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Julián DíezFuera de colección
Extramuros
Julián Díez


Margaret Atwood
El cuento de la criada

Una distopía madura

El cuento de la criada

Siempre que leo una distopía, me viene a la memoria el comentario de G.K. Chesterton sobre los utopistas, dirigido directamente a la médula de su contemporáneo H.G. Wells: "Los futuristas son esos tipos bienintencionados que nos explican a qué desgracias nos precipitaremos si no hacemos exactamente lo que nos dicen". No todas las distopías, sin embargo, son tan directas e ingenuas como las de Wells o incluso las muy populares de Huxley y Orwell; Los desposeídos, de Ursula K. Le Guin, es una obra plagada de preguntas que no da respuesta alguna, y aunque menos digestiva, también El cuento de la criada de Margaret Atwood tiene una actitud sumamente madura al respecto.

La historia se desarrolla en unos Estados Unidos en guerra civil, en un futuro muy próximo, y es narrada en tiempo presente por una "criada": una mujer fértil en el entorno de una sociedad progresivamente estéril. La narración salta bruscamente del presente al pasado, a recuerdos que ponen de manifiesto la evolución que condujo a la narradora a su actual estado de sometimiento.

La sociedad presentada, una teocracia muy rígida conocida como Gilead, ha convertido a las mujeres fértiles en esclavas hipermimadas, destinadas por un poder nunca del todo definido a convertirse en receptoras del semen de hombres situados en la cúspide del poder de la sociedad. No en sus esposas: simplemente, en concubinas poseídas en un acto completamente aséptico, en presencia de la verdadera esposa, con el fin de conseguir la reproducción.

Las criadas, vestidas de la cabeza a los pies con una toga roja y tocadas con una capa blanca, apenas deben cumplir tareas dentro de la casa a la que son asignadas. Eso sí, está prohibido que tengan cualquier tipo de contacto con el exterior, no tienen derecho a leer o escribir (el Cuento, supuestamente, es fruto de una serie de grabaciones de casette reproducidas en un lejano futuro), ni forma alguna de matar el tiempo en las esperas entre cada una de las citas con su Comandante. Defred (como sabemos que llaman a la protagonista, aunque no sea su nombre real) tiene treinta y tres años en el momento de la narración y recuerda vagamente el periodo en el que era una mujer normal en el contexto de los Estados Unidos de los años ochenta, su vida en pareja con Luke, el nacimiento de una hija de la que fue separada.

Y, en particular, recuerda el periodo en el que fue aleccionada para convertirse en criada, en la educación que recibían y las incontables restricciones impuestas por el estado de Gilead. También recuerda a su rebelde amiga Moira, que consiguió fugarse creando en Defred la inevitable simiente rebelde: como toda distopía, éste es el relato de una mujer que intentará esquivar el tiránico control al que está siendo sometida. Curiosamente, la primera fuente de facilidades para conseguirlo será, precisamente, el Comandante de Defred; a diferencia de su esposa, una fanática religiosa con pasado televisivo conocida como Serena Joy, el Comandante no es del todo fiel a los principios del estado de Gilead e incluso tiene un Scrabble (o Intelect), algo totalmente prohibido en el contexto iletrado que se pretende imponer. Y una desviación dará paso a otra, y la idea de Defred de rebelarse contra la situación, en particular cuando descubre una sociedad de criadas rebeldes conocida como Mayday, crecerá hasta romper la situación.

Atwood es una de las escritoras de moda en lengua inglesa: acaba de ganar el premio Booker del año 2000 por su novela El asesino ciego, motivo por el cual Ediciones B se ha puesto a la tarea de reeditar sus obras. Está considerada como la escritora más importante del momento en Canadá, y sus obras (en particular ésta) no sólo son objeto de estudio en universidades, sino que ella misma es el centro de una asociación de estudiosos consagrados a su obra.

Me resultad difícil juzgar si el trabajo de Atwood es merecedor de tantas preocupaciones. Lo que sí puedo decir es que El cuento de la criada es una distopía madura, como comentaba al principio: es una historia en la que el fantasma del feminismo simplista, que late de fondo en muchas páginas, queda disuelto en otras, en las que diríase que, en una buena medida, las desgracias que les ocurren a las mujeres en Gilead son fruto sobre todo de concepciones anticuadas femeninas. El personaje de la madre de Defred, que aparece ocasionalmente en los recuerdos, es especialmente significativo: una feminista de corte clásico que es presentada como una ingenua incapaz de mantener una vida de pareja normal, y de la que la narradora incluso se permite comentar en alguna ocasión que determinados aspectos de la vida en Gilead podrían agradarle.

Los hombres no son en ningún momento satanizados de una forma global, y la obra es ante todo un alegato contra el fanatismo y un "si esto continúa..." que cobra triste actualidad cuando se escuchan noticias acerca de las cosas que ocurren en Afganistán. En el debe, citar que, como bienintencionada de corte tradicional que es, Atwood se desliza en algunos momentos hacia la exageración: ni resulta creíble el rápido desarrollo de la sociedad de Gilead (que parece totalmente establecida con sólidas costumbres, derrumbando todo lo que representan los Estados Unidos en poco más de diez años), ni muchas de sus imposiciones, llegando al extremo algo ridículo de la prohibición del Scrabble. Atwood olvida que, incluso en las situaciones más negras, es posible algún momento de alegría, y su afán denunciador le hace incurrir en una monotonía oscura que aleja su relato de la realidad.


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