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Julián DíezFuera de colección
Extramuros
Julián Díez


Yevgueni Zamiatin
Nosotros

La conversión del hombre en número

Una de las tareas más complicadas que puede acometer un presunto crítico es la de enfrentarse a un clásico. ¿Qué de nuevo decir sobre esta formidable novela, lamentablemente tan desconocida para muchos lectores del género? ¿Que está en muchas listas incluidas entre las grandes obras del siglo XX? ¿Que bebieron de ella hasta saciarse Fritz Lang, Aldous Huxley y, sobre todo, George Orwell? ¿Que resulta absurdo considerarse un aficionado a la cf y no conocer esta novela de igual manera que Un mundo feliz o 1984? Quizá lo más interesante sea mirar Nosotros desde la perspectiva actual. Casi quince años después de la caída del Muro de Berlín, del fin del régimen que hiciera meditar a Zamiatin amargamente sobre la conversión del hombre en número, Nosotros sigue vigente. Puesto que el poder, aunque de distinto signo político, pretende hoy ser tan inhumano como entonces, pretende al igual que el comunismo convertir a los ciudadanos en cifras, aunque ya no sea de productividad y eficacia, sino de macroeconomía y rentabilidad.

Además, es necesario juzgar Nosotros en su concepción de obra pionera de la antiutopía. Si no es la inauguradora de ese género (1920), sí es al menos la primera novela redonda en ese campo, enfrentándose a los sueños tecnológicos imperantes en la novela popular de la época, el “romance científico” al uso. Contra los sueños de futuro optimista propios de la cultura anglosajona que adivinaba un dominio prolongado sobre el mundo, Zamiatin aporta la voz de una nación inclinada por tradición al pesimismo. Y aportaba, por añadidura, el desengaño producido por su propia trayectoria personal: tras haber participado en los movimientos revolucionarios -defendiendo ese hoy denostado ideal llamado “comunismo”-, tuvo que afrontar la realidad de su degeneración, el estalinismo, y terminó por implorar al dictador georgiano que le permitiera un exilio en el que murió, en París, no muchos años después.

Nosotros crea el esquema narrativo propio de la distopía, seguido hoy rigurosamente por obras tan variopintas como las magistrales ya citadas, o por La fuga de Logan o Brazil. El protagonista es una personalidad totalmente integrada en el sistema, que cuenta en primera persona sus experiencias. Primero como reflejo de su satisfacción con el estado de las cosas; poco a poco, variando la perspectiva ante un estímulo externo, adivinando las fallas del sistema presumidamente ideal, hasta caer en la cuenta de su alienación e integrarse en una lucha antisistema que se adivina fútil.

En este caso, el protagonista del relato es D-503, uno de los constructores de la nave espacial que debe llevar las maravillas del Estado Único al resto de los planetas del sistema solar. D escribe sus vivencias con el fin de incluirlas en la nave, como un testimonio de la grandeza del estado y su líder, el Bienhechor. Conocemos así las miserias de su vida: la obligación de mantener las persianas abiertas para ser en todo momento vigilado, el nacimiento de los niños en factorías, el sexo preprogramado, el ritmo de trabajo “a la coreana del norte”, la anulación del “yo” a favor del “nosotros”. Su satisfacción en esa vida inhumana se verá quebrada por su relación con una mujer misteriosa, I, cuyo individualismo primero le repugna para después atraerle irremisiblemente a la perdición, implicado en un movimiento que surge en unas elecciones curiosas, en las que sólo se presenta un candidato a Bienhechor, no como en las elecciones antiguas, en las que nadie sabía quién iba a ganar (véase la similitud de nuevo con fenómenos actuales presuntamente demócratas como la designación a dedo por parte del Sagrado Líder del candidato presidencial del PP).

El Estado presentado por Zamiatin no es tan cerradamente opresivo como los de Huxley y Orwell: se adivina la existencia de humanos libres más allá de un descomunal muro. Y las exigencias que plantea a sus ciudadanos son tan decididamente irracionales que resultan increíbles -bueno, o lo serían si no existiera Corea del Norte¼-. En particular, Zamiatin no percibe, como si hicieron sus sucesores, que la opresión no vendría por la anulación de los deseos -error muy característico del estalinismo y el maoísmo, que no cometía en cambio el nazismo-, sino por su encauzamiento hacia la vulgaridad, para sustituir la realización personal, el deseo de mejora propia y colectiva, por la satisfacción de necesidades vacías, plasmadas en el “pan y circo” que nos rodea, en el consumismo o el uso de sustancias estupefacientes -legales o ilegales- como vías de alivio o escape de una realidad hueca.

A cambio, Zamiatin ofrece crudos ataques contra elementos como el cristianismo, al que deja para el arrastre con un par de referencias puntuales como antecesor de su Estado Único. Por ejemplo, al reinterpretar de forma brillante el pecado original: el hombre optó por la libertad, erróneamente bajo el punto de vista de la religión, en lugar de someterse a los poderes establecidos y vivir con ello una eterna existencia feliz e indolora.

Un libro, pues, imprescindible para quien quiera disfrutar del poder de la literatura de realidades alternativas como escalpelo de nuestra propia realidad. Y un cúmulo de argumentos para afrontar a la hegemonía del pensamiento imperante, el que identifica capitalismo necesariamente con libertades y socialismo indefectiblemente con totalitarismo, como si no fuera posible un socialismo humanitario -véase la concienzudamente exterminada experiencia yugoslava, o el modelo mixto sueco- de igual manera que vivimos en nuestro día a día un capitalismo cada vez más censor y salvaje.


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