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Juan Manuel MartínezMúsica para el fantástico
Hangar 18
Juan Manuel Martínez

 


Rimas, marineros y damas de hierro

The rime of the ancient mariner singleY sí, el pareado es buscado... como éste. Me he despertado con alma de poeta hoy y me he dicho, voy a martirizarte con mis versos, como lo harían un Antonio Gala o un Ángel Antonio Herrera cualquiera. Escalofríos de placer sádico me dan con sólo pensar en tu estremecimiento interior después de leer tan florido arte y a esos adalides del rimar actual. Vale, seré bueno, pero exclusivamente por esta vez. Aun así, me resisto a no hablar de poesía en esta ocasión, por lo que rebuscando en el Hangar creo que he dado con algo, a saber:

La poesía de finales del siglo XVIII recibió con cierta algarabía una épica, simbólica y extraña obra titulada "The rime of the Ancient Mariner", del autor romántico inglés Samuel Taylor Coleridge. El amigo Samuel nos embarca (nunca mejor dicho) en un tour de force poético de reminiscencias preternaturales, aventuras simbólicas, muerte y redención en alta mar. Un poema trágico, emocionante y estúpidamente moralizante (y dale con los pareados). El meollo de la historia, en fin, como diría Mary Shelley, "cometeré la brutalidad de resumirlo en una prosa negligente":

Todo comienza cuando uno de los invitados a una boda es sorprendido a medio camino del festejo por un viejo marinero que le relata la historia de sus andanzas. Unas peripecias en un forzado viaje hacia el continente helado de la Antártida gracias a una simpática tempestad que sorprende a su navío en medio de su, hasta entonces, apacible travesía; la aparición de un famoso (desde entonces) albatros que, a pesar de ser un símbolo de buen agüero (y no, no estoy hablando del Kun atlético), el marinero, en un desconcertante ataque de robinhoodismo, lo asaetea sin venir a cuento. Este gesto, claro, hace que una serie de catastróficas desdichas lluevan sobre la tripulación del ya maltrecho barco y acaben con un bajel translúcido a su vera. En el fantasmagórico barco viajan Muerte y Muerte en Vida, que aburridos se juegan a los tripulantes a los dados. Gana Muerte a todos menos al susodicho marinero con aires de Guillermo Tell, que ve cómo mueren uno a uno sus compañeros de fatigas. El caso es que, al final, el marinero purga sus faltas pero debe acarrear consigo la culpa, además de la maldición de una constante confesión.

PowerslaveTan épica narración no podía quedarse sin su versión musical, claro, así que gente como Fleetwood Mac, Sarah Blasko, David Bedford o los mismos The Pogues homenajean el poema de una u otra forma. Sin embargo, desde tierras inglesas, una banda ya mítica de la escena heavy metal más clásica (seguro que has visto una camiseta más de una vez aunque lo tuyo sea el hip hop o las rancheras de Bertín Osborne) como Iron Maiden, en su disco de 1984, titulado Powerslave, rinden el homenaje definitivo en forma de una composición de casi cuarto de hora sobre la criatura de Coleridge. Una canción titulada como el poema y que ejerce su labor de revivir la obra para un público por aquel entonces más pendiente de la Guerra Fría, encontrar curro o la heroína; un redescubrimiento del hombre y la obra (incluso reproducen estrofas enteras del original), como diría Cordwainer Smith, que conjuga a la perfección épica, lirismo y fuerza musical.

Iron Maiden tienen cantidad de referencias literarias, mitológicas y cinéfilas en sus canciones, desde el Dune de Frank Herbert hasta G. K. Chesterton, pasando por Clint Eastwood, el Fantasma de la Ópera o el mito de Ícaro. Sin embargo, la versión dedicada a Coleridge y su viejo marinero es, para mí, la más lograda. Disfrutarla es lo que nos queda.

Por cierto que el poema, incluso, consiguió popularizar ciertas expresiones en el idioma natal del autor, nada más y nada menos. Ahí queda una muestra de la más famosa (los dos últimos versos aquí reflejados).

Day after day, day after day,
We stuck, nor breath nor motion;
As idle as a painted ship
Upon a painted ocean.

Water, water, everywhere,
And all the boards did shrink;
Water, water, everywhere,
Nor any drop to drink.

P.D.: No quiero dejar pasar, ni puedo dejar de vislumbrar, el impagable pasaje en el que la tripulación cuelga del cuello del aspirante a oro olímpico en tiro con arco el cuerpo del fenecido albatros (escena inmortalizada en una estatua en su Inglaterra natal), una de las imágenes que con más fuerza se graban en el subconsciente al leer el poema.


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