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Julián DíezFuera de colección
Extramuros
Julián Díez


Suso de Toro
La sombra cazadora

Tópicos bienintencionados

Hay dos detalles que acompañan a casi toda la ciencia-ficción creada fuera del propio género. Uno es un enfoque de la narración totalmente diferente a lo acostumbrado, en el que el entorno se obvia, sin la necesidad autoimpuesta de los escritores de cf de crear todo un escenario en el cual enmarcar su relato. Otro es el uso del género como vía para la parábola, para la denuncia de la sociedad, generalmente en un tono mucho menos sofisticado que en las obras importantes del género, y además con unos mensajes notablemente simplistas y directos.

La sombra cazadora

Esa simpleza se convierte en un lastre del que no puede deshacerse La sombra cazadora, del por otra parte interesante escritor gallego Suso de Toro. Un hombre amante de los géneros, pero que aquí incurrió en la denuncia plana, ingenua, dejando el regusto final de la novela ese molesto aroma a mensaje colocado con calzador y absolutamente obvio de las canciones de los cantautores más prescindibles de los setenta.

La esencia del mensaje es sencilla: la tele es mala. Impide la creatividad del hombre moderno, y se convierte en un referente exclusivo que, por su naturaleza, es fácilmente manipulable por los poderes. Para llegar hasta este tópico, en lugar de buscar un argumento original que no trasluzca esa intención de manera directa sino que permita al lector trabajar por su cuenta, De Toro opta por el maniqueísmo directo y la acumulación de lugares comunes del género: las pantallas omnipresentes, con capacidad para recibir información al igual que enviarla -viejo lugar común desde 1984-, o la programación de telebasura no muy lejana a la que hoy, ocho años después de que la novela fuera escrita, llena diariamente las pantallas.

La narración sigue los pasos de un par de muchachos, que viven en una apartada propiedad en la que cultivan la tierra y trabajan a destajo junto a su padre. Su madre murió, y al cumplir la mayor de los dos chicos los dieciocho años, su padre decide suicidarse. La razón por la que lo hace no resulta convincente, ni tampoco el motivo por el que no sólo les mantuvo aislados del exterior -que quedará progresivamente claro-, sino también totalmente incapaces de valerse en el mundo real de las ciudades futuras.

La historia es la del viaje de los dos jóvenes desde su apartada casa hasta la de su padrino, en busca de un nuevo refugio en el que vivir. El peligro está en la misma razón por la que su padre les confinó: él era un conocido actor de culebrones cuya imagen, digitalizada para convertirse en un ser autónomo, terminó por apoderarse de la televisión y de la sociedad en sí, que manipula a su antojo. Ya sé que esto no tiene mucha lógica -seamos francos, ninguna-, pero francamente no es lo más chirriante de la novela.

La narración alterna con poca fortuna las dos voces de los protagonistas, que en realidad resultan bastante similares, en su peregrinar por una ciudad más sugerida que descrita, y repleta de pantallas en las que la telebasura mantiene embobados a los ciudadanos. Ahí conocerán a algunos personajes que a la postre serán claves en el desarrollo de la novela, y reflexionarán sobre la triste historia de su propio padre hasta conseguir, como en toda buena novela distópica, convertirse en los elementos fundamentales de un cambio de rumbo -aunque tampoco la explicación de cómo se produce éste tenga demasiado sentido-.

La novela tiene factores a agradecer, como sus buenas intenciones, su brevedad o el manejo sobradamente competente del lenguaje que realiza el autor. Pero no pasará a la historia entre los mejores acercamientos externos a la cf por parte de escritores de fuera del género bajo ningún concepto, y deja la sensación de que De Toro podría ofrecer algo más sustancioso en el futuro.


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