Jornadas, salones y convenciones de rol son lugares idóneos
para que los aficionados se relacionen, conozcan otros juegos y compren todo
tipo de merchandising, desde el marcapáginas al peluche de nuestro
monstruo favorito.
Pero si hoy día suelen estar llenas a rebosar, a pesar de
que los aficionados pueden conocerse a través del millar de foros que existen,
o comprar los más variopintos artículos gracias a las tiendas virtuales, os
podéis imaginar cómo eran estos eventos antes de la revolución de Internet
que vivimos hoy día.
En las ciudades medianas y pequeñas, donde a principios de
los noventa, con mucha suerte, encontrabas una minúscula tienda de cómics
escondida en un callejón oscuro, los jugadores de rol parecían (y se sentían)
pequeñas células terroristas. Aunque en EE.UU. eso de jugar al rol era algo
bastante normal, y aunque en las grandes ciudades se celebraban eventos "lúdico-mercantiles"
como podía ser "El Día de Joc" en Barcelona, lo cierto es que los
jugadores de rol tenían una mala fama impresionante. No era para menos: los
medios de comunicación habían comenzado a cogerle el gusto a eso de relacionar
cualquier asesinato misterioso con los juegos de rol, y había cierta psicosis
de la que mejor hablamos en otro artículo. Lo importante era que, aunque mucha
gente jugase al rol, sin puntos de encuentro (físicos o virtuales) era muy difícil
disfrutar al máximo de aquella afición.
Imagino la cara que tuvieron que poner en Ayuntamientos y
asociaciones de vecinos cuando empezaron a aparecer puñados de chavales y pequeños
clubes pidiendo hacer Jornadas de Rol. En mi ciudad, no obstante, el concejal de
juventud no nos puso demasiados problemas: nos dejaría la Casa de la Juventud
(un vetusto edificio de cuatro plantas que había conocido tiempos mejores, pero
que se encontraba situado en pleno centro de la ciudad) a cambio de unas cuantas
condiciones, tales como que no se llevaran cuchillos ni espadas, que no llamásemos
mucho la atención ("Entrad rapidito, que no se os vea demasiado") y
que no encendiéramos ningún fuego. Todavía hoy me pregunto en qué pensaría
aquel pobre edil municipal que consistían los juegos de rol...
Calculábamos que a las Jornadas vendrían unas cincuenta
personas a lo largo de los tres días que duraban. No había tiendas, ni
disfraces, ni demostraciones de juegos, ni tan siquiera un rol en vivo.
Solamente teníamos tres salas llenas de mesas, un puñado de directores de
juego y barra libre de fotocopias en la conserjería. Sin embargo, el primer día,
cuando nos acercamos a abrir las puertas, descubrimos una auténtica marea
humana esperando para entrar. ¡Menudo pánico! Tuvimos que abrir diez minutos más
tarde entre que convencíamos a los directores de juego para que remodelasen en
dos minutos sus partidas, y aceptasen más jugadores. Hubo que improvisar
partidas en los pasillos, la prensa se sorprendió de que los asistentes fuesen
chavales normales, el concejal se quedó tranquilo cuando no vio ninguna hoguera
encendida, y nosotros nos quedamos sorprendidos cuando descubrimos que había
mujeres que jugaban al rol. Al final, fueron unas quinientas personas a lo largo de
aquellos tres días, una cifra que tal vez hoy parezca irrisoria, pero que en
aquel momento nos era totalmente inesperada. Simple y llanamente, acabábamos de
descubrir que no éramos cuatro gatos los que jugábamos. No éramos unos tipos
raros, éramos una afición.
Archivo de
Ludoteca
|