Si he de ser sincero, me siento
como un intruso. ¿Qué pinta esta columna aquí? ¿Qué pinto yo, ya que nos
ponemos? Si tuviera las respuestas
me habría metido a deidad ultraterrena; no ha sido así, aunque "eché oposiciones", no creas. Podría argüir
algunas razones, a saber:
Primera:
Porque me da la santa gana y la jefa
me deja (más bien la engañé). Sin embargo, sería demasiado sencillo zanjar
el asunto así, ¿verdad?
Segunda: Me comentaron que no conocían una serie de artículos
de la calaña de los que vas a ir leyendo en Bibliópolis. ¡Mentira y gorda!,
como decíamos cuando aún éramos unos zagales despreocupados. Aunque hay que
reconocer que no del todo, pues algo parecido he intentado hacer en otras
publicaciones, con el pero de una falta de sistematización, concreción o
periodicidad; o de las tres a la vez. En fin, que algo más centradito estará
el tema, eso sí.
Tercera: Mezcla de las otras
dos. Sin duda, la más cercana a la realidad.
Cuarta: No existe... todavía.
¿Pero de qué va la columna de
las narices? ¿Qué me va a contar el descerebrado éste, te preguntarás?
Llevas toda la razón, ahora nos metemos en harina. Paciencia... Voy a contarte
una historia.
Hace
tiempo que se descubrió la encrucijada donde los caminos de las diferentes
artes van a confluir. Sigue estando tan concurrida como siempre desde entonces y
se han desbrozado nuevos caminos, se han asfaltado los que iban paralelos, sólo
separados por una mediana tan sólida como una neblina y otros se han confundido
o entrelazado como meandros de ríos beodos. En fin, que las artes se unen entre
sí, se fusionan o van de la mano, se apoyan unas en otras como el anciano lo
hace en su bastón. La poesía y la música, el cine o el cómic y la
literatura, etc. ¿Alguien, hoy en día, relee Blade Runner sin que le
vengan retazos de la película de Ridley Scott
o las melodías de Vangelis a la
cabeza? Lo dudo. Pero no, no voy a darte la tabarra con una digresión filosófica
ni hacerte tragar una tesis doctoral que nunca hice. No estoy tan profundo hoy.
Pero sí me da pie para hablar de la génesis de esta columna -y sí, ahora
mismo se desvela el misterio-, que no es otro que el recorrer uno de
esos caminos que surgen de la mítica encrucijada que mencionaba antes: el de la
literatura y la música. Es más, me concentraré en general en el género que más
ocupa a esta web: el de la
literatura fantástica, en cualquiera de las vertientes que te vengan a la
cabeza. La música, bueno... no soy catedrático del tema, así que me centraré
en la que mejor conozco y de la que me he hartado de llenar folios y horas de
radio: ampliamente el rock, y en particular el rock duro y el heavy metal.
Es curioso, porque estamos
frente a dos géneros considerados históricamente como meros subgéneros en sus campos. Es hasta sorprendente lo parecidos que
son a veces en cuanto a temáticas e intenciones. La música, en general, es un
arte evocador que ha lanzado sus zarcillos para ir más allá, desde los
cantares de gesta hasta la canción romántica, el flamenco o el rock urbano.
Sin embargo, el rock duro, en todas sus vertientes, se ha apoyado, posiblemente
más que ningún otro género, en la literatura fantástica para contar sus
historias. Es cierto que la intención, las más de las veces, es meramente
escapista, pero no siempre. También es un vehículo de análisis del momento
presente, pasado o futuro de una sociedad, o la oportunidad de exponer unas
determinadas ideas, utopías o sus contrarias con cuasi entera libertad. ¿Te
suena de algo?
Así,
pasearemos de la mano por mundos repletos de naves interestelares, por yermos
cubiertos de cadáveres de la última batalla, volaremos a lomos de dragones de
rutilantes colores y nos agarraremos temblando a los pies de la sinuosa escalera
de una casa encantada... Hablaremos con héroes, villanos, personajes de autores
que muchos habremos conocido a través de las páginas de una novela, poema o
relato. Pero con música, al fin y al cabo. ¡Ah!, y de antemano aviso que aquí
también hay de todo: encuentros deliciosos, destrozos de dimensiones épicas y
horrorosos descubrimientos, como no podía ser de otra forma. Eso sí, espero no
aburrirte y que pases un momento, al menos, "distinto".
Como es esta columna.
PD: El título, si he de ser sincero, ha pasado por numerosas
metamorfosis, desde el infame "Notas de acero", o el desternillante
"Pintas, sinfonías y dragones" -o algo así, creo- que se nos ocurrió
a la jefa y al servidor frente a
unas cañas (y el caso es que era cojonudo en ese momento, pero con el
tiempo...), al más puro tributo a Wilson
Pickett y José C. Molina,
La danza de las mil tierras. Sin duda, lo más sencillo es casi siempre más
recomendable, así que ahí queda eso: Hangar 18, un buen receptáculo para ir
guardando todas esas extrañas criaturas que a buen seguro nacerán en este rincón
(y un nada velado homenaje a las estrellas y al señor Mustaine, líder de
Megadeth).
 Archivo de
Hangar 18
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