Y
sí, el pareado es buscado... como éste. Me he despertado con alma de poeta hoy
y me he dicho, voy a martirizarte con mis versos, como lo harían un Antonio
Gala o un Ángel Antonio Herrera cualquiera. Escalofríos de placer sádico me
dan con sólo pensar en tu estremecimiento interior después de leer tan florido
arte y a esos adalides del rimar actual. Vale, seré bueno, pero exclusivamente
por esta vez. Aun así, me resisto a no hablar de poesía en esta ocasión, por
lo que rebuscando en el Hangar creo que he dado con algo, a saber:
La poesía de finales del siglo XVIII recibió con cierta
algarabía una épica, simbólica y extraña obra titulada "The rime of the
Ancient Mariner", del autor romántico inglés Samuel Taylor Coleridge. El
amigo Samuel nos embarca (nunca mejor dicho) en un tour de force poético
de reminiscencias preternaturales, aventuras simbólicas, muerte y redención en
alta mar. Un poema trágico, emocionante y estúpidamente moralizante (y dale
con los pareados). El meollo de la historia, en fin, como diría Mary Shelley,
"cometeré la brutalidad de resumirlo en una prosa negligente":
Todo comienza cuando uno de los invitados a una boda es
sorprendido a medio camino del festejo por un viejo marinero que le relata la
historia de sus andanzas. Unas peripecias en un forzado viaje hacia el
continente helado de la Antártida gracias a una simpática tempestad que
sorprende a su navío en medio de su, hasta entonces, apacible travesía; la
aparición de un famoso (desde entonces) albatros que, a pesar de ser un símbolo
de buen agüero (y no, no estoy hablando del Kun atlético), el marinero,
en un desconcertante ataque de robinhoodismo, lo asaetea sin venir a
cuento. Este gesto, claro, hace que una serie de catastróficas desdichas
lluevan sobre la tripulación del ya maltrecho barco y acaben con un bajel
translúcido a su vera. En el fantasmagórico barco viajan Muerte y Muerte en
Vida, que aburridos se juegan a los tripulantes a los dados. Gana Muerte a todos
menos al susodicho marinero con aires de Guillermo Tell, que ve cómo mueren uno
a uno sus compañeros de fatigas. El caso es que, al final, el marinero purga
sus faltas pero debe acarrear consigo la culpa, además de la maldición de una
constante confesión.
Tan
épica narración no podía quedarse sin su versión musical, claro, así que
gente como Fleetwood Mac, Sarah Blasko, David Bedford o los mismos The Pogues
homenajean el poema de una u otra forma. Sin embargo, desde tierras inglesas,
una banda ya mítica de la escena heavy metal más clásica (seguro que has
visto una camiseta más de una vez aunque lo tuyo sea el hip hop o las rancheras
de Bertín Osborne) como Iron Maiden, en su disco de 1984, titulado Powerslave,
rinden el homenaje definitivo en forma de una composición de casi cuarto de
hora sobre la criatura de Coleridge. Una canción titulada como el poema y que
ejerce su labor de revivir la obra para un público por aquel entonces más
pendiente de la Guerra Fría, encontrar curro o la heroína; un redescubrimiento
del hombre y la obra (incluso reproducen estrofas enteras del original), como
diría Cordwainer Smith, que conjuga a la perfección épica, lirismo y fuerza
musical.
Iron Maiden tienen cantidad de referencias literarias,
mitológicas y cinéfilas en sus canciones, desde el Dune de Frank
Herbert hasta G. K. Chesterton, pasando por Clint Eastwood, el Fantasma de la Ópera
o el mito de Ícaro. Sin embargo, la versión dedicada a Coleridge y su viejo
marinero es, para mí, la más lograda. Disfrutarla es lo que nos queda.
Por cierto que el poema, incluso, consiguió popularizar
ciertas expresiones en el idioma natal del autor, nada más y nada menos. Ahí
queda una muestra de la más famosa (los dos últimos versos aquí reflejados).
Day
after day, day after day,
We stuck, nor breath nor motion;
As idle as a painted ship
Upon a painted ocean.
Water, water, everywhere,
And all the boards did shrink;
Water, water, everywhere,
Nor any drop to drink.
P.D.: No quiero dejar pasar, ni puedo dejar de vislumbrar,
el impagable pasaje en el que la tripulación cuelga del cuello del aspirante a
oro olímpico en tiro con arco el cuerpo del fenecido albatros (escena
inmortalizada en una estatua en su Inglaterra natal), una de las imágenes que
con más fuerza se graban en el subconsciente al leer el poema.
Archivo de
Hangar 18
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