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Juan Manuel MartínezMúsica para el fantástico
Hangar 18
Juan Manuel Martínez




Unos primeros acordes

Si he de ser sincero, me siento como un intruso. ¿Qué pinta esta columna aquí? ¿Qué pinto yo, ya que nos ponemos?  Si tuviera las respuestas me habría metido a deidad ultraterrena; no ha sido así, aunque "eché oposiciones", no creas. Podría argüir algunas razones, a saber:

Primera: Porque me da la santa gana y la jefa me deja (más bien la engañé). Sin embargo, sería demasiado sencillo zanjar el asunto así, ¿verdad?

Segunda: Me comentaron que no conocían una serie de artículos de la calaña de los que vas a ir leyendo en Bibliópolis. ¡Mentira y gorda!, como decíamos cuando aún éramos unos zagales despreocupados. Aunque hay que reconocer que no del todo, pues algo parecido he intentado hacer en otras publicaciones, con el pero de una falta de sistematización, concreción o periodicidad; o de las tres a la vez. En fin, que algo más centradito estará el tema, eso sí. 

Tercera: Mezcla de las otras dos. Sin duda, la más cercana a la realidad.

Cuarta: No existe... todavía.

¿Pero de qué va la columna de las narices? ¿Qué me va a contar el descerebrado éste, te preguntarás? Llevas toda la razón, ahora nos metemos en harina. Paciencia... Voy a contarte una historia. 

Hace tiempo que se descubrió la encrucijada donde los caminos de las diferentes artes van a confluir. Sigue estando tan concurrida como siempre desde entonces y se han desbrozado nuevos caminos, se han asfaltado los que iban paralelos, sólo separados por una mediana tan sólida como una neblina y otros se han confundido o entrelazado como meandros de ríos beodos. En fin, que las artes se unen entre sí, se fusionan o van de la mano, se apoyan unas en otras como el anciano lo hace en su bastón. La poesía y la música, el cine o el cómic y la literatura, etc. ¿Alguien, hoy en día, relee Blade Runner sin que le vengan retazos de la película de Ridley Scott o las melodías de Vangelis a la cabeza? Lo dudo. Pero no, no voy a darte la tabarra con una digresión filosófica ni hacerte tragar una tesis doctoral que nunca hice. No estoy tan profundo hoy. Pero sí me da pie para hablar de la génesis de esta columna -y sí, ahora mismo se desvela el misterio-, que no es otro que el recorrer uno de esos caminos que surgen de la mítica encrucijada que mencionaba antes: el de la literatura y la música. Es más, me concentraré en general en el género que más ocupa a esta web: el de la literatura fantástica, en cualquiera de las vertientes que te vengan a la cabeza. La música, bueno... no soy catedrático del tema, así que me centraré en la que mejor conozco y de la que me he hartado de llenar folios y horas de radio: ampliamente el rock, y en particular el rock duro y el heavy metal.

Es curioso, porque estamos frente a dos géneros considerados históricamente como meros subgéneros en sus campos. Es hasta sorprendente lo parecidos que son a veces en cuanto a temáticas e intenciones. La música, en general, es un arte evocador que ha lanzado sus zarcillos para ir más allá, desde los cantares de gesta hasta la canción romántica, el flamenco o el rock urbano. Sin embargo, el rock duro, en todas sus vertientes, se ha apoyado, posiblemente más que ningún otro género, en la literatura fantástica para contar sus historias. Es cierto que la intención, las más de las veces, es meramente escapista, pero no siempre. También es un vehículo de análisis del momento presente, pasado o futuro de una sociedad, o la oportunidad de exponer unas determinadas ideas, utopías o sus contrarias con cuasi entera libertad. ¿Te suena de algo? 

Así, pasearemos de la mano por mundos repletos de naves interestelares, por yermos cubiertos de cadáveres de la última batalla, volaremos a lomos de dragones de rutilantes colores y nos agarraremos temblando a los pies de la sinuosa escalera de una casa encantada... Hablaremos con héroes, villanos, personajes de autores que muchos habremos conocido a través de las páginas de una novela, poema o relato. Pero con música, al fin y al cabo. ¡Ah!, y de antemano aviso que aquí también hay de todo: encuentros deliciosos, destrozos de dimensiones épicas y horrorosos descubrimientos, como no podía ser de otra forma. Eso sí, espero no aburrirte y que pases un momento, al menos, "distinto". Como es esta columna.

PD: El título, si he de ser sincero, ha pasado por numerosas metamorfosis, desde el infame "Notas de acero", o el desternillante "Pintas, sinfonías y dragones" -o algo así, creo- que se nos ocurrió a la jefa y al servidor frente a unas cañas (y el caso es que era cojonudo en ese momento, pero con el tiempo...), al más puro tributo a Wilson Pickett y José C. Molina, La danza de las mil tierras. Sin duda, lo más sencillo es casi siempre más recomendable, así que ahí queda eso: Hangar 18, un buen receptáculo para ir guardando todas esas extrañas criaturas que a buen seguro nacerán en este rincón (y un nada velado homenaje a las estrellas y al señor Mustaine, líder de Megadeth).


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