estar llenas a rebosar, a pesar de que los aficionados pueden conocerse a través del millar de foros que existen, o comprar los más variopintos artículos gracias a las tiendas virtuales, os podéis imaginar cómo eran estos eventos antes de la revolución de Internet que vivimos hoy día.

En las ciudades medianas y pequeñas, donde a principios de los noventa, con mucha suerte, encontrabas una minúscula tienda de cómics escondida en un callejón oscuro, los jugadores de rol parecían (y se sentían) pequeñas células terroristas. Aunque en EE.UU. eso de jugar al rol era algo bastante normal, y aunque en las grandes ciudades se celebraban eventos "lúdico-mercantiles" como podía ser "El Día de Joc" en Barcelona, lo cierto es que los jugadores de rol tenían una mala fama impresionante. No era para menos: los medios de comunicación habían comenzado a cogerle el gusto a eso de relacionar cualquier asesinato misterioso con los juegos de rol, y había cierta psicosis de la que mejor hablamos en otro artículo. Lo importante era que, aunque mucha gente jugase al rol, sin puntos de encuentro (físicos o virtuales) era muy difícil disfrutar al máximo de aquella afición.

Imagino la cara que tuvieron que poner en Ayuntamientos y asociaciones de vecinos cuando empezaron a aparecer puñados de chavales y pequeños clubes pidiendo hacer Jornadas de Rol. En mi ciudad, no obstante, el concejal de juventud no nos puso demasiados problemas: nos dejaría la Casa de la Juventud (un vetusto edificio de cuatro plantas que había conocido tiempos mejores, pero que se encontraba situado en pleno centro de la ciudad) a cambio de unas cuantas condiciones, tales como que no se llevaran cuchillos ni espadas, que no llamásemos mucho la atención ("Entrad rapidito, que no se os vea demasiado") y que no encendiéramos ningún fuego. Todavía hoy me pregunto en qué pensaría aquel pobre edil municipal que consistían los juegos de rol...

Calculábamos que a las Jornadas vendrían unas cincuenta personas a lo largo de los tres días que duraban. No había tiendas, ni disfraces, ni demostraciones de juegos, ni tan siquiera un rol en vivo. Solamente teníamos tres salas llenas de mesas, un puñado de directores de juego y barra libre de fotocopias en la conserjería. Sin embargo, el primer día, cuando nos acercamos a abrir las puertas, descubrimos una auténtica marea humana esperando para entrar. ¡Menudo pánico! Tuvimos que abrir diez minutos más tarde entre que convencíamos a los directores de juego para que remodelasen en dos minutos sus partidas, y aceptasen más jugadores. Hubo que improvisar partidas en los pasillos, la prensa se sorprendió de que los asistentes fuesen chavales normales, el concejal se quedó tranquilo cuando no vio ninguna hoguera encendida, y nosotros nos quedamos sorprendidos cuando descubrimos que había mujeres que jugaban al rol. Al final, fueron unas quinientas personas a lo largo de aquellos tres días, una cifra que tal vez hoy parezca irrisoria, pero que en aquel momento nos era totalmente inesperada. Simple y llanamente, acabábamos de descubrir que no éramos cuatro gatos los que jugábamos. No éramos unos tipos raros, éramos una afición.

 


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